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Conservadurismo y public choice

Carroll Ríos / 30 de octubre del 2019

Conservadurismo y public choice

¿Dónde encaja el proyecto de análisis económico de la política, o public choice, en el movimiento liberal?

Algunos acusan a la disciplina de ser estatista o, cuando menos, partidaria de convertir la democracia en un sistema más operativo o eficiente. También se le atribuyen características constructivistas, cosa que el propio James M. Buchanan (1919-2013) acepta: «Yo soy un poco menos evolucionista y más constructivista que el Profesor Hayek…» (Buchanan, 1981, p. 200). El proyecto de public choice compara conjuntos de reglas electorales, así como marcos institucionales y constitucionales, utilizando como parámetro la eficiencia económica. Explora la confiabilidad y legitimidad de los gobiernos, y cómo vencer los problemas de la gorronería y la búsqueda de rentas en las decisiones colectivas, entre otras cosas. Es famosa la frase de James M. Buchanan, premio Nobel de economía (1986), que describe el proyecto de investigación como «política sin romance». En retrospectiva, fue exitoso el diseño de una herramienta objetiva y desapasionada; la metodología es aplicada por autores marxistas, keynesianos, conservadores, liberales y hasta anarcocapitalistas.

James M. Buchanan, sin embargo, no era un hombre desprovisto de convicciones filosóficas y morales. Intentó crear una herramienta neutra y científica, pero partió de un conjunto de ideas sobre la libertad. Expresa reiteradamente su preocupación por el declive de la libertad personal, concretamente en Estados Unidos. Al igual que Hayek, fue miembro de la Sociedad Mont Pelerin y amigo de decenas de académicos clásico-liberales. En una entrevista publicada por The Free to Choose Network, Buchanan se autodefine como un hombre de ideas, más preocupado por la libertad con que toman decisiones los actores individuales que por los resultados concretos que resultan de la cooperación social. A pesar de ser un economista, en sus últimos años, dice, su trabajo giró hacia la filosofía política (Buchanan, 2016).

La claridad de este posicionamiento a favor del liberalismo clásico no impidió que Nancy MacLean, una historiadora norteamericana, adujera que James M. Buchanan es la siniestra mente detrás del conservadurismo de extrema derecha, de la llamada alt-right, en su libro titulado Democracy in Chains. (2017) Afortunadamente, Buchanan no leyó esta calumnia, pues falleció en el 2013. Si lo hubiera hecho, respondería enérgicamente: «¡yo no soy conservador!». Curiosamente, su último libro completo se titula Por qué yo tampoco soy un conservador (2005). Eligió el título en alusión directa al discurso Por qué yo no soy un conservador dictado en 1957 por Friedrich A. Hayek ante la asamblea de la Sociedad Mont Pelerin, y publicado posteriormente como una posdata en Los fundamentos de la libertad (1960).

La teoría de la conspiración de Nancy MacLean, ya desmentida por varios autores, coincide con una crisis en el movimiento conservador de Estados Unidos. Diferentes sectores debaten cuáles son las características propias del conservadurismo estadounidense y quizás mundial. Emergen voces que proclaman la incompatibilidad entre los conservadores y el liberalismo clásico, y pregonan el fin del liberalismo, como hace por ejemplo Patrick Deneen en ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (2018). Por otra parte, muchos libertarios intentan divorciar su causa de la conservadora. ¿Era esto lo que intentaban hacer Friedrich A. Hayek (1899-1992) y Buchanan? ¿Qué dirían ellos para iluminar el debate de actualidad? ¿Es distinto el conservadurismo que ellos rechazan, del conservadurismo del siglo XXI?  Y, más puntualmente, ¿qué diferencias hay entre los argumentos de Hayek y de Buchanan en sus respectivos ensayos? ¿Qué aprendemos sobre el proyecto investigativo de public choice de los argumentos de Buchanan?

48 años de por medio

Hayek asumió este debate para orientar el rumbo futuro de la Sociedad Mont Pelerin —MPS—. Cuando escribió Por qué yo no soy un conservador, se dirigía concretamente a sus amigos-enemigos Russell Kirk (1918-1994) y Wilhelm Röpke (1899-1966).  Wilhelm Röpke había colaborado con Ludwig von Mises y Friedrich Hayek en la organización de la Mont Pelerin, en 1947; los tres eran reconocidas plumas dentro de la escuela austríaca de economía. Sin embargo, Röpke siempre insistió en la importancia de la tradición occidental cristiana para el proyecto liberal y esto generó polémica entre algunos liberales como Frank Knight, quien se opuso a nombrar la sociedad en honor de dos católicos, Lord Acton y Alexis de Tocqueville (Gregg, 2010, p. 170).

Russell Kirk, 19 años menor Röpke y Hayek, publicó The Conservative Mind en 1953. Inicialmente, Hayek hizo comentarios positivos sobre el libro y el libro, a su vez, aplaudió el individualismo que Hayek pregonaba. La tercera edición de The Conservative Mind, publicada después de la reunión de la MPS en 1957, ya no mencionaba a Hayek, en respuesta al mordaz discurso contra el conservadurismo (Birzer, 2013). Para poner el ensayo en contexto, explica Tait (2019), «Hayek claramente se dirigía a Kirk y a Röpke en una batalla discursiva sobre la dirección que debía tomar la Sociedad Mont Pelerin y la economía de mercado en general. A Kirk le caía mal Hayek. Él sugirió que la línea divisoria de la Sociedad Mont Pelerin era, a grandes rasgos, entre los cristianos y los “judíos secularizados” hostiles a la religión» (párr. 1). En realidad, explica Continetti (2018), Hayek públicamente propició el rompimiento. Posteriormente, Kirk dijo que el «libertarianismo era una calle sin salida porque fallaba en excitar la imaginación moral». Kirk resentía el hecho de que Hayek se refiriera a la religión como «misticismo».

