Olav Dirkmaat / / 10 de marzo del 2022

¿Es la violencia contra la mujer «culpa» de la mujer?

Foto cortesía de Eugene Zhyvchik

La violencia contra la mujer sí es «culpa» de la mujer. Pero no como algunos simplones creen. No, la violencia contra la mujer no es porque la mujer se viste «de forma promiscua». Tampoco es porque sube fotos sexy a redes sociales, ni porque coquetea. La violencia contra la mujer es «culpa» de la mujer porque la mujer heterosexual es selectiva, muy selectiva, y mucho más selectiva que el hombre al momento de escoger pareja. Esta selectividad tiene una serie de consecuencias que evolutivamente acaban en un mayor grado de actos violentos por parte del hombre (también contra la mujer) a través de un proceso darwiniano.

Antes de seguir, un disclaimer

Antes de entrar a un tema tan polémico, me gustaría dejar claras varias premisas mías antes de seguir:

  • Claramente existe un problema de violencia contra la mujer en Guatemala, tal como en otros países (la famosa «paradoja nórdica» es que en países donde mujer y hombre son, para la mayoría de propósitos, iguales, como en Suecia y Finlandia, existen graves problemas de violencia domestica).
  • Claramente existen, en prácticamente todo el mundo (incluyendo a la sociedad occidental, incluso si es de menor frecuencia) problemas de acoso que afectan desproporcionadamente a la mujer.
  • Claramente el proceso evolutivo, que pretende explicar conducta a nivel colectivo, no sirve de pretexto o excusa para casos individuales; tampoco quiere decir que somos completamente impotentes en reducir índices de violencia, incluyendo a la violencia contra la mujer. La violencia conoce una gran variedad de causas: la causa evolutiva es parte de la ecuación (quizá una muy importante), pero nunca la ecuación completa.

Aclarado esto, seguiremos con el argumento principal.

La desigualdad en el mercado de parejas

Efectivamente, lo primero que estableceré es que la mujer es mucho más selectiva que el hombre al elegir con quién tiene relaciones sexuales y de quién se hace pareja. Y con la tecnología moderna, la desigualdad en el mercado de parejas se ha vuelto aún más extrema. Los hombres antes competían con los hombres de la misma comunidad física (es decir, con los vecinos cercanos); hoy por hoy, en un mundo cada vez más conectado, global y «virtual», los hombres compiten con hombres en una comunidad tan amplia que exacerba la desigualdad en el mercado de parejas (es, por ejemplo, posible que un mexicano en Guadalajara compita por una mujer con un alemán, algo que antes era mucho menos probable).

En palabras sencillas, una mujer «de 6» considera hombres en el rango de «8 a 10», donde los números se refieren metafóricamente al atractivo del individuo en sus múltiples facetas (de 1, poco atractivo, a 10, muy atractivo). A la vez, un hombre «de 6» considera mujeres «de 4 a 10», en un rango más amplio. Una mujer «de 2» considera hombres «de 6» para arriba. Un hombre «de 2» considera mujeres «de 1 a 10». Una mujer «de 10» considera hombres «de 10». Un hombre «de 10» considera mujeres «de 7 a 10».

Como consecuencia, datos de aplicaciones de dating muestran que el top 20 % de hombres (en cuanto a atractivo) compite por el top 78 % de mujeres, mientras el 80 % de hombres menos atractivos compite por el 22 % de mujeres menos atractivas. Existe una asimetría enorme en la selectividad de pareja entre ambos géneros.

En concreto, esta selectividad también se observa en otros datos. Por ejemplo, en Tinder, en promedio, un hombre da un “like” 6.2 veces más frecuentemente a una mujer que una mujer a un hombre. La mujer es mucho más selectiva que el hombre.

Esta misma desigualdad se traduce en una distribución empírica sesgada en parejas sexuales por persona entre ambos sexos. La cola de la distribución de los hombres es «más gruesa» que la distribución de las mujeres. En otras palabras, existe un mayor número de hombres (mayor frecuencia) con muchas parejas sexuales (10, 20 o más mujeres) que de mujeres.

