¿La inmigración masiva cambia la política de un país?
Hace unas semanas, y como ya comentaba Eduardo Fernández Luiña en su artículo, el antes frecuentemente elogiado país latinoamericano Chile estaba en llamas. Protestantes causaron incendios en múltiples estaciones de metro. El debate se volvió aún más polémico cuando el periódico La Tercera publicó que, aparentemente y según fuentes de la inteligencia policial, «se detectó participación de ciudadanos cubanos y venezolanos en las manifestaciones». ¿Cuáles serían las consecuencias de las actuales olas migratorias? ¿Es malo importar capital humano ideológicamente sesgado hacia el anticapitalismo?
¿Cuáles serían las consecuencias de las actuales olas migratorias? ¿Es malo importar capital humano ideológicamente sesgado hacia el anticapitalismo?
El miedo ante la migración venezolana
El aparente miedo que existe en muchos países es el siguiente: permitir la entrada de una significante cantidad de cubanos o venezolanos a un país, equivale a la importación de una ideología anticapitalista. Esta «importación de ideología» amenaza con modificar la política nacional hacia una izquierda destructora. Por lo tanto, a pesar del sufrimiento de muchos venezolanos, habría que frenar tal inmigración.
Pero… ¿existen beneficios provenientes de la inmigración masiva? Uno de los invitados a la Universidad Francisco Marroquín, Benjamin Powell, argumenta en contra de esta tesis. Su argumento es que la entrada de inmigrantes extranjeros —ya que son diferentes en términos culturales a los nativos— reduce la cohesión social y, por tanto, lleva a políticas que favorecen al libre mercado. En otras palabras, el Estado de Bienestar depende de la voluntad popular de financiarlo. De pronto, si los beneficios recaen sobre inmigrantes en lugar de nativos la mayoría ya no está dispuesta a pagar por él. En este sentido, el ejemplo favorito de Powell es la migración masiva de rusos a Israel.
Su argumento es que la entrada de inmigrantes extranjeros —ya que son diferentes en términos culturales a los nativos— reduce la cohesión social y, por tanto, lleva a políticas que favorecen al libre mercado.
Esta tesis encuentra apoyo en un paper de Rozo y Vargas. Estos dos autores descubren que la inmigración internacional reduce el apoyo al partido incumbente, mientras aumenta el apoyo a los partidos de derecha. Al contrario, no encuentran el mismo efecto en el caso de la inmigración nacional. Explican que este descubrimiento se puede explicar a través de motivos sociotrópicos, en lugar de motivos de autointerés. En otras palabras, los nativos miran a los inmigrantes extranjeros como una amenaza a sus valores y normas culturales, no tanto como una amenaza económica. Por esta misma razón, este fenómeno no ocurre con inmigración dentro del mismo país.
Evidencia en contra: la inmigración que lleva a la izquierda
Sin embargo, otro estudio de Bergh y Bjorklund demuestra que sí hay una posible consecuencia negativa de la inmigración sobre la política de un país. Este estudio, realizado en Noruega, empieza con una verdad incómoda: los inmigrantes no occidentales tienen una fuerte preferencia por la izquierda. Este fenómeno, observable en varios países europeos, se ha descrito incluso como una ley de hierro.
Este estudio, realizado en Noruega, empieza con una verdad incómoda: los inmigrantes no occidentales tienen una fuerte preferencia por la izquierda.
Lo más sorprendente es la causa de este fenómeno. No es que los inmigrantes tengan un sesgo a la izquierda antes de llegar al país; no es verdad que se esté «importando» una ideología. La explicación es, en cambio, que estos votantes terminan votando en bloques o grupos —group voting, en inglés—. Tal vez este fenómeno —el group voting— también está transformando regiones más cercanas, como la migración venezolana está modificando la política en Florida, en este caso hacia la derecha. En palabras de Bergh y Bjorklund: «The immigrant vote appears to be driven by group adherence, rather than by ideology or social background».
¿Cuál es la conclusión?
En términos de public choice, tenemos que entender cómo el voto masivo del migrante puede sesgar la política nacional tanto para bien como por mal. Además, más que preocuparnos por el país de origen de los inmigrantes, nos tendríamos que preocupar por las dinámicas de group voting. Obviamente, una forma de evitar todos estos problemas es hacer condicional el voto a un «periodo de gracia»: no hay derecho al voto, por ejemplo, durante los primeros diez años de residencia. O, mejor aún, hacer condicional el voto a aportes de impuestos y/o a tener propiedad en el país.
Más que preocuparnos por el país de origen de los inmigrantes, nos tendríamos que preocupar por las dinámicas de group voting.
No obstante, estas soluciones son impopulares y casi imposibles de llevar a la práctica, tal y como evidencia la Declaración Universal de Derechos Humanos —hoy en día, el voto condicional es casi herejía—. Por tanto, parece que por el momento nos tenemos que contentar con la teoría de group voting y el estudio de esta.
AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.