Alejandro Gómez / / 11 de marzo del 2021

Capitalismo y pandemia: más capitalismo, mejor

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En estos tiempos aciagos que le toca vivir a casi toda la humanidad, nunca dejan de aparecer personas que culpan de la pandemia al capitalismo. ¿Será que de tanto repetirse esta falacia se terminará por convertir en verdad? En realidad, por más que se repita la consigna falaz, no deja de ser eso: un error de apreciación y, sobre todo, una falta de conocimientos de cómo fue la evolución de la historia de la humanidad.

La prédica anticapitalista

En el artículo «Un mundo mejor: datos versus relato», analizo extensamente el fenómeno de la prédica anticapitalista. En esta columna me limitaré a señalar algunos datos salientes de este y por qué sostener que el capitalismo es el causante de la pobreza y las pandemias es un error sin sustento. Si situamos el origen del capitalismo en la Revolución Industrial, alrededor de la segunda mitad del siglo XVIII, se aprecia claramente que, para esa época, la mayoría de las pandemias más agudas ya habían sucedido.

Por otra parte, también se observa que, a medida que el capitalismo se extiende en el planeta, la pobreza —en términos relativos— tiende a disminuir.

El gráfico elaborado por Max Roser muestra claramente que, a inicios del siglo XIX, la mayor parte de la población mundial —casi el 90 %— vivía en la extrema pobreza, algo que todavía se verificaba hacia finales del mismo siglo; pero, desde 1910 en adelante, la cantidad de personas viviendo en esa condición comienza a disminuir, reflejándose un marcado descenso a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

La apertura paulatina del comercio internacional, la difusión de nuevas técnicas de elaboración y transporte de alimentos, así como la difusión de la tecnología, junto al surgimiento de nuevos medios de comunicación y el acceso a infraestructura sanitaria muestran un impacto directo en el descenso del porcentaje de la población viviendo en la pobreza.

Todo esto se debe, principalmente, a la adopción de medidas asociadas con el sistema capitalista, como el respeto al derecho de propiedad, la libertad de comercio y la libre difusión del conocimiento. De todos modos, está claro que la pobreza no ha desaparecido y que, en número absolutos, la cantidad de pobres es mayor en el presente que en 1900 —aunque eso se debe a que la población mundial en la actualidad se acerca a casi 8.000 millones de habitantes, con lo cual tener un 10 % de esa población viviendo en la pobreza implica unos 800 millones de pobres a nivel global—.

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 ¿Cómo fue posible pasar de un 90 % a un 10 % de pobres en tan poco tiempo?

Uno de los errores más difundidos entre las personas es el que sostiene que la riqueza ya está dada en la naturaleza y lo que hay que hacer es distribuirla entre las personas de forma justa. Paradójicamente, esta percepción es la que más daño ha causado a los pobres. Desde el mismo momento que se difunde este principio, la gente deja de pensar en términos de crear riqueza y pasa a pensar en cómo hacerse de la riqueza que ya ha sido creada.

El siguiente gráfico nos muestra que esa fue la idea que persistió a lo largo de casi toda la historia de la humanidad hasta que, en 1776, Adam Smith publica Riquezas de las Naciones, texto en el que predica en favor del libre comercio y la división del trabajo. No es casualidad que, a partir de ese momento, comenzaría un lento y sostenido proceso de creación de riqueza, en el cual el aumento del PBI pegaría un salto significativo si se lo compara con el de los siglos anteriores.

Evolución del PBI Mundial, en millones dólares de 1990

Como se aprecia, en los primeros milenios, hasta el 1800, la vida era brutal, fea y corta. Principalmente, fue corta por las enfermedades, la falta de alimentos y de sanidad. El peor momento fue la peste negra a mediados del siglo XIV, la cual provocó la muerte de poco más de un tercio de la población europea. Todo esto hacía que la expectativa de vida evolucionara lentamente hasta bien entrado el siglo XX, cuando se produciría una gran difusión de las mejoras sanitarias, la higiene y la medicina.

Por ejemplo, dos de las civilizaciones más determinantes en el futuro desarrollo de Occidente, como lo fueron Grecia y Roma, tenían una expectativa de vida de entre 18 y 25 años. Hacia 1830, la expectativa de vida en Europa todavía rondaba los 33 años; pero, si lo tomamos a nivel mundial, hacia 1900, ese número no superaba los 31 años.