En 1957, la MPS llegaba a su décimo aniversario y Hayek temía por el futuro de la organización y del movimiento liberal. A la altura de este año, ya había pasado el susto del avance del comunismo, la Guerra Fría ya había cumplido una década o más y Hayek quería que la MPS siguiera alerta y activa, buscando no solo oponerse al comunismo sino también instaurar proactivamente el liberalismo en diferentes países. Temía una MPS complaciente, aletargada o excesivamente cautelosa. Su discurso para esta ocasión contiene tantos párrafos dedicados a por qué no es liberal en el sentido estadounidense, como párrafos que resaltan tanto lo rescatable como lo negativo del conservadurismo. Se palpa la frustración personal de Hayek ante la convención de las etiquetas: ninguna etiqueta describe adecuadamente lo que él cree, porque los socialistas le robaron la palabra «liberal» y porque ciertos pensadores «conservadores» no entienden la libertad —como, por ejemplo, Kirk— o no la valoran tanto como él. También le disgusta la palabra «libertario»: «Lo que yo quisiera es una palabra que describa al partido de la vida, al partido que favorece el crecimiento libre y la evolución espontánea. Pero me he devanado los sesos sin éxito para encontrar un término descriptivo que se preste» (Hayek, 1960, p. 408).

Casi medio siglo después, Buchanan siente la necesidad de emprender el mismo ejercicio. Su libro contiene ensayos presentados ante la MPS. Como Hayek, él teme que el conservadurismo constituya una amenaza para dicha sociedad de intelectuales (Brennan, 2015). Al igual que Hayek, sus escritos describen tanto lo que entiende por liberalismo clásico como por conservadurismo, y su subtítulo así lo señala: La visión normativa del liberalismo clásico (Lawson, 2007). Incluso hace una comparación entre el liberalismo clásico y el liberalismo moderno, un proyecto que, por cierto, inquietó al mismo Röpke varias décadas antes. Es decir, tanto Buchanan como Hayek hacen un ejercicio comparativo entre las diferentes posturas filosóficas.

Lo que cambió entre 1957 y 2005 fue la situación política mundial. En 1989, cayó el Muro de Berlín y con él muchos de los regímenes marxistas-leninistas del mundo se desmoronaron. De una tensa Guerra Fría se pasó a un triunfalismo, quizás prematuro, a favor del liberalismo que Francis Fukuyama (1989) sintetizó en su obra, El fin de la historia: el siglo volvía a su punto de origen, a la «impertérrita victoria del liberalismo económico y político». Para cuando Buchanan publicó su libro en el 2005, no obstante, la victoria del liberalismo era cuestionable. El tamaño del aparato público estadounidense seguía creciendo en atribuciones y gasto público; el Estado Benefactor seguía en boga. La paz mundial era elusiva; los conflictos armados estallaban en Darfur, Irak, Irán, Pakistán, Macedonia, distintos países de África y Yemen, por nombrar algunos. Las sociedades desarrolladas experimentaban nuevos temores: desde posibles descalabros informáticos con la llegada del año Y2K, hasta el calentamiento global y el terrorismo. El ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001 había justificado una nueva expansión del gobierno estadounidense, más notablemente con la creación del Departamento de Seguridad Nacional en el 2002. Se produjo una guerra abierta contra posibles terroristas islámicos que, además, gozaba de popularidad entre los votantes estadounidenses.  Estados Unidos fue a la guerra en Irak por considerar que el régimen poseía armamentos nucleares. El sueño de una sociedad de personas libres seguía postergándose.

Los argumentos de Hayek

Hayek confiesa que sus creencias liberales encajan mejor con las ideas asociadas con el movimiento inglés whig, y más concretamente con la facción antigua liderada por el marqués de Rockingham, Charles Watson-Wentworth. Los llamados «rockinghamitas» fueron los protagonistas de la política británica entre 1765 y 1784, y Edmund Burke fue su líder intelectual. El rey Jorge III, temía Burke, intentaba subvertir el poder del Parlamento y restar peso a la constitución (Brown, 2015). Los whigs buscaban prevenir la concentración de poder en manos de la monarquía y recomendaban un gobierno restringido por normas constitucionales y el Rule of Law. De hecho, la limitación del poder fue también un objetivo de Anthony Ashley Cooper, uno de los fundadores del partido whig en 1678. Ashley es recordado por patrocinar la carrera profesional de John Locke.

Hayek menciona a sus mentores por nombre: Lord Acton, Edmund Burke, Thomas Macaulay y William Gladstone. Lamenta, también, que tanto el liberalismo inglés como el europeo continental y el estadounidense se desencaminaron, en parte debido a la Revolución francesa y a su talante racionalista. Entre los Padres Fundadores de Estados Unidos, agrega Hayek, el que mejor entendía la libertad era James Madison.

Además de deplorar la evolución de las ideas liberales desde esa época hasta el siglo XX, Hayek objeta la tendencia a sobresimplificar el espectro político en un continuo que va de la izquierda hasta la derecha. El pensamiento político no se circunscribe a una única línea recta, explica Hayek, sino que se asemeja más al triángulo representado gráficamente a continuación. En él, el socialismo, el conservadurismo y el liberalismo son cada uno un ángulo. El liberalismo y el conservadurismo comparten una actitud escéptica frente a la razón, opina el economista austríaco. Los liberales y los socialistas tienen en común que ambos esbozan principios claros, aunque estos chocan entre sí. En cambio, opina Hayek, tanto el conservadurismo como el socialismo tienden a recurrir al poder estatal para procurar ciertos fines.

Gráfica 1: Triángulo del pensamiento político

Fuente: elaboración propia a partir de la obra de Hayek.

Para Hayek, el principio no negociable, el cimiento de su edificio filosófico y la meta más preciada es la libertad individual. Introduce Los fundamentos de la libertad con una cita de Pericles y asevera que es tiempo de reafirmar una verdad antigua. El primer capítulo aclara que se trata de la libertad: de redefinir para la era moderna lo que significa vivir en un estado de libertad tal que se reduce todo lo que sea posible la coacción (Hayek, 1960, pp. 1 y 11). En el apéndice “Por qué yo no soy conservador”, agrega que aun cuando nos desagraden las ideas y las acciones del otro, debemos respetar su libertad. La coerción política debe limitarse lo más posible y jamás debe servir para extender privilegios a un grupo social. Y como ninguna sociedad ha sido plenamente respetuosa de la libertad individual, el liberal abraza el progreso y el cambio social, confiando en que eventualmente evolucionaremos hacia un orden espontáneo, no planificado deliberadamente. La libertad traerá crecimiento a los ciudadanos en forma dispar, pero no injusta, porque serán recompensadas las personas más creativas y trabajadoras. No existirán obstáculos regulatorios ni sociales al progreso de cualquier persona. Hayek agrega que la democracia es el sistema político menos nocivo, siempre y cuando no caiga en manos de una élite.

