Jonatán Lemus / / 25 de junio del 2019

¿El poder corrompió a Tom Kirkman en «Designated Survivor»?

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La serie Designated Survivor estrenó recientemente su tercera temporada en Netflix. A diferencia de otras como House of Cards, esta serie es de mucho menor perfil y audiencia. Incluso estuvo a punto de ser cancelada luego de la segunda temporada, pero Netflix se hizo con los derechos para una tercera edición. A diferencia de House of Cards, en Designated Survivor el protagonista es un hombre íntegro, Tom Kirkman, quien llega a la presidencia de EE. UU. como consecuencia de un atentado que se cobra la vida de todo el gabinete de gobierno. Kirkman no cuenta con una bancada en el Senado ni en el Congreso, y tampoco tiene el apoyo de un partido político. Sin embargo, ante los diferentes retos y presiones que enfrenta, siempre lucha por actuar apegado a la verdad y a la ley. 

En esta última temporada, Kirkman emprende una misión imposible: obtener su reelección como candidato independiente. Se enfrenta a Cornelius Moss, un antiguo presidente del Partido Republicano que le asesoró en algún momento, y a un candidato demócrata poco conocido. Durante los episodios se presentan varios temas de debate en Estados Unidos; sin embargo, me gustaría enfocarme en la pregunta: ¿es capaz Kirkman de probar que el poder no corrompe? Desde mi perspectiva, Kirkman sí se corrompe a lo largo de la tercera temporada, aunque, a diferencia de otros, él hace un esfuerzo por identificar la corrupción que ha penetrado su mente. 

Primero, Tom Kirkman escoge un equipo de personas con una larga trayectoria política: Mars Harper, un experimentado operador que se convierte en su jefe de gabinete, y Lorraine Zimmer, una experimentada estratega que dirige la campaña. Zimmer se encuentra en constante conflicto con Kirkman pues este último no está dispuesto a jugar sucio para ganar. La directora de campaña, sin embargo, hace uso de tácticas tradicionales para alcanzar la victoria. Además de estos dos personajes con un pasado político importante, Kirkman vuelve a contratar a Emily Rhodes, quien en varias ocasiones ha actuado fuera de la ley, siempre con el supuesto objetivo de protegerlo.

En mi opinión, aunque Kirkman no es el autor intelectual de las ilegalidades de los miembros de su equipo, sí tiene responsabilidad por dos razones: primero, porque no establece mecanismos de supervisión adecuado y, segundo, porque él conocía de las tendencias de estos personajes al momento de contratarlos. Asimismo, Kirkman demuestra tener una doble moral al criticar duramente a Cornelius Moss, cuyos colaboradores se ven involucrados en la planificación de un genocidio. A pesar de saber que Moss no era culpable, Kirkman mantiene la crítica hacia su contrincante, pues esto le permitiría ganar las elecciones.

En otras palabras, Kirkman no habría podido obtener su reelección si no se hubiera rodeado de personas dispuestas a jugar fuera de las reglas para alcanzar el objetivo. Pero, a diferencia de otros, Kirkman no parece haber disfrutado el juego sucio ni el resultado final. Si hay una cuarta temporada, veremos si Kirkman es capaz de revertir ese proceso de corrupción, o si se convertirá en el nuevo Frank Underwood, a quién seguramente muchos en el mundo de la ficción extrañan.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Jonatán Lemus

Profesor de Política Comparada del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Actualmente cursa el doctorado en la UFM.

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