Crecimiento de la expectativa de vida mundial

Como señala Angus Deaton, el Premio Nobel de Economía 2015, en su libro El Gran Escape, este oscuro panorama cambió gracias al avance del capitalismo que impulsó la difusión de infraestructura sanitaria y de la medicina, lo cual permitió una extensión de la esperanza de vida. Por ejemplo, en Estados Unidos, una persona nacida hacia 1920, tenía una expectativa de llegar a los 54 años; las nacidas en 1940 la extendieron hasta los 66 años, y, en la actualidad, a los 80. Antes de esto, hasta mediados del siglo XX, era muy corriente que los padres vieran morir a algunos de sus hijos, ya fueran de familias ricas o pobres. 

Por su parte, Robert Fogel, Premio Nobel de Economía en 1993, en su trabajo Escapando del hambre y la muerte prematura: 1700-2100, señala que lo que permitió romper con la tendencia del estancamiento población y la pobreza generalizada fue la revolución en la producción de alimentos que tuvo lugar a finales del siglo XVIII, la cual permitió contar con una mayor disponibilidad de calorías, las que brindaron una mayor capacidad de trabajo a las personas. Estas, al poder producir más, vieron incrementados sus ingresos y, con ello, también su capacidad de consumo. Al haber más comida, la gente dispuso de más energía. No debemos olvidar que, antes de la Revolución Industrial, la principal fuerza motriz era la tracción a sangre, en especial la humana, y esto siguió así en los países desarrollados hasta comienzos del siglo XX.

Así, al mejorar la alimentación e incrementarse la energía disponible en cada individuo, se verificó un aumento en la producción y en la productividad de cada trabajador. Adicionalmente, al estar mejor alimentadas, las personas pudieron prevenirse de las enfermedades que padecían regularmente y, de este modo, poder trabajar más y generar más riqueza para poder consumir; todo lo cual mejoró notablemente sus condiciones de vida.

Aumento de capital

Al generarse más riqueza, hubo más ahorro disponible. Esto se convirtió en capital para ser invertido en investigación y desarrollo, no solo de maquinarias para producir más y mejor, sino para ser empleado en el desarrollo científico para producir medicinas y medios de prevenir enfermedades, así como también en la construcción de obras de infraestructura, principalmente cloacas y agua corriente. En suma, esto permite generar mejores condiciones de vida, evitar enfermedades y contagios, y extender la expectativa de vida de las personas. Cuando uno cuenta con ahorros, puede destinarlos a este tipo de bienes y servicios, los cuales hacen mejor la vida de las personas. No por nada los países más pobres suelen acudir a los más ricos en busca de ayuda económica. ¿Qué es lo que le piden? El capital que estos supieron generar en exceso para que se lo presten. Por más que les pese a muchos, el capitalismo, con todos sus defectos y virtudes, es el sistema que más hizo por el bien de la humanidad y, sobre todo, por los pobres. Los datos dan clara muestra de ello. En este sentido, no es casualidad que las personas que emigran de los países pobres lo hacen hacia países capitalistas y no hacia los comunistas o populistas.

Por último, está claro que sin el sistema de investigación y desarrollo del sistema capitalista, la vacuna contra la COVID-19 demoraría años en llegar y no como en el presente, que en menos de un año ya se están aplicando las primeras vacunas. Azeem Azhar, comenta en su espacio Exponential View, que el tiempo récord en el que se logró desarrollar el antídoto es una clara muestra de la capacidad que tiene la gente cuando coopera libremente y sin obstáculos o restricciones por parte de los Gobiernos.

De alguna manera, esto nos hace reflexionar sobre hasta dónde podría llegar la humanidad si nos dejaran cooperar libremente en todos los quehaceres de la vida sin interferencias por parte de terceros. Quizá, dentro de lo negativo que ha sido el 2020, nos queda abierta una ventana de optimismo hacia el futuro al ver cuando muchos se ponen en marcha en pos de hallar soluciones, en lugar de buscar problemas.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Alejandro Gómez

Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella, Master of Arts de la University of Chicago, e historiador por la Universidad de Belgrano en Argentina. Profesor visitante en la UFM.

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