El ensayo de Hayek hace dieciocho críticas al conservadurismo, pero estas pueden agruparse en tres grandes rubros: un débil compromiso con la libertad individual, su anuencia a recurrir al poder político para lograr objetivos conservadores y su aparente aversión al cambio.

Tabla 1: Críticas al conservadurismo en el ensayo de Hayek

Rubro Críticas al conservadurismo
Débil compromiso con la libertad Fue lo opuesto al liberalismo antes de que surgiera el socialismo.
No entiende cómo funciona el mercado libre.
Sigue modas y se deja arrastrar en direcciones no elegidas por sus adeptos o hace alianzas con los socialistas.
Plantea una «tercera vía» que evita extremismos.
Cree que es necesaria la autoridad para producir el orden; el gobierno debe ser rígido.
Usa autores liberales como Macaulay, Tocqueville, Acton, y Burke para sustentar su teoría de orden social.
Sostiene que hay personas superiores en estándares, valores y posición. La élite recibe privilegios, monopolios y tiene mayor influencia en decisiones políticas.
Es oscurantista: prefiere ideas antiguas, por el hecho de que son antiguas, que la argumentación.
Defiende el statu quo mediante el misticismo y no mediante argumentos racionales.
Uso del poder político Es complaciente con el poder estatal fuerte y cargado de autoridad: este es requerido para controlar a la sociedad y frenar cambios.
No pone límites al poder cuando considera que personas decentes gobiernan.
Usa el poder estatal para imponer sus valores, como por ejemplo cuando protegen un sector económico.
No comprende que el verdadero mal es el gobierno ilimitado y practica el autoengaño cuando ignora el tinte antidemocrático del conservadurismo.
Tiene predilección por el nacionalismo y es hostil al internacionalismo, construyendo así un puente para el pensamiento colectivista: de «nuestra» industria a «nuestra» nación.
A pesar de su antagonismo al internacionalismo, es imperialista por cuanto cree que es su obligación llevar la civilización a otros por medio del gobierno.
Aversión al cambio No ofrece una visión de futuro ni una propuesta alternativa.
A pesar de reverenciar el crecimiento espontáneo del lenguaje y la ley, tienen reservas sobre cambios futuros.
Dado que recela de la teoría y no tiene ideales propios, desconfía de las ideas nuevas por el hecho de ser nuevas.

Fuente: elaboración propia a partir de la obra de Hayek.

En resumen, Hayek desconfía de cualquier argumento que no ponga el corazón en la libertad individual. Por otra parte, hace observaciones favorables al movimiento conservador, particularmente el de Estados Unidos. Los Padres Fundadores instituyeron una república respetuosa con la libertad individual. De esa cuenta, el conservador estadounidense defiende la libertad porque es su tradición. En contraste, el conservador ve con recelo al liberalismo.

Los pensadores conservadores nos ayudan a entender cómo funciona la sociedad de personas libres, incluyendo cómo emergen la ley, el lenguaje y la moral porque ellos estudian con amor y reverencia los valores de las instituciones maduras. Es más, afirma Hayek, el conservador típico posee fuertes convicciones morales, aunque esta actitud no necesariamente se traduzca en claros principios políticos.

Otro cumplido que hace Hayek a los conservadores es que son humildes: junto con los liberales, reconocen que no tienen todas las respuestas y guardan una cierta desconfianza de la razón humana. Hayek también reconoce su prudencia por preferir el cambio lento en algunos momentos históricos y en lo que respecta a propuestas para modificar las políticas públicas o efectuar cambios institucionales. Los conservadores libraron la batalla en contra del socialismo y el progresismo, y también lo hicieron frente a los abusos de la Revolución francesa.

Los argumentos de Buchanan

James M. Buchanan publicó la colección de ensayos Why I, too, am not a conservative, porque le molestaba ser etiquetado como conservador. A veces, sus opiniones sobre políticas públicas o temas de actualidad coincidían con las de conocidos conservadores, por eso quiso demostrar que, aunque llegara a las mismas conclusiones, él partía de un razonamiento clásico-liberal.

Como Hayek, Buchanan cree que esta confusión se produce porque los liberales clásicos y los conservadores se enfrentan a un enemigo común: el socialismo o el colectivismo (Meadowcroft, 2006). Es preciso recordar aquí que el discurso de Hayek nace de una preocupación puntual: ¿deben los liberales clásicos seguir aliándose con los conservadores en los años sesenta? Hayek elige una cita de Lord Acton para encabezar su discurso, una cita que advierte que «los amigos sinceros de la libertad han sido pocos, y sus triunfos se han debido a minorías que han prevalecido aliándose con auxiliares cuyos objetivos frecuentemente diferían de los propios; y esta asociación, que es siempre peligrosa, ha sido a veces desastrosa, dando a los opositores justas razones de su oposición» (Hayek, 1960, p. 395).

John Meadowcroft (2006) opina que el liberalismo de Buchanan y Hayek es, en última instancia, utópico: «Buchanan cree que el modelo liberal es un tipo-ideal que debe inspirar y al cual debemos aspirar. La utopía liberal de Buchanan se basa en la creencia de que “todos podemos ser libres”: el liberalismo ofrece la posibilidad que la libertad individual y la igualdad política pueda lograrse simultáneamente y para todos. Al minimizar el papel del gobierno en la sociedad, la esfera de libertad individual puede maximizarse y las elecciones públicas limitadas pueden hacerse tan cerca de la unanimidad como sea posible» (p. 86).

El argumento de Buchanan se diferencia del de Hayek en su tono y acento. Un asunto prácticamente ignorado en el discurso de Hayek, el «igualitarismo moral», es el punto focal del economista de Tennessee. Para Buchanan, moralmente hablando, todos los seres humanos somos iguales. A Buchanan le desagrada la suposición atribuida al conservadurismo, según la cual existe una natural jerarquía de las personas en una sociedad. Los conservadores piensan que «muchas personas no son capaces de conducir sus vidas efectivamente sin algún grado de autoridad para restringir malos comportamientos o fomentar buenos comportamientos», explican Lawson (2007) y Brennan (2015).

