El uso del nacionalismo y el mundial de fútbol
Desde el 20 de noviembre al 18 de diciembre se estará disputando el Campeonato Mundial de Fútbol que organiza la FIFA en Catar. Desde que se eligió esta peculiar sede, el torneo comenzó a hacer ruido. Un país sin cultura futbolística ni tradición en el deporte, con un clima que obligó a trasladar el torneo a fin de año —cuando desde siempre se disputó a mediados de año—, hasta el hecho de que el certamen se dispute en una sola ciudad, Doha, hace que todo lo que rodea a este evento sea motivo de controversias.
Como argentino, no escapo al fanatismo por el deporte del balón pie, aunque en mi caso soy un «fanático edulcorado». Me gusta el deporte, aunque no lo practico; veo cuanto partido se ofrece en TV y más si se trata de un mundial. Esta introducción, a modo personal, la hago para darle contexto a lo que voy a esgrimir en estas líneas, ya que mi crítica no proviene de alguien que no le interesa el fútbol, sino todo lo contrario. El punto en cuestión es esa mezcla, deliberada, que se hace entre deporte profesional y nacionalismo. Siempre vi la utilización de los sentimientos nacionalistas como una herramienta de manipulación por parte de Gobiernos colectivistas, cuyo principal objetivo es eliminar toda capacidad crítica por parte de los individuos. Para ello, nos enajenan detrás de una bandera o la idea de la patria, algo que debería quedar restringido, en última instancia, para casos de extrema gravedad, como la invasión del territorio nacional por parte de otro país.
Nos enajenan detrás de una bandera o la idea de la patria, algo que debería quedar restringido, en última instancia, para casos de extrema gravedad, como la invasión del territorio nacional por parte de otro país.
Pero tomar una justa deportiva como un enfrentamiento entre naciones es algo que está totalmente fuera de lugar. De entrada, la entonación de los himnos nacionales antes de cada partido —esto que digo aplica a cualquier tipo de espectáculo deportivo, no solo al fútbol— predispone a pensar que lo que está en juego es algo más que un simple partido de fútbol. Claro que esto está pensado de forma deliberada, ya que sirve al gran negocio que está detrás de la FIFA y todos sus patrocinantes, quienes mueven miles de millones de dólares, muchas veces en contratos poco transparentes. Mientras tanto, los aficionados entran en «modo mundial», lo cual también es funcional para muchos Gobiernos; ya que, por un mes, gran parte de las personas se olvidan de las calamidades que provocan sus políticos.
Mientras tanto, los aficionados entran en «modo mundial», lo cual también es funcional para muchos Gobiernos; ya que, por un mes, gran parte de las personas se olvidan de las calamidades que provocan sus políticos.
De este modo, y como consecuencia de lo que determinó un sorteo, los países se ven agrupados en zonas, y allí comienza la locura del enfrentamiento a todo o nada, como si se tratara de una guerra: el más mínimo comentario del oponente se convierte en una «causa nacional». Si reaccionáramos con el mismo ímpetu cada vez que los Gobiernos violan nuestros derechos, viviríamos un poco mejor. Pero, claro, la cuestión está en hacernos creer que el mal viene de afuera, la culpa es del otro; para lo cual otro agente funcional son los medios de comunicación masiva que también hacen su gran negocio con la pauta publicitaria, de modo que, cuánto más dramatismo se le sume, mejor para el negocio.
Los países se ven agrupados en zonas, y allí comienza la locura del enfrentamiento a todo o nada, como si se tratara de una guerra: el más mínimo comentario del oponente se convierte en una «causa nacional».
Lo paradójico del caso es que muchas de las selecciones que participan de la contienda están integradas por personas que no son originarias del país que representan, con lo cual esta idea de nacionalismo berreta queda coja. Existen casos en que los dirigentes del equipo han nacido en otro país y ni siquiera están nacionalizados; en otros, se da el caso de jugadores que provienen de colonias independizadas hace años de su metrópolis, y en otros más, directamente son jugadores que se nacionalizaron especialmente para poder jugar en esa selección. En ninguno de estos casos estoy diciendo que me opongo a estos hechos, sino que, si se le va a dar un pretendido carácter nacional, estas situaciones parecen, al menos, contradictorias.
Pero, puestos en «modo mundial», salen a relucir los nacionalismos más vulgares desde los ámbitos más diversos; quizás uno de los que más ruido hizo en las últimas horas —más allá de la típicas peleas entre aficiones de diferentes países, que comienzan cantándose unas a otras y terminan en peleas— es la reacción del conocido pugilista mexicano, Canelo Álvarez, quien se mostró «indignado», en Twitter, por una fotografía de Messi en el vestuario pospartido, la cual desató una andanada de tuits amenazantes y sus respectivas respuestas, a favor y en contra —de momento Messi no contestó ni creemos que lo haga—. En todo caso, esta es una pequeña muestra de los sentimientos que se despiertan cuando se mezcla deporte y nacionalismo. Gente que ni se conoce se insulta, se denigra y se discrimina de la peor forma. Y todo por un simple partido de fútbol, como si detrás del balón fuera nuestra suerte como país. Los que están en las tribunas se burlan de los adversarios, como si ellos hubieran tomado parte en la eventual victoria. Por su parte, los derrotados, se la toman con los que, dos horas antes, eran sus más dignos representantes. Nuevamente, aquí opera la lógica de «la victoria es nuestra» y «la derrota es de ellos».
Gente que ni se conoce se insulta, se denigra y se discrimina de la peor forma. Y todo por un simple partido de fútbol, como si detrás del balón fuera nuestra suerte como país.
Probablemente, todo esto sea parte de la «magia» del deporte y del marketing que hay detrás de este negocio multimillonario. De todos modos, creo que es importante saber distinguir entre una contienda deportiva internacional y la nación en la que vivimos. Una selección de fútbol, o de cualquier otro deporte, representa a aquellos deportistas que han nacido o se han nacionalizado por ese país. No es el país el que compite, son deportistas de sus respectivas federaciones los que compiten para demostrar sus habilidades y nada más que eso. Seguramente, el 19 de diciembre, cuando haya pasado todo, el mundo seguirá su marcha y cada uno de los países —y sus habitantes— que participó del torneo seguirá lidiando con los mismos problemas; los ciudadanos del país al que le toque ganar el torneo no serán mejores que los de los otros países, porque los 26 jugadores que representaron a su federación de fútbol lograron el triunfo. Disfrutemos del evento, suframos si toca perder, gocemos si toca ganar, pero no olvidemos que es un espectáculo deportivo; la patria y la nación se juegan en otras cuestiones, no en quién hace más goles.
Foto: History Of Soccer – https://historyofsoccer.info
AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.