Unas elecciones extrañas. ¿Es la baja participación el problema?

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Las últimas elecciones que han tenido lugar en Guatemala han  dejado un mal sabor de boca. El proceso electoral ha estado marcado por varios eventos que han contribuido a restarle legitimidad. El primero de los problemas tiene que ver con la limitación en la oferta electoral. La eliminación de las candidaturas de Zury Ríos o Thelma Aldana, personajes carismáticos y con opciones, abrió un primer debate. Posteriormente se sumaron las acusaciones de fraude que se han puesto sobre la mesa en el proceso legislativo y que han retrasado la presentación de resultados oficiales. Todo lo anterior, definitivamente ha enrarecido el ambiente y ha polarizado aún más la situación social existente en el país. 

El hastío con el sistema ha provocado que estas elecciones hayan sido extrañas en todos los sentidos. Sin embargo, debemos dejar claro que la baja participación no ha sido el problema. Al revisar la prensa y algunos comentarios emitidos por analistas de reconocido prestigio en redes sociales y distintos medios de comunicación, la ciudadanía ha podido interpretar que la reducida participación en el proceso de competición electoral ha agravado la situación del sistema político. Nada más alejado de la realidad. La tabla número 1 presenta los datos de participación existentes para la primera vuelta en todas las elecciones que han tenido lugar en el país desde 1985. 

Tabla 1. Participación electoral en primera vuelta elecciones guatemaltecas

Año electoralPorcentaje de participación
Elecciones 198569.28%
Elecciones 199056.44%
Elecciones 199546.80%
Elecciones 199953.76%
Elecciones 200357.90%
Elecciones 200760.20%
Elecciones 201169.38%
Elecciones 201571.33%
Elecciones 201961.84%
Promedio de participación60.77%

Fuente: Elaboración propia. 

Como se puede comprobar, las elecciones de este año no han sido una excepción. De hecho, la participación registrada en la primera vuelta se ajusta perfectamente al promedio aritmético situándose en un 60.77%. Las excepciones han sido las elecciones del año 85 —que marcan la transición a la democracia de este sistema político—, las elecciones del 2011 —no debemos olvidar las movilizaciones que tuvieron lugar en el país resultado del asesinato de Rodrigo Rosenberg—  y las del 2015, resultado de una situación excepcional fruto de la acción contra la corrupción existente en el gobierno presidido por Otto Pérez Molina. 

La participación registrada en la primera vuelta se ajusta perfectamente al promedio aritmético situándose en un 60.77%.

La caída en la participación en estas elecciones —una caída importante de diez puntos en relación al proceso electoral anterior— puede ser expresión de la apatía que amplios sectores de la población muestran ante el proceso. Guste o no, un elevado porcentaje de la ciudadanía no confía en las elecciones como instrumento de cambio. No consideran que las elecciones ayuden a promover una mejora en la calidad institucional del país.

Pero, como amantes de las Ciencias Sociales que somos, debemos tener presente que una elevada participación puede ser síntoma de una enfermedad, una expresión de un problema de naturaleza sistémica. Las mejores democracias del planeta disfrutan de cifras moderadas de participación electoral, cifras similares a las obtenidas en las elecciones del año 2019 en Guatemala. En ese sentido, podemos comprender la elevada participación evidenciada en las elecciones de los años 1985, 2011 y 2015 como la expresión de una o varias crisis. Los citados procesos electorales fueron resultado de situaciones excepcionales —y dramáticas— por las que ha pasado el sistema político guatemalteco. 

Las mejores democracias del planeta disfrutan de cifras moderadas de participación electoral.

Dicho esto, y por honestidad intelectual, tampoco debemos obviar lo contrario: la baja participación también puede llegar a resultar un problema. Pero tengamos claro que al hablar de baja participación nos referimos a participaciones ubicadas por debajo del 40%  de los votos válidos emitidos. Toda elección en un rango entre el 45% y el 65% de los votos  disfruta de un nivel saludable de participación. 

Por ejemplo, este año ha sido la primera vez en veinte años que la elección al Parlamento Europeo ha superado el 50% de participación —no han llegado al 51%—. Como se puede observar en la tabla número 1, durante la historia democrática guatemalteca nunca se ha llegado a una cifra tan baja. Por tanto, sería difícil señalar que existe en Guatemala un problema vinculado a la baja participación en el sistema cuando sistemas políticos democráticos consolidados como los Estados Unidos y la propia Unión Europea muestran cifras de participación mucho más bajas que las existentes en este país centroamericano. 

Este año ha sido la primera vez en veinte años que la elección al Parlamento Europeo ha superado el 50% de participación —no han llegado al 51%— .

El problema guatemalteco no tiene que ver con la participación. Ni siquiera con la apatía, aunque esta es preocupante en los sectores más jóvenes de la población. El problema del sistema político guatemalteco se encuentra asociado a la ausencia —casi total en algunos ámbitos del Estado— de calidad institucional. Es cierto que las últimas elecciones han sido problemáticas; pero los problemas existentes han sido fruto de un Tribunal Supremo Electoral que no se ha desempeñado —por la razón que sea— como todos esperábamos. Ojalá la segunda vuelta no ofrezca los problemas logísticos y técnicos existentes en la primera. De lo contrario, la legitimidad del sistema político guatemalteco podría sufrir demasiado y la débil democracia correría el riesgo de desaparecer y dar lugar a una nueva forma política. 

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Rafael Párraga

Estudiante de Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Le interesa la investigación, especialmente de todo lo relacionado con el comportamiento de los regímenes políticos centroamericanos, la fragilidad de sus democracias y la debilidad de sus instituciones. 

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