Buchanan asigna la categoría de «principio conservador» a dicha postura favorable a la jerarquía social. En cambio, Hayek tiende a ver el conservadurismo como una postura oportunista y vacía de principios propios (Lee, 2007). Durante su vida, James M. Buchanan experimentó la discriminación por ser un joven sureño del área rural. Cursó estudios en colegios y universidades modestas antes de llegar a la Universidad de Chicago. Sus inclinaciones eran pacifistas, populistas y demócratas antes de pelear en la Segunda Guerra Mundial y estudiar en Chicago, aclara en su ensayo autobiográfico, Better than Plowing (2007). Se catalogaba a sí mismo en esa época como un libertario socialista. Escribe: «Fui objeto de la discriminación abierta con base en el favoritismo por los productos de las universidades establecidas en el este. Esta solemnizadora experiencia me hizo simpatizar para siempre con quienes experimentan un trato discriminatorio» (p. 4).

A lo largo de su carrera profesional, Buchanan se mantuvo alejado del «establecimiento del este», evitando las universidades de abolengo. Permaneció siempre en los estados del sur: nunca perteneció al mainstream (Brennan, 2015). Nos recuerda Brennan que a Buchanan le desagradan los ricos y mimados hijos de los empresarios que amasaron una fortuna. Estos hijos arrancan sus vidas con unos privilegios y condiciones inmerecidas que los colocan por encima de jóvenes menos afortunados. De allí su interés por el proyecto intelectual a favor del igualitarismo de John Rawls, guardando la distancia entre sus teorías.

La premisa de que todos somos iguales tiene implicaciones drásticas para la organización política. Implica que todos debemos tener iguales oportunidades de participar en la toma de decisiones gubernamentales. El parámetro de unanimidad, uno de los principios centrales del pensamiento de Buchanan, no es un sueño quimérico sino una exigencia para cumplir con la inclusión ecuánime de todos los miembros de la sociedad. El contractualismo de Buchanan también deriva de esta observación. Los gobernados y los gobernantes son iguales, y se obligan unos a otros mediante un contrato que descarta la posibilidad de que una minoría o una mayoría imponga su voluntad en los demás.

La crítica buchaniana a los economistas del bienestar deriva de esta noción de igualdad. Cualquier persona que intente elaborar una función de bienestar social no puede meramente recabar o documentar las valoraciones individuales de los miembros de la sociedad. Inevitablemente pasará juicio sobre los juicios de valor individuales, o, en otras palabras, jugará a ser Dios. Para Buchanan, es esencial que la toma de decisiones colectiva no sea secuestrada por grupos elitistas que impongan sus valores en el resto de la comunidad (Kliemt, 2014).

Una democracia genuina es aquella en la que todas las personas reciben trato como iguales. De ser manipulada o controlada por una élite, la democracia se convierte en una falsa democracia. Opina Meadowcroft (2006) que el análisis económico de las decisiones públicas —public choice— puede impresionarnos por ser una corriente escéptica de la democracia, o contraria a la misma, pero la apuesta de Buchanan es por una democracia verdaderamente igualitaria.

Según Buchanan, el conservadurismo se asocia con la ética de la compasión: las clases altas están llamadas a sentir compasión por los menos afortunados. Vemos otra vez su rechazo a la noción de una jerarquía entre las personas. El liberalismo clásico, en contraste, es coherente con una ética de la reciprocidad, la cual «presupone la igualdad natural entre las personas y requiere que cada quien sea tratado con justicia de acuerdo a reglas de conducta comunes» (Lee, 2007). A Buchanan le molesta que los conservadores sean paternalistas y que consideren necesario o prudente usar el poder estatal por motivos de compasión. Eso sí, explica Hamlin (s.f.), Buchanan cree que este paternalismo se debe a que el conservador no logra reconocer el valor de la libertad y la responsabilidad individual en toda su magnitud.

En el plano constitucional se puede resguardar la libertad individual y concebir a los gobernados como iguales. En 1998, James Buchanan y Roger Congleton propusieron el candado constitucional como cura al trato desigual de los ciudadanos en su artículo Politics By Principle, Not Interest: Towards Nondiscriminatory Democracy. La novena enmienda de la constitución de Estados Unidos establece que las personas retienen derechos aún y cuando estos no estén enumerados en la Constitución. Buchanan le apuesta a que, a la hora de determinar el marco constitucional, seamos capaces, movidos por interés propio y porque no sabemos qué rol jugaremos a futuro, de optar por reglas que ensanchen la esfera de la libertad personal. En El futuro de la democracia (2003), Buchanan concede que la democracia se corroe por el juego de búsqueda de rentas o la repartición de privilegios, subsidios, protecciones y cualquier otra desigualdad legal. Las decisiones colectivas deberían tomarse de forma imparcial, siguiendo el principio de generalidad o no discriminación, impidiendo estas reparticiones sectarias. Tendrían que dar un peso idéntico a cada votante-ciudadano. Al adoptar un pensamiento constitucional —macro—, evitamos la mentalidad parasitaria. Debemos colocarnos tras el velo de la incertidumbre antes de elegir políticas públicas. Hay que impedir a los explotadores oportunistas predar sobre los demás ciudadanos mediante estas reglas generales de relevancia constitucional.

Llevar a la práctica esta propuesta es difícil y Buchanan lo reconoce. Un reto complicado de su visión tiene que ver con qué tan capaces somos todos los ciudadanos de tomar decisiones autónomas y responsables. ¿Queremos ser tomados en cuenta? Buchanan incluso llega a recomendar la educación cívica y política para las personas que se contentan con seguir siendo dependientes, aunque, como señala Meadowcroft, los tutores podrían ser vistos como «superiores», por lo menos en civismo, que los instruidos. Buchanan (2003) quiere creer en la capacidad de las personas de darse su propio gobierno y tener un decir en él y dice: «siento la obligación moral de dar el requerido salto de fe y pensar y actuar como si las personas pudieran, en verdad, ser individuos libres y responsables». En su horizonte, la libertad personal se vincula a la participación política.

