Jesús María Alvarado Andrade / / 19 de septiembre del 2019

Crecimiento económico y public choice

Desarrollo América Latina instituciones

«Emanuel Kant, un hombre muy alejado del irracionalismo, observó una vez que «De la torcida madera de la humanidad nunca salió algo derecho». Y, por esa razón, no hay solución perfecta posible, no solamente en la práctica sino en principio, en los asuntos humanos, y cualquier intento para producirla es probable que conduzca al sufrimiento, la desilusión y el fracaso».

Isaiah Berlin, 1994

Una de las preguntas más recurrentes en los discursos político y académico en Guatemala es cómo superar la condición de país pobre y empezar a crecer económicamente. Esta interrogante no ha girado nunca en torno a la justicia que ha de prevalecer en la sociedad, sino siempre eludiendo esta con el objetivo de hablar en abstracto de un crecimiento económico que no puede llegar precisamente porque no se da la prosperidad donde la justicia está ausente. La pregunta se ha tratado de responder una y otra vez con un estruendoso fracaso en comparación con los países que tanto quiere imitarse. Este fracaso bien puede deberse a la simplificación y arrogancia —hibris— que constituye considerar que se puede crecer económicamente sin libertad individual, política y económica, evitando a toda costa los procesos históricos favorables a los contratos, la responsabilidad individual y, por ende, a la libertad. 

Esta idea en contra de la mesura ha sido atizada por los espejismos de Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica (BRIc’s) y Singapur, lo cual ha favorecido una atmósfera intelectual según la cual se puede crecer económicamente sin ser libres. Al contrario, la libertad en Estados Unidos de América, como muestra la propuesta de Buchanan y Tullock (Buchanan, 1999a), no ha sido el resultado solo del esquema constitucional ni del voluntarismo político, sino de diversas prácticas favorables al mercado que se venían decantando históricamente y que luego se institucionalizaron. Esta idea-creencia en contra de la libertad ha acompañado a la América española desde sus momentos fundacionales, mucho más cuando se constata la distancia entre el ser la situación social y económica y el deber ser las ideas e instituciones occidentales

La libertad en Estados Unidos no ha sido el resultado solo del esquema constitucional ni del voluntarismo político, sino de diversas prácticas favorables al mercado que se venían decantando históricamente y que luego se institucionalizaron.

Denostada la «libertad de ser libres» (Arendt, 2018), se consideró que en la América española y en Brasil la cuestión del crecimiento pasaba por saltarse los procesos históricos, abrazando un leninismo tropical que se traduce en la constante voluntad de crear diversos proyectos políticos que concreten ex nihilo —de la nada— condiciones para que se pueda disfrutar la calidad de vida que existe en Europa y en los Estados Unidos. Esta estrategia, consistente en la imitación de instituciones formales sin los códigos morales y la retórica que favoreció ese crecimiento económico en otras latitudes, conocidos como «virtudes de la burguesía» (McCloskey, 1998 y 2007), ha ocasionado una distorsión institucional profunda al sur del Río Grande. 

En efecto, la desmesura en la América española ha eludido la complejidad de ese proceso histórico occidental, que no diseñado por una mente humana ha cristalizado en formas propicias al mercado, con todas las instituciones que lo hacen posible, a saber: propiedad, contratos, sucesiones y Estado de derecho. Estas instituciones formales y no formales no fueron en Occidente exclusivamente el producto de ideas, sino de prácticas sociales muy complejas que, una vez demostrado su éxito, fueron reforzadas por instituciones formales. Sin embargo, en la América española, se ha exaltado hasta el extremo el romanticismo en política (Buchanan, 1999b), provocando mucho más daño que en los Estados Unidos y Europa. 

Estas instituciones formales y no formales no fueron en Occidente exclusivamente el producto de ideas, sino de prácticas sociales muy complejas que, una vez demostrado su éxito, fueron reforzadas por instituciones formales.

En estos últimos ámbitos geográficos, existe la preocupación en torno al declive de los fundamentos éticos sobre los cuales descansan esas instituciones y, a la vez, una ingenuidad manifiesta sobre cuál es el proceder de los políticos y de las instituciones a partir del hecho, puesto de manifiesto por el public choice, de que los políticos también persiguen su propio interés y no basta con una Constitución formal. Ahora bien, en el caso de América española, la cuestión es diferente, al extremo de que el public choice debe ajustarse a tenor de las condiciones propias de la región, especialmente en el sentido de que no existe en la práctica una cultura constitucional como en los Estados Unidos. Además, puede servir para evidenciar las falacias de los planes «desprendidos» de los políticos y estudiar a fondo las conductas y motivaciones de los políticos y los actores sociales, la mayor de las veces opuestos al mercado y favorables al rent-seeking. 

De hecho, en la América española, la cuestión no está en cómo construir una institucionalidad que proteja la riqueza, sino, más bien, en no entorpecer los procesos históricos complejos con sus reglas e instituciones para que el comercio fluya —cuestión que no ha ocurrido— y que luego se pueda dar esa institucionalidad que proteja esa riqueza ya formada. Además, debe al mismo tiempo lograrse que esa institucionalidad no tienda a expropiar o confiscar la riqueza generada. Ya decía el padre del public choice moderno, el escocés Adam Smith, que «no se necesita mucho más para llevar a un país al más alto grado de opulencia, desde la más baja barbarie, que la paz, impuestos simples y una aceptable administración de justicia» (Smith, 1755). Esta cuestión solo puede darse si los individuos pueden perseguir sus propios intereses conforme al «liberal plan of equality, liberty and justice» (Smith, 1981, p. 664). 

Pero si lo que existe es un arreglo institucional montado para entorpecer el comercio, no cabe duda de que los Estados en América Latina se parecen más bien a los reyes africanos, que siendo amos absolutos de la vida y libertades de muchos (Paganelli, 2017) utilizan una normativa supuestamente occidental —constitucional— no para controlar al Leviatán sino para que este sirva de protección contra las dinámicas del capitalismo global. El resultado es el estado de miseria y pobreza perpetua que se da en la región.

Referencias

  • Arendt, H. (2018). La libertad de ser libres. Madrid: Editorial Taurus. 
  • Berlin, I. (1994). La declinación de las ideas utópicas en Occidente. Estudios Públicos, 53, 211- 234. 
  • Buchanan, J. (1999a). The Calculus of Consent, The Collected Works of James M. Buchanan, Tomo 3. Indianápolis: Liberty Fund.
  • Buchanan, J. (1999b). The Logical Foundations of Constitutional Liberty, The Collected Works of James M. Buchanan, Tomo 14. Indianapolis: Liberty Fund.
  • McCloskey, D. (1998). The Rhetoric of Economics. Estados Unidos: University of Wisconsin Press.
  • McCloskey, D. (2007). The Bourgeois Virtues: Ethics for an Age of Commerce. Estados Unidos: University of Chicago.
  • Paganelli, M. P. (2017). 240 Years of the Wealth of Nations. Nova Economía, 27(2), 7-19.
  • Smith, A. (1755). On the need for “peace, easy taxes, and a tolerable administration of justice.
  • Smith, A. (1981). An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Cannan ed.), vol. 2. Indianápolis: Liberty Fund.


AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Jesús María Alvarado Andrade

Director de la Escuela de Posgrado de la UFM y profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Especialista en Derecho constitucional y administrativo.

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