La desigualdad en el mercado de parejas es testimonio de una mayor selectividad por parte de la mujer.

Esto es otro testimonio al hecho de que la mujer es más selectiva y el hombre menos selectivo. Si los dos sexos fueran igual de selectivos, las distribuciones probabilísticas en cuanto a número de parejas sexuales serían prácticamente las mismas (y no las son).

De esta manera, en cuanto a la selección de parejas, la vida de un hombre generalmente visto como «atractivo» es mucho más fácil que la de un hombre promedio. Para el otro 80 %, el mercado de parejas va a ser más difícil porque compite por un pool reducido de mujeres. En cambio, las mujeres no sufren tanto de lo mismo: una mujer «promedio» tiene acceso a menos hombres que una mujer «atractiva», pero esta diferencia es mucho menor que la diferencia entre un hombre «promedio» y un hombre «atractivo».

En resumen, estas desigualdades, tanto entre hombres y mujeres como entre hombres percibidos como «atractivos» y «promedios», son testimonio de una mayor selectividad por parte de la mujer que del hombre.

Otras diferencias entre hombre y mujer

Las mismas desigualdades de género existen en una variedad de campos, a pesar del argumento que estas sean un reflejo de una desigualdad de oportunidades. Cuando hablamos de graduados de estudios de Ingeniería, Física o Biología (carreras dominadas por hombres), esto a lo mejor puede ser un contraargumento[1]. Pero hay muchos otros campos donde no existe una desigualdad de oportunidades (o donde esta sea irrelevante) y, aun así, existen diferencias grandes y persistentes entre ambos sexos. Veamos un par de ejemplos:

  • Asaltantes
    Uno de ellos, es el asalto: existen más hombres que cometen crímenes de asalto que mujeres.
  • Altura
    Otro es la altura: existen más hombres con alturas extremas (altas y bajas) que mujeres. Biológicamente es casi inevitable que la persona más alta del mundo sea hombre, incluso si los promedios entre mujer y hombre fueran iguales.
  • Enfermedades mentales
    Otro son las enfermedades mentales. Existen más hombres con enfermedades mentales que mujeres (por ejemplo, autismo).
  • Mortalidad infantil
    Otro ejemplo es la mortalidad infantil: los niños son (mucho) más susceptibles a enfermedades y muertes prematuras que las niñas (y por definición existe por diferencias biológicas).
  • Abuso a drogas
    Otro ejemplo es el abuso a drogas: existen más hombres que sufren de adiciones (es más frecuente la adicción entre hombres), entre ellas a las drogas, y es difícil explicar estas diferencias por causas socioeconómicas, más en países modernos donde ambos géneros pueden obtener ayudas estatales.
  • Criminalidad (asesinos en serie)
    Hay más hombres “criminales” que mujeres criminales, y típicamente son crímenes muchos más violentos. Existen más asesinos en serie hombre que asesinas en serie mujer.

En resumen, estos son ejemplos de divergencias entre sexos que no pueden ser explicados por una desigualdad de oportunidades.

Además, estas diferencias se resumen de la siguiente forma: existe una mayor variabilidad entre los hombres que entre las mujeres[2]. Es decir, hay más hombres que tienden a extremos (los extremos son más frecuentes): existe una mayor dispersión de la media.

Esta mayor dispersión de la media del hombre también existe en resultados usualmente considerados positivos. Las diferencias más polémicas, y más citadas por movimientos feministas, son generalmente las diferencias que implican éxito.

La idea que, por naturaleza, existen más hombres «genios» que mujeres típicamente se critica por referencia a la ya mencionada desigualdad de oportunidades. Aunque puede ser un factor, habrá que admitir que, dado el resto de los ejemplos[3], lo más probable es que la brecha no se cierre con una igualdad de oportunidades (la única forma, entonces, de cerrar la brecha de género sería impedir que los hombres pueden ejercer sus facultades libremente para impedir que algunos, los «suertudos» en esta variabilidad, sobresalgan). Y, si fuera así, el tiempo nos lo dirá.