Al igual que Buchanan, Hayek prefiere evitar el uso del poder para la imposición de agendas de mayorías o minorías. Su lenguaje, sin embargo, es distinto. Para Hayek, el liberalismo y la democracia se cruzan en la exigencia de que todos los hombres tengan igual participación. Es parte de la expectativa de la igualdad ante la ley. En ausencia de un marco liberal, discierne Hayek, la democracia no tendrá interés en restringir el poder de coacción, sino únicamente en hacer valer la opinión mayoritaria (1960, p. 103). Ya mayor, cuando escribe el volumen 3 de Derecho, legislación y libertad (1979), Hayek propuso lo que denominó «demarquía sin democracia», o una fórmula de gobierno que incluye un senado no político. La finalidad de dicho senado era evitar una excesiva intervención gubernamental en las vidas de los ciudadanos. A criterio de Charles Baird (1989), en esta propuesta Hayek es tan constructivista como Buchanan: «reconoce, sobre la base del public choice, que las minorías pueden gobernar en una democracia mayoritaria […] propone una solución constructivista constitucional, la demarquía, y afirma que, si su diseño constructivista fuera ensayado por cualquier país, la prosperidad resultante crearía un consenso de que la demarquía debería ser imitada» (p. 227). Hayek sigue a Buchanan, entonces, en la noción de que tomamos decisiones sobre el marco constitucional y dentro de dicho marco.

Además de la disyuntiva entre igualdad y desigualdad ciudadana, Buchanan agrega entre sus críticas al conservadurismo su reticencia al cambio (Lee, 2007). Tanto Hayek como Buchanan observan que el conservador asigna un valor o, en palabras de Buchanan, un «valor privilegio» al statu quo por el mero hecho de serlo. Observa Brennan (2015) que Buchanan guarda un cierto afecto por el statu quo, por lo menos en el sentido de que cualquier cambio o acción normativa parte de lo que tenemos hoy, no de la nada. Como Buchanan es contractualista, asume que el estado actual de las cosas fue de alguna forma pactado y es, por lo tanto, un arreglo al cual las personas optaron suponiendo que supera a otros arreglos alternativos (Brennan, 2015). De allí que su abordaje de las reformas institucionales —al statu quo— tenga un aliento un tanto conservador; lo admite él mismo. Pero él «difiere de los conservadores y de Hayek en su mayor disposición a aceptar cambios constructivistas en las reglas fundamentales, siempre y cuando los cambios se ajusten a la prueba del acuerdo entre quienes se atarán a las reglas» (Lee, 2007).

Para los liberales clásicos, las instituciones sociales tienen valor, no porque nos fueron transmitidas por generaciones anteriores, sino por su capacidad de hacer valer la libertad individual. Es decir, las instituciones valen por sus méritos liberales, no por su antigüedad. El marcado acento en la evolución social de las instituciones en Hayek retrata a las instituciones que han «crecido» o madurado a lo largo del tiempo como más valiosas, una postura que podría catalogarse de conservadora (Hamlin, s.f.).

Un último principio conservador identificado por Buchanan es el de asignar valor objetivo a las cosas. El liberal solo reconoce el valor subjetivo; el conservador opina que hemos de descubrir el valor de las cosas, un valor dado, que se ubica fuera de nuestra subjetividad. El problema con la valoración objetiva, para Buchanan, es que alguien designa qué es valioso para los demás. Nuevamente, ello acarrea la desigualdad y el privilegio (Lee, 2007). «Los valores generales tenderán a emerger de un proceso evolucionado, pero no necesitan ser permanentes ni ser aplicados con igual fuerza a todos los grupos u órdenes sociales», explica Lee de la forma de pensar clásico-liberal.

En resumen, Buchanan dice que él no es conservador porque no cree en la desigualdad natural de las personas, porque ve con beneplácito el cambio y porque es subjetivista en su abordaje del valor.

La tesis de MacLean es falsa

La explicación anterior hace ripio la difamación de Nancy MacLean en Democracy in Chains (2017). Vale la pena revisitar la tesis ya desacreditada. Según el dramático titular de la edición de julio del 2017 de The Atlantic, MacLean acusa a Buchanan de ser el «arquitecto de la derecha radical». Ella afirma que Buchanan era un conservador específicamente por tres razones: a) era racista y favorecía las políticas de segregación, b) se opuso al Nuevo Acuerdo de Roosevelt y sus sucesores movido por lealtades al conservadurismo sureño, y c) Buchanan construye sobre el pensamiento de John C. Calhoun (1782-1850), quien famosamente argumentó que la esclavitud era buena para el esclavo y el amo (Magness et al., 2018).

Es absolutamente imposible reconciliar el racismo o la esclavitud con la enfática defensa del igualitarismo moral en Buchanan o con la centralidad que juega esta idea en su concepción de la democracia. Buchanan alude a la igualdad moral de todos los ciudadanos sin distinción. Visualiza una democracia que efectivamente hace valer cada voz. Crecer en Tennessee afirmó a Buchanan en sus ideales antielitistas, no al revés. Su propuesta de public choice no pretende tirar a la basura la democracia para reemplazarla por un gobierno reaccionario e impositivo que reste derechos a un grupo social en particular sino todo contrario. Y menos por motivos raciales.

Si existen similitudes entre los discernimientos elaborados por Calhoun y Buchanan, ciertamente no tienen que ver con una defensa de la esclavitud o del racismo. Calhoun se opuso a aranceles proteccionistas y defendió la posibilidad de que los estados vetaran decisiones emanadas del gobierno central. Estas ideas sí concuerdan con el federalismo y el rechazo a los privilegios presentes en los escritos de Buchanan. Como señala Weiner (2017), «su enfoque constitucional sobre el punto del veto es similar al de John C. Calhoun; Buchanan es por tanto embadurnado por asociación, con la visión racista de Calhoun» (párr. 2). Se trata de un burdísimo non sequitur.

