Will Ogilvie / / 24 de marzo del 2020

Hitler y el coronavirus

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¿Qué tienen en común Hitler y el coronavirus? A lo largo del siguiente texto, usaremos el “problema de la conjetura” planteado por Kissinger para explicar cómo figuras como Hitler y el coronavirus representaron retos similares a las democracias. 

¿Qué es una conjetura? Según la RAE, es un «juicio que se forma de algo por indicios u observaciones»,  pero nosotros estamos más interesados en su aplicación política. Niall Ferguson lo explica con claridad en un artículo de Foreign Affairs titulado “The Meaning of Kissinger”. Se ilumina la problemática con un ejemplo clásico: «Si las democracias se hubieran movilizado contra Hitler en 1936, a día de hoy no sabríamos si Hitler era un nacionalista incomprendido, si tenía objetivos limitados o si era un maníaco». Las claves, por lo tanto, son el manejo del tiempo y la decisión de las democracias de esperar a tener más certeza para estar seguras de las intenciones de Hitler. Kissinger continúa: «Las democracias aprendieron que en realidad era un maníaco. Consiguieron la certeza, pero tuvieron que pagar por ella con millones de vidas». 

Maquiavelo y su amigo Guicciardini ya habían subrayado que el manejo del tiempo sería uno de los principales quebraderos de cabeza de los gobernantes. Ferguson prosigue: 

El punto clave sobre el problema de la conjetura está en la asimetría de los beneficios. Una acción preventiva que es exitosa nunca se paga en proporción a sus beneficios porque, como escribió Kissinger, “está en la naturaleza de las políticas exitosas que la posteridad olvida cuán fácilmente podrían haber sido las cosas de otra manera”. Es más probable que el estadista sea condenado por los costos iniciales de la política preventiva que elogiado por evitar la calamidad. Por el contrario, ganar tiempo ⁠—la esencia de la política de apaciguamiento de los años treinta⁠— puede que no conduzca al desastre. Y hacer el menor esfuerzo suele ser también lo menos arriesgado en cuanto a resistencia doméstica.

Apliquemos, entonces, el problema al coronavirus. Como vemos, estamos hablando de un problema de incentivos para el político. Los costos de tomar medidas preventivas serias son tremendamente altos porque sin concienciación social no tendrán apoyo popular y, sin duda, van a tener un impacto económico enorme. Es decir, cerrar fronteras y limitar severamente el movimiento de las personas es arriesgado si no hay infecciones en el país. Volviendo al ejemplo histórico anterior, las sociedades no estuvieron listas para ir a la guerra contra Hitler hasta que Alemania estuvo completamente rearmada y comenzó a invadir a sus vecinos. Se habrían salvado miles de vidas de haber podido pararle los pies antes a Hitler, es decir, de haber podido actuar al ver las orejas al lobo y no al lobo entero. Sin embargo, evitar una calamidad que la ciudadanía no percibe presenta un problema de incentivos para los estadistas.

Los costos de tomar medidas preventivas serias son tremendamente altos porque sin concienciación social no tendrán apoyo popular y, sin duda, van a tener un impacto económico enorme. Es decir, cerrar fronteras y limitar severamente el movimiento de las personas es arriesgado si no hay infecciones en el país.

¿Cómo podríamos, entonces, aplicar lo visto anteriormente a la crisis actual? Se deberían tomar acciones preventivas antes de que comience a expandirse el virus o, si le queremos dar un giro maquiavélico, asustar a la sociedad para que exija la toma de medidas antes de que llegue el problema. Madrid ofreció un escenario típico del espíritu democrático: mientras las universidades estaban cerradas y se debía estar en casa, había colas para entrar en algunas discotecas. Mientras tanto, comenzaba la histeria colectiva con el papel higiénico.

Se deberían tomar acciones preventivas antes de que comience a expandirse el virus o, si le queremos dar un giro maquiavélico, asustar a la sociedad para que exija la toma de medidas antes de que llegue el problema.

Por otro lado, aunque este artículo trate sobre los dilemas del estadismo, la solución final está en manos del individuo. Ser responsable y quedarse en casa es la única solución para no colapsar los hospitales. La mayoría de los gobiernos no tienen la capacidad de retenernos en casa a la fuerza, por lo que estas situaciones exigen del individuo un sentido de responsabilidad y civismo, muy especialmente por parte de los jóvenes.

Los esfuerzos prolongados siempre son una prueba para el ser humano. La clave es encontrar ese equilibrio entre ser cauto y catastrofista; estar alerta, pero no desbordado. Sin embargo, así es el hombre, y el justo medio sigue siendo tan difícil hoy como en la Grecia Clásica.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Will Ogilvie

Profesor y coordinador de la carrera de Asuntos Globales en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Actualmente, está doctorándose en pensamiento político. Además, posee una licenciatura en Psicología y un máster en Estudios Internacionales por la Universidad de Santiago de Compostela.

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