Muchas diferencias entre hombre y mujer se resumen de la siguiente forma: existe una mayor variabilidad entre los hombres que entre las mujeres. Es decir, hay más hombres que tienden a extremos (los extremos son más frecuentes): existe una mayor dispersión de la media.

Otra diferencia polémica es la de dinero: incluso si tomamos mujeres con la misma carrera que los hombres, incluso si corregimos por hijos o situación marital, existe mayor variabilidad entre hombres que entre mujeres[4]. En otras palabras, algunos hombres fracasan terriblemente, y otros se vuelven ridículamente ricos. Las mujeres fracasan menos o de una forma menos drástica y, cuando son ricas, son más «moderadamente» ricas (menor distancia a la «mujer promedio»). De tal forma, la mujer «promedio» (quien realmente no existe) está mejor que el hombre «promedio» (quien, a su vez, tampoco existe).

La violencia contra la mujer

Todo esto implica que también existe mayor variabilidad en conductas que consideramos inmorales (aquí nos interesa en particular «la violencia contra la mujer»).

La «violencia contra la mujer» es un término ambiguo que representa diferentes actos: el abuso sexual (violación en sus diferentes grados), el acoso sexual y la violencia doméstica contra la mujer (maltrato físico). Sabemos que estos actos son más prevalentes de hombre a mujer (por ejemplo, el 85.8 % de las víctimas letales a manos de una pareja o expareja son mujeres), aunque esto no implica que no existen de mujer a hombre (aquí unos casos narrados por Matthew Cunningham en BBC): solo implica que son menos frecuentes.

La hipótesis de variabilidad de género explica que, si un sexo es más selectivo (mujeres, en nuestro caso), de una a otra generación, el grupo dentro del sexo opuesto (hombres) que muestra mayor variabilidad, prevalece sobre el grupo dentro del mismo sexo (hombres) que muestra menor variabilidad.

Y como son más prevalentes para mujeres que para hombres, volvemos a lo mismo: existe una mayor variabilidad (mayor frecuencia en los «extremos») en la conducta de hombres que en la conducta de mujeres, es decir, hay más mujeres normales que hombres normales.

Por cierto, esto no implica que el hombre mostrará mayor variabilidad en todas sus características (aquí, por ejemplo, el pájaro macho muestra mayor variabilidad en tareas espaciales y menor variabilidad en otras tareas, aunque queda por ver en que ámbitos puede ocurrir entre hombres-mujeres, seres humanos).

La hipótesis de variabilidad de género (greater male variability hypothesis)

Esta hipótesis, o más bien descubrimiento, no es nueva. Y no depende de «hombre» vs. «mujer». En concreto, depende de la existencia de dos sexos y una diferencia en cuanto a selectividad de pareja en alguno de los dos[5].

Esta teoría explica que, si un sexo es más selectivo (mujeres, en nuestro caso), de una a otra generación, el grupo dentro del sexo opuesto (hombres) que muestra mayor variabilidad, prevalece sobre el grupo dentro del mismo sexo (hombres) que muestra menor variabilidad.

La mujer selectiva (a raíz de su selectividad) produce una evolución hacia una mayor variabilidad cognitiva y física en el hombre. Esta mayor variabilidad, a su vez, explica en parte la violencia contra la mujer en sus diferentes dimensiones.

Lo contrario también es cierto: si un sexo es menos selectivo (hombres), el sexo opuesto (mujeres) mostrará menor variabilidad por la misma dinámica evolutiva (para ver una explicación más detallada, con ejemplos, consulte este paper).

Figura 1: Una simplificación de una sola iteración en un proceso continuo que termina favoreciendo el grupo de hombres que muestra mayor variabilidad (el grupo «ganador» en rojo) en reacción a la mayor selectividad del sexo opuesto (en este caso, de la mujer)

En otras palabras, la mujer selectiva (a raíz de su selectividad) produce una evolución hacia una mayor variabilidad cognitiva y física en el hombre. Esta mayor variabilidad, a su vez, explica en parte la violencia contra la mujer en sus diferentes dimensiones.

¿Qué evidencia existe para esta hipótesis a nivel país?

La hipótesis que se debe considerar, como consecuencia, es que si los países generalmente considerados “women friendly” son justamente así porque las mujeres suelen ser menos selectivas que en países considerados “women unfriendly”.