MacLean es partidaria del progresismo de izquierda. Buchanan rechaza el progresismo precisamente por su rigurosa adhesión al igualitarismo moral. El progresismo emplea el poder del Estado para privilegiar a grupos sociales, ya sea sobre la base de la raza, el sexo, la condición social, etc. Obnubila al individuo en favor de un amorfo colectivo. Y es discriminación, si se quiere a la inversa, pero discriminación. Usualmente, apela a un puñado de intelectuales iluminados, quienes deciden quienes son los beneficiarios y los expoliados. El progresismo enmarca la política en un juego de poder de suma cero, es corporativista y rentista. En contraste, Buchanan propone una sociedad contractual que maximice la libertad y la responsabilidad individual.

MacLean afirma que Buchanan es el padre intelectual del movimiento alt-right, una abreviación de «derecha alternativa» que se caracteriza principalmente por ser un movimiento fascista y nacionalista que exalta la raza blanca. El fascismo tiene más en común con el totalitarismo y autoritarismo que con las ideas de la libertad y con el conservadurismo en la línea de Burke, por ejemplo. No es un movimiento clásico liberal, ni libertario, ni tampoco conservador o cristiano.

Brad Griffin, dueño de un blog titulado Occidental Dissent (OD), afirmó una vez que el propósito de la alt-right era retar el pensamiento libertario y conservador para intentar atraer a los jóvenes que no simpatizan con la derecha tradicional, pero tampoco con la izquierda. Los grupos auténticamente conservadores en Estados Unidos, en contraste, buscan conservar las ideas de la libertad, enarboladas por los Padres Fundadores, y los valores centrales de la cultura estadounidense como por ejemplo la prudencia y la tolerancia.

En materia económica, la alt-right parece favorecer el proteccionismo nacionalista en lugar de la libertad de mercado. Además, el pensamiento racista es por naturaleza colectivista, con lo cual no valora el subjetivismo metodológico inherente al ejercicio de la libertad económica. No son desconfiados de la autoridad política ni rehuyen a medidas de coacción, siempre y cuando sean ellos los que ostenten el poder para imponer sus ideas. Es fácil concluir que este movimiento alt-right debe muy poco a los escritos de James M. Buchanan y que Buchanan renegaría de ellos instantáneamente.

Matices conservadores en el pensamiento de Hayek y Buchanan

Tanto Hayek como Buchanan se tomaron la molestia de explicarnos por qué ellos se consideraban a sí mismos liberales clásicos y no conservadores. De sus ensayos se podría desprender la conclusión de que no se puede ser conservador y liberal al mismo tiempo. Sin embargo, hay personas que se etiquetan a sí mismas conservadoras-liberales o liberales-conservadoras. No cabe la menor duda de que Wilhelm Röpke y Russell Kirk se consideraban a sí mismos tanto liberales como conservadores: comprendían bien el mercado libre y lo defendían a cabalidad. Por otra parte, y quizás porque las raíces cristianas de Europa son innegables con salvadas excepciones, los pensadores que dieron origen al liberalismo clásico eran conservadores, tanto en sus vidas personales, como en sus consideraciones sobre la sociedad.

En Una defensa del liberalismo conservador, Francisco José Contreras (2018) incluye un capítulo titulado “Por qué Hayek sí es conservador”. «Hayek se fabrica […] una caricatura del conservadurismo, un hombre de paja al que alancear cómodamente, para después presumir de progresismo», escribe Contreras. (2018, p. 101). Explica Contreras que Hayek realmente se opone al pensamiento reaccionario «ultraconservador». Rechaza las ideas de De Maistre, Bonald, Chateaubriand, pero no las de Locke, Montesquieu, Adam Smith, John Adams, James Madison y otros pensadores clásico-liberales y conservadores. A criterio de Contreras, ellos representan un ala conservadora que sí comprende cómo funciona el libre mercado y que sí valora la libertad individual. Señala Contreras que Edmund Burke escribió una reseña entusiasta de La riqueza de las naciones de Smith, por ejemplo.

Hayek escribió que los conservadores tienen miedo a las nuevas teorías y a la investigación científica. Contreras (2018) afirma que es una acusación falsa, pues fueron los pensadores dentro de la tradición «liberal-conservadora» quienes dieron vida a nuevas ciencias y legaron al mundo conocimiento científico nuevo: Acton, historia; Locke, epistemología; Smith, economía; Montesquieu, sociología (pp. 104-105).

Contreras repara también en la quisquillosidad de Hayek con las etiquetas: no se llama a sí mismo ni conservador, ni libertario, ni liberal, sino whig. Reclama para sí, entonces, una tradición intelectual conservadora y liberal, burkeana. «El viejo whig más emblemático fue […] Edmund Burke, que terminó rompiendo con el partido, escandalizado por su deriva progresista-revolucionaria». Hayek simpatiza con Burke cuando el segundo escribe: «Los hombres están cualificados para la libertad civil en exacta proporción a su disposición a poner cadenas morales a sus apetitos» (Contreras, 2018, p. 111).

Quizás la observación más incisiva de Contreras es que el énfasis hayekiano en la evolución parte de una corazonada puramente conservadora. Arthur Bloom (2013) concuerda: «la idea de una sociedad civil como un sustrato no dirigido por cualquier arreglo político parece conservadora por antonomasia, hasta burkeana». ¿Cuáles son esas tradiciones e instituciones sociales que han crecido espontáneamente y que no fueron planificadas por políticos? El lenguaje, la familia, las asociaciones religiosas, etc. Las reglas y tradiciones son «depósitos de experiencia social, repertorios de soluciones» (Contreras, 2018, p. 113). La genuina libertad no es resultado de abruptos cambios, según Hayek, sino de un lento y prudente desarrollo. «Ese Hayek que dice “no ser conservador” (¡!) ofrece una de las más inspiradas apologías de las instituciones tradicionales que registra el pensamiento contemporáneo» (p. 114), exclama Contreras. Hayek acota en Los fundamentos de la libertad que: «La libertad nunca ha funcionado sin creencias morales profundamente arraigadas y que la coerción puede reducirse al mínimo solo donde, como regla, puede anticiparse que los individuos se sujetarán voluntariamente a ciertos principios» (Hayek, 1960, p. 62). Hayek refiere esta frase a citas de Burke, y menciona también a Tocqueville y James Madison. La idea está presente también en Montesquieu.

