La deuda pública en un contexto extraordinario
Es clave recordar que la deuda pública es hija del déficit fiscal, es decir, de la diferencia negativa entre la recaudación tributaria y el gasto público. Durante las crisis que afectan a la economía, se experimentan caídas en la recaudación de tributos, como consecuencia de la menor actividad económica, y habitualmente los Gobiernos despliegan medidas que incrementan las erogaciones públicas (seguros de desempleo, programas de ayuda social, obra pública, etc.).
El resultado de la combinación anterior es la ampliación de los déficits fiscales, que se cubren mediante dos herramientas: endeudamiento público y/o emisión monetaria.
El caso de los Estados Unidos
Ahora bien, veamos el caso de los Estados Unidos. Durante la década de los 90 y los primeros siete años del siglo XXI, el stock de deuda pública del Gobierno federal se ubicó en un promedio del 60 % del PIB. Luego hubo dos hechos que hicieron que este se incrementara: la crisis económica iniciada en 2007 y la actual crisis sanitaria. En el primer caso, la deuda creció al 100 % del PIB en un lapso de cinco años, para estabilizarse en dicho nivel hasta principios del 2020. Y, durante los primeros tres trimestres del año pasado, hubo un “salto” al 130 % del PIB.
En los últimos 18 años (2002-2019), el déficit fiscal acumulado por el Gobierno federal de EE. UU. fue de casi 12 billones de dólares (12 más 12 ceros). El último período de superávit fiscal fue el de 1998-2001, acumulando un saldo positivo de 560 mil millones de dólares.
Durante el año 2020, el déficit fiscal del Gobierno federal de EE. UU. acumuló 3,3 trillones de dólares, el 15 % del PIB (Reporte Mensual del Departamento del Tesoro). Está claro que este desequilibrio fiscal, que triplicó al presupuestado para 2020 y que ha llevado a la deuda a un nivel del 130 % del PIB, fue consecuencia de un fenómeno extraordinario (la pandemia y la cuarentena).
Adam Smith afirmaba, en relación a dichos fenómenos que surgían abruptamente, que el Estado no tenía otra alternativa que tomar deuda para solventar los gastos extraordinarios que generaban un déficit fiscal: «Ante un peligro inmediato se debe incurrir en un gasto inmediato y enorme, que no puede esperar a los rendimientos lentos y graduales de los nuevos impuestos. En tal situación el Estado no tiene más recursos que el endeudamiento».
¿Cuál sería la recomendación de Adam Smith?
Entonces, ¿qué les recomendaría Adam Smith a los gobernantes norteamericanos para los próximos años? El economista escocés sugeriría que, una vez superada esta situación temporal como es la pandemia, se logre alcanzar un nivel de superávit fiscal suficiente para ir cancelando el capital de la deuda y, así, reducir los pagos financieros del Estado.
Está claro que este nivel de déficit fiscal es insostenible para cualquier país del mundo, inclusive para los EE. UU. Mantener el mismo ritmo de endeudamiento (30 puntos porcentuales del PIB solo en 2020) es inviable, ya que los costos financieros crecen a una mayor velocidad que los ingresos del Estado (que dependen, a su vez, del crecimiento económico del país).
Es por eso que un organismo técnico (no político), como lo es la Oficina de Presupuesto del Congreso, ha publicado un documento en el cual analiza múltiples alternativas para ir reduciendo el déficit fiscal entre 2021 y 2030, ya sea a través de reducciones de gastos o incrementos de la presión tributaria.
Esperemos que el nuevo Gobierno asumido el 20 de enero tenga la capacidad y voluntad de disminuir el déficit fiscal vía una reducción de gastos y no de aumento de impuestos. El mundo siempre necesita una economía norteamericana sana y en crecimiento, mucho más después de una caída en el PIB mundial alrededor del 5 % en 2020.
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