Una forma de comprobar esto es analizar países, regiones o ciudades donde hay una mayor población de mujeres. En estas poblaciones, la mujer se debe adaptar y se vuelve menos selectiva.

Curiosamente, madre Tierra se ha sesgado al nacimiento de hombres: por cada 100 mujeres, nacen 105 a 107 hombres. Puede ser que este sea un mecanismo evolutivo para descontar la mayor mortalidad del hombre a lo largo de su vida (conocemos los numerosos videos de hombres en redes intentando disparates), lo cual reduce la ratio hombres-mujeres a lo largo de una vida humana (¡estar soltero de abuelito aparentemente vale la pena!).

Y efectivamente esto es lo que se encuentra en los datos: países donde hay relativamente pocas mujeres (y, por tanto, las mujeres se pueden permitir el lujo de ser aún más selectivas) cuentan con más abuso sexual (de hombre a mujer) y mayores niveles de agresividad hacia la mujer. El mismo estudio (escrito por una mujer) concluye que la violencia contra la mujer no es resultado de una cultura violenta; de hecho, los países con culturas más violentas y bélicas cuentan con menores tasas de abuso sexual, por ejemplo.

Sin embargo, una explicación alternativa de los mismos datos es que cuantas más mujeres, más «poder» tiene la mujer en la sociedad, lo cual a su vez reduce la violencia contra la mujer.

Países donde hay relativamente pocas mujeres (y, por tanto, las mujeres se pueden permitir el lujo de ser aún más selectivas) cuentan con más abuso sexual (de hombre a mujer) y mayores niveles de agresividad hacia la mujer.

Regularmente se cita el caso de Ruanda, un caso que contradice mis observaciones, donde hubo un genocidio que distorsionó drásticamente la relación hombre-mujer (el 70 % de la población es mujer). El caso de Ruanda parece refutar la hipótesis de mayor variabilidad masculina. En Ruanda, la violencia contra la mujer aumentó a pesar de la abundancia de mujeres (y, como consecuencia, una mujer menos selectiva).

Curiosamente, el caso de Ruanda refutaría la idea de cuantas más mujeres, más poder por parte de la mujer y, por lo tanto, menos violencia contra la mujer. La mujer es ubicua en Ruanda, incluso en posiciones de poder. Por ejemplo, el 62 % del Congreso de Ruanda es mujer. No obstante, la violencia contra la mujer en Ruanda es muy frecuente.

En cuanto a nuestra hipótesis, existen varios matices en el caso de Ruanda:

  • Tiempo
    Aún no pasó suficiente tiempo para que el proceso evolutivo pueda dar cambios (es decir, mayor número de mujeres, menor selectividad, menor variabilidad en la población masculina), porque todo ha ocurrido en un pasado muy reciente (el genocidio se dio en 1994, reduciendo el número de hombres, y dentro de la misma generación se dio el aumento en la violencia contra la mujer). En este caso, se esperarían mejoras tremendas en cuanto a la violencia intrafamiliar en Ruanda en las siguientes generaciones, lo cual inevitable se atribuirá a las políticas en lugar del proceso evolutivo.
  • Educación
    El genocidio tuvo un impacto desproporcional sobre los hombres educados: menos hombres no educados perdieron la vida que hombres educados. Este grupo de hombres no educados luego compiten por más mujeres, lo cual induce una situación (dentro de la misma generación de hombres) en la cual la mujer se ve obligada a tolerar una peor conducta de un hombre para poder conseguir una pareja. En este caso, el cambio en el nivel educativo ha sido una variable de confusión.

El caso de Ruanda refutaría la teoría de más mujeres, más poder para la mujer, menos violencia contra la mujer, pero es perfectamente consistente con la hipótesis de mayor variabilidad del hombre.

Otros países con más hombres

Efectivamente existe este sesgo en distintos países africanos y asiáticos donde culturalmente se ha practicado la selección de género (a favor del hijo, a través del aborto).

Estos lugares (regiones con mayor proporción de hombres vs. mujeres) muestran mayores números de violaciones, violencia entre parejas y uso de armas.

