Carroll Ríos / / 31 de mayo del 2019

El futuro de la democracia

En 2003, James M. Buchanan publicó el artículo titulado «El futuro de la democracia». Allí afirma que: «La democracia como estructura política fracasa en la medida en que las agencias de gobierno son consideradas como recursos para promover los intereses de grupos identificados a expensas de otros» (p. 37).

La observación es clave. Los mecanismos para tomar decisiones colectivas tendrían que ser imparciales: tendrían que cumplir con «el principio de generalidad, o no discriminación» (Buchanan, 2003, p. 36). Tendrían que dar un peso idéntico a cada votante-ciudadano. Nos defrauda la democracia cuando los dados están cargados a favor de los grupos de presión, ya que dichos grupos toman ventaja de su amistad con las elites que diseñan y ejecutan las reglas. A su vez, las elites usualmente desdeñan la capacidad de elección autónoma del votante. La expoliación legal de unos por otros, para usar la terminología de Bastiat, o la política redistributiva, arruina la democracia. El gobierno constituido en repartidor de regalos se convierte también en expoliador. Por definición, quien redistribuye tiene favoritos. Quien redistribuye desconfía en la capacidad de toma de decisión de la persona individual, así como en la agregación de las preferencias individuales. Convierte la democracia en una fachada para legitimar la expoliación.

«Un porcentaje cada vez más grande de la población ha llegado a depender, total o parcialmente, de la colectividad, del Estado, para su sustento económico» (p. 34), se queja Buchanan (2003). Los dependientes no quieren que la danza de los millones termine. Las mayorías sin frenos inevitablemente optarán por tomar del bolso de las minorías para beneficio propio. En Guatemala, en vísperas de las elecciones generales del 2019,  se reconoce la fragilidad de las instituciones democráticas, pero rara vez se liga la debilidad de la democracia con el Estado benefactor y la proliferación de grupos de interés parásitos.

Esta deformación de la democracia se revierte poniendo límites a las políticas distributivas, explica Buchanan (2003). ¿Cómo? Debemos adoptar «una forma de pensar constitucional» (p. 35): debemos colocarnos tras el velo de la ignorancia/incertidumbre y elegir políticas públicas desde el principio de la reciprocidad. El Estado de Derecho no es otra cosa que la materialización de esa mentalidad recíproca, general y abstracta. Las normas morales y legales de una sociedad deben proteger a los ciudadanos de explotadores oportunistas. Y, agrega Buchanan (2003), tenemos que esperar que sea bajo el número de personas dispuestas a desechar las normas de la autonomía y la reciprocidad.

¿Suena iluso? James M. Buchanan (2003) sabe que sí, pero teme más la alternativa autoritaria y totalitaria. Porque tirar la toalla respecto de la capacidad de las personas de darse su propio gobierno, y tener un decir en él, implica conculcar la libertad política. De allí que Buchanan cierre su artículo diciendo: «siento la obligación moral de dar el requerido salto de fe y pensar y actuar como si las personas pudieran, en verdad, ser individuos libres y responsables» (p. 38).

Referencias

  • Buchanan, J. M. (2003). El futuro de la democracia. Quórum: revista de pensamiento iberoamericano, 7, 32-38.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Carroll Ríos

Presidenta del Instituto Fe y Libertad y profesora de public choice del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. 

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