En otras palabras, Hayek no es un progresista porque no está dispuesto a descartar el pasado. Bloom (2013) lo expresa así: «rasgar la sociedad desde la raíz y rediseñarla no era lo que él tenía en mente» (párr. 10). Hayek no está a favor de cualquier cambio, ni equipara el cambio con el avance; es consciente de que la evolución nos puede desencaminar. ¿Cómo sabemos si la civilización progresa o retrocede? Midiendo el apego voluntario a principios, entre ellos, el principio de la libertad.

El conservador Roger Scruton (2018) escribe que la defensa hayekiana de los mercados libres, a partir de su defensa de los órdenes espontáneos es esencialmente conservadora. Para Hayek, el conocimiento económico vive en un sistema espontáneo generado por los actos libres de miles de demandantes y oferentes racionales. El mercado no es el único orden espontáneo ni se basta a sí mismo: «el mercado se mantiene en lugar gracias a otras formas de orden espontáneo, de los cuales no todos pueden ser entendidos como meros mecanismos epistémicos, pero algunos de los cuales, como las tradiciones morales y legales, por ejemplo, crean una especie de solidaridad que los mercados, dejados a sus propias fuerzas, erosionarán» (párr. 9).

Brennan (2014) parece poner un punto y final a estos razonamientos: «Pienso que el jurado ha resuelto. La oposición [de Hayek] al conservadurismo depende por supuesto de que busca que el conservadurismo le provea de algo que éste no puede ni desea proveer: una postura política sustantiva, un posicionamiento en la dirección hacia la cual debe proceder el movimiento».  El liberal no puede ser «anticonservador» sobre esta base. Lo opuesto del conservador, dice Brennan, es el radical o el progresista radical. Por tanto, es posible ser conservador y liberal.

Y en el caso de Buchanan, ¿tiene su programa de investigación matices conservadores? En su vida personal, Buchanan estuvo casado con Anne Bakke durante 60 años, forjando un matrimonio estable, aunque no tuvieron hijos. Le gustaba retirarse del mundo a una cabaña donde podía trocear leña y hacer oficios manuales. Cumplió con su «deber» cívico al pelear en la guerra. Fue un maestro responsable y dedicado, y un buen vecino. A pesar de ello, su conducta no estaba inspirada por motivaciones religiosas porque expresó aversión a la religión. En resumidas cuentas, vivió una vida austera, humilde y ferozmente privada, tremendamente conservadora.

En Moral Community, Moral Order or Moral Anarchy, Buchanan (1981) se distancia del evolucionismo cultural de Hayek. El respeto mutuo que se tienen las personas que conviven en sociedad no necesariamente se concreta en una comunidad moral. Es fácil mantener el orden cuando las personas se adhieren voluntariamente a los acuerdos colectivos. Buchanan reconoce que existen entre los miembros de la sociedad ciertos valores morales compartidos que pudieran ser anteriores a la formación del contrato social. Cuando diferentes comunidades, con diferentes valores, buscan convivir unas con otras, posiblemente requieren de un agente que imponga el orden. Buchanan observa que tanto la injerencia gubernamental como la adhesión a una comunidad moral reducen el ámbito de libertad personal. «El Gobierno es en sí parcialmente responsable por la erosión del orden moral tradicional en América» (p. 197), afirma Buchanan (1981), porque cuando el gobierno intenta hacer valer reglas que no se conforman a las tradiciones morales de las personas, las personas desconfían de las reglas estatales y, por extensión, empiezan a desconfiar también de las normas sociales informales. Sin embargo, cuidadosamente evita un lenguaje evolucionista respecto del origen de las reglas o de los valores morales. No cree que provengan de una autoridad religiosa-moral. En Buchanan, la libertad personal exige la posibilidad de elegir las reglas, incluso las reglas morales.

Este tipo de razonamiento es menos conservador que el de Hayek. Geoffrey Brennan, escribiendo conjuntamente con Michael Munger (2014), emite una sentencia clara: «No era un conservador, sino un radical, optimista sobre la aplicación de la razón humana a los problemas de la acción colectiva». Se veía a sí mismo como un pensador radical, tanto así que cuando recibió el Nobel comentó: «he enfrentado batallas de las ideas a veces solitarias y mayormente fracasadas durante 30 años ya, en mi esfuerzo por alinear las opiniones de los economistas académicos con las de la persona en la calle […] mi tarea ha sido la de “deseducar” a los economistas» (como se cita en McFadden, 2013, párr. 24). Según Brennan y Munger, Buchanan rechazó el conservadurismo de Burke. No guardaba reverencia alguna por la tradición o por símbolos heredados. En todo caso, respetaba a la mujer y al hombre corrientes. Él creía que las personas tenían que labrarse su propio contrato social, sus propias reglas, y diseñar el juego sociopolítico dentro del cual se zambullirían.

En Buchanan, las reglas, más que emerger de una larga tradición de prueba y error, surgen de un esfuerzo constructivista y deliberado, uno que deliberadamente limita la excesiva participación de élites sociales o tecnócratas iluminados. Buchanan no niega la existencia de tradiciones o reglas históricas ni de parámetros morales, pero estos pasan a ser evaluados y ajustados por los miembros vivos de la sociedad.

A pesar de lo anterior, Buchanan habla de un retorno o una restauración: él quiere conservar los valores de libertad que inspiraron a los fundadores de Estados Unidos (Brennan, Geoffrey y Buchanan, 1999). «La sabiduría y el entendimiento de los Padres Fundadores se ha erosionado seriamente en nuestro tiempo», afirma con Brennan (1987) en La razón de las normas. El crecimiento en tamaño y atribuciones del aparato estatal va en detrimento de estos ideales fundacionales. La constitución ya no sirve para frenar el activismo político. En el capítulo 9 de ese libro, Buchanan y Brennan hablan de una reforma democrática para restaurar los candados que garantizan la libertad individual de los estadounidenses. Este es un anhelo conservador.