La hipótesis de variabilidad de género diría que, a menos mujeres, existe una mayor selectividad y, por lo tanto, mayor variabilidad entre hombres en comportamiento; sin embargo, la explicación usual sería «mayor número de hombres domina a un menor número de mujeres y se crea una cultura machista». Pero ya hemos establecido que el caso de Ruanda refutaría esta teoría y, además, que muchos estudios muestran que no hay necesariamente una correlación entre «cultura machista» y «violencia contra la mujer» (ya referimos antes a la famosa paradoja nórdica).

No existe necesariamente una correlación entre «cultura machista» y «violencia contra la mujer». Por ejemplo, existe la famosa paradoja nórdica: mucha igualdad de género, pero también altos índices de violencia contra la mujer. A la vez, en países considerados «más machistas», como Italia, Portugal y Grecia, la violencia contra la mujer se encuentra por debajo de la media europea.

Aunque no es directamente el objetivo de este texto, creo que existen más indicios empíricos para la hipótesis de variabilidad: por ejemplo, aunque en Suecia la ratio mujer-hombre al nacimiento es igual a otros países europeos, existe una mayor tasa de violencia entre parejas íntimas en Suecia que en el resto de países. Incluso controlando para sesgo de información, las tasas de violencia son altas en Dinamarca (32 %), Finlandia (30 %) y Suecia (28 %).

Otros países, incluso superficialmente más machistas, como Italia, Portugal y Grecia, se encuentran por debajo de la media europea de 22 %. Aparentemente, la tesis de «dominancia masculina» y «cultura machista» no coincide con estos datos, mientras la hipótesis de variabilidad evolutiva se mantiene.

Unas importantes asimetrías e inferencias equivocadas de las estadísticas de violencia contra la mujer

A menudo leemos estadísticas como que un tercio de las mujeres ha sido alguna vez víctima de algún tipo de violencia contra la mujer (física o sexual). Una interferencia equivocada a partir de esta estadística es que un tercio de los hombres sean violentos y/o cometan estos crímenes.

De hecho, si efectivamente la mayor variabilidad de un género aplica en este mismo caso, lo esperado sería encontrar una Ley de Pareto en la cual una pequeña fracción de los hombres es responsable para la mayoría de los casos de violencia contra la mujer (es por esto que un tercio de las mujeres puede sufrir violencia por parte de un hombre, mientras no es cierto que un tercio de los hombres cometieron estos mismos actos). Está completamente dentro de las posibilidades que el 5 % de los hombres sean responsables del 95 % de los casos («el tercio») de la violencia contra la mujer.

Muchísimos casos confirman esta idea. Está, por ejemplo, el caso de un instructor de natación que era responsable de 29 casos de abuso sexual y 57 víctimas de pornografía ilegal. También está el caso de Juan Carlos Sánchez Latorre en Venezuela y Colombia, responsable de las 267 víctimas de violación sexual entre 2008 y 2011, y el de Kevin Coe en Washington, responsable por al menos 43 víctimas. Es decir, aquí tenemos casi 400 mujeres y niñas víctimas de la violencia contra la mujer por culpa de 3 hombres.

Lo esperado sería encontrar una Ley de Pareto en la cual una fracción de los hombres es responsable para la mayoría de los casos de violencia contra la mujer. Es de aquí que se genera una brecha de percepciones entre mujeres y hombres. Muchas más mujeres han sido víctimas de diferentes tipos de violencia que hombres culpables.

Esto implica que cuando pretendemos que sea un problema universal, estructural y generalizado, nos podemos equivocar. En realidad, dada esta asimetría, puede ser un problema particular, circunstancial y más concentrado de lo que algunos parecen creer.

Es de aquí que se genera una brecha de percepciones entre mujeres y hombres. Muchas más mujeres han sido víctimas de diferentes tipos de violencia que hombres culpables.

La reacción ante estas brechas ha sido, en parte por una minoría de mujeres, vender la idea que «aparentemente» la violencia contra la mujer «está tan congénita en la cultura masculina» que una mayoría de los hombres ni la reconoce. Ellas deducen que hay muchos hombres capaces de cometer estas atrocidades. A la vez, el hombre no entiende a la mujer porque, según su propia experiencia, una mayoría de hombres no ha mostrado los comportamientos por los cuales están siendo reprochados. De todos modos, dadas las asimetrías del caso, esta brecha de percepciones es de esperarse y puede alimentar estos mismos malentendidos.

Además, lo más probable es que en la medida que el acto sea más dañino y extremo, la distribución de Pareto se vuelve más extrema. Es decir, el acoso en redes o el que les silben en la calle son comportamientos que (aunque claramente abusivos) no están a la misma altura que una violación sexual flagrante. Lo más probable es que, aunque el mismo principio sigue aplicando (una pequeña fracción de hombres es responsable por la mayoría del acoso o violencia contra la mujer), aplica de forma más o menos fuerte con respecto al comportamiento.

En otras palabras, puede ser que, en cuanto a acoso en redes, el 20 % de los hombres es responsable por el 80 % de este, pero que, en cuanto a violaciones sexuales (rape), el 1 % de los hombres sea responsable por el 99 % de las violaciones (aquí nos preocupamos por el principio y la tendencia general: los números son metafóricos y ejemplos de típicas asimetrías que una distribución de Pareto nos puede dar).

¿Conclusiones?

En fin, sugiero que la violencia contra la mujer sí es «culpa» de la mujer, aunque no como el título de este artículo podría estar insinuando a primera vista. No es su culpa por vestirse lujuriosamente. Es por su selectividad, mucho mayor que la del hombre, en cuanto a la elección de la pareja, que produce un filtro evolutivo que favorece a la supervivencia de los «grupos de hombres» que muestran mayor variabilidad y, por lo tanto, también producen mayores índices de abuso sexual, acoso sexual y abuso físico de la mujer.

Desde luego, pueden existir razones biológicas detrás de esta selectividad de la mujer para la supervivencia del homo sapiens. Pero este artículo no es el lugar para contestar esta pregunta.


[1] No obstante, un argumento poco creíble: en los países nórdicos, típicamente caracterizados como amigables para la mujer, menos mujeres terminan estudiando física, matemática, ingeniería y tecnología. En cambio, en países como Albania, con supuestamente menor igualdad de género, hay más mujeres que se gradúan en estos campos.

[2] Podemos establecer aquí que puede haber áreas o características donde el hombre no muestra mayor variabilidad que la mujer: pero la carga de la prueba está en mostrar que no hay variabilidad, dado que la evolución parece haber favorecido la variabilidad en prácticamente todas las facetas.

[3]The principal finding is that human intrasex variability is significantly higher in males, and consequently constitutes a fundamental sex difference… The data presented here show that human greater male intrasex variability is not limited to intelligence test scores, and suggest that generally greater intrasex variability among males is a fundamental aspect of the differences between sexes. Birth weight, blood parameters, juvenile physical performance, and university grades are parameters which reflect many aspects of human biology. In particular, the differences in variations in birth weight strongly suggest that social factors cannot account for all of the sex differences in variability.” [enfasis es mío], pp. 198-205)

[4] Típicamente esto se explica por aversión de riesgo: si asumimos mayor variabilidad, el hombre toma más riesgo en sus estrategias de inversión de sus ahorros y patrimonio (por lo cual, van a haber más hombres extremadamente exitosos, ricos y suertudos y hombres extremadamente fracasados, pobres y desafortunados que mujeres).

[5]Selectivity-Variability Principle. In a species with two sexes A and B, both of which are needed for reproduction, suppose that sex A is relatively selective, i.e., will mate only with a top tier (less than half ) of B candidates. Then from one generation to the next, among subpopulations of B with comparable average attributes, those with greater variability will tend to prevail over those with lesser variability. Conversely, if A is relatively non-selective, accepting all but a bottom fraction (more than half ) of the opposite sex, then subpopulations of B with lesser variability will tend to prevail over those with comparable means and greater variability.” (p. 2).

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Olav Dirkmaat

Director del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor de economía en la UFM. CIO de Hedgehog Capital. Doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid.

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