Conclusiones

Hayek y Buchanan rechazan la etiqueta de conservador porque se consideran liberales clásicos. Ambos se sienten herederos de autores como Adam Smith, Lord Acton, John Locke y James Madison, aunque Hayek expresa simpatía hacia Edmund Burke y Buchanan hacia Thomas Hobbes. Para Hayek, es vital la preeminencia de la defensa de la libertad individual, mientras para Buchanan es vital el igualitarismo moral. Ambos expresan adhesión a la democracia limitada o lo que Sartori llama democracia liberal. Ambos valoran el rol que juega la constitución en delimitar el poder político y las instituciones republicanas.

Les disgusta la animadversión al cambio, aunque Hayek reconoce la necesidad de ser prudentes al cambiar y Buchanan prefiere la reforma pacífica a la revolución. Hayek objeta a la falta de contenido programático en el movimiento conservador que, según él, formula propuestas indefinidas y maleables, mientras Buchanan objeta a la adhesión a una visión jerárquica de la sociedad. Es posible que sus respectivas definiciones de conservadurismo estén sesgadas o sean reduccionistas, «un hombre de paja», como afirma Contreras.

La etiqueta de conservador que Hayek y Buchanan rechazan no coincide con el fraccionado conservadurismo del siglo XXI. Así como hay diferentes formas de ser liberal clásico, hay diferentes formas de ser conservador. El movimiento conservador estadounidense, por ejemplo, atraviesa una crisis de identidad que ejemplifica este extremo. Tan solo dentro del Partido Republicano existen, por lo menos, ocho grupos distintos. A continuación, se describe el listado en una tabla.

Tabla 2: Facciones conservadoras en el espectro político de Estados Unidos

Facción Descripción
Derecha cristiana/ conservador social Aplican su comprensión de principios cristianos a la política pública; abogan por posturas socialmente conservadoras en contra del aborto, la eutanasia, el matrimonio del mismo sexo, etc.
Neoconservadores Abogan por intervenciones militares en otros países para instaurar regímenes democráticos; abogan por la movilización unilateral cuando persigue fines morales; defienden a Israel. Suelen estar de acuerdo con los conservadores sociales, pero no necesariamente quieren imponer sus puntos de vista.
Paleoconservadores/ tradicionalistas Les interesa la historia. El nacionalismo, la identidad europea, el regionalismo, las tradiciones, el gobierno limitado y la ética judeocristiana son algunas de sus causas. Algunos favorecen el proteccionismo económico; otros, en la línea de Kirk y Burke, hablan de libertad individual y Estado de derecho.
Movimiento

Tea Party

Busca la responsabilidad en materia fiscal, piden bajos impuestos y menos gasto público. Son minarquistas. Comparten muchas posturas con los libertarios-conservadores.
Libertarios En los sesenta, Frank Meyer propuso el fusionismo entre ideas conservadoras y liberales. Este grupo aboga por la libertad y el no intervencionismo en la política exterior.
Moderados A veces son tildados de ser conservadores de negocios: son moderados en temas económicos, pero socialmente liberales. A veces favorecen regulaciones para armas de fuego, aborto, inmigración o temas ambientales, a diferencia de otros republicanos.
Conservadores crujientes/ comunitaristas Más que preocuparse por asuntos políticos, piden que seamos buenos guardianes de la naturaleza y evitemos el materialismo. Algunos conservadores católicos como Deneen hablan de retirarse a comunidades autosuficientes, donde se comparten los recursos.
Coalición de Reagan Durante su gobierno, Ronald Reagan logró forjar una coalición que incluye a los religiosos, los libertarios, los tradicionalistas, los neoconservadores y los anticomunistas.

Fuente: Elaboración propia con base en datos aportados por Meyrat (2019), Ebeling (2004) y Hawkins (2019).

La lista podría contener más clasificaciones. Por ejemplo, Hawkins (2019) agrega al conservador «mediático», un tipo relativamente ignorante que se contenta con la escasa información que recibe tras una superficial búsqueda electrónica. Esto se dirige a la supuesta aversión conservadora al pensamiento crítico o al conocimiento racional. Nótese que ninguna de las fuentes incluye a la alt-right como una rama del movimiento conservador estadounidense —el extremismo racista fascista no es parte del abanico conservador—.

Evidentemente, algunas facciones adoptan posturas irreconciliables: o los mercados operan libremente o se regulan; o se legisla para prohibir la portación de armas o se deja a las personas en libertad; o se impone una visión bíblica en las escuelas o se prohíbe. ¿Qué une, entonces, a estas facciones tan dispares? Según Lee Edwards (2017), los elementos en común son «los lazos directos con la revolución americana y las raíces de la civilización occidental», sus raíces en los valores y las tradiciones de Estados Unidos, su rechazo al socialismo y el progresismo y su compromiso con los principios de «vida, libertad y la persecución de la felicidad». Edwards resalta la capacidad del movimiento de adaptarse a nuevos tiempos políticos para captar votos en contiendas electorales dándole la razón a Hayek, en cierta medida. A juzgar por las descripciones de las distintas facciones, el compromiso con los principios fundantes de Estados Unidos es variable, así como inconstante su defensa de la libertad individual, tan relevante para Hayek.

El movimiento conservador de los años 50, cuando Hayek escribió su ensayo, no estaba tan fragmentado. James M. Buchanan sí fue testigo de la evolución del movimiento en distintas ramas. Sin embargo, Buchanan, como Hayek, se centra en unas pocas características del conservadurismo y no alude al fraccionamiento del movimiento conservador en su país natal.

Finalmente, aprendemos de estos ensayos de Hayek y Buchanan sobre el proyecto investigativo de public choice. Salta a la vista la diferencia metodológica entre Buchanan y Hayek, por ejemplo. El énfasis puesto en la forma en que los miembros de la sociedad toman decisiones colectivas, en vez de en principios filosóficos, hace único al proyecto de public choice. Sin embargo, el artículo coescrito con Congleton demuestra la importancia que Buchanan asigna a los principios. Public choice reviste sus exploraciones de un matiz objetivo y casi empírico, incluso cuando la temática es de índole normativa, como es el caso de la preferencia filosófica personal de Buchanan. Sin embargo, no se puede decir que en los escritos de este autor en particular el public choice se aleje del liberalismo clásico o lo contradiga. Buchanan y Hayek, ambos, hacen aportes valiosos a la defensa de una sociedad de personas libres y responsables.

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