Rogelio Núñez / / 17 de marzo del 2020

Cómo mueren las democracias: el capítulo salvadoreño

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Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, se ha convertido en un símbolo de hacia dónde caminan los modos y maneras —así como el fondo— de la política que se extiende por el mundo sin que América Latina sea una excepción. Bukele encarna esa “nueva política” en la que se mezclan las novedades tecnológicas, vinculadas a la actual IV Revolución Industrial —Digital— con las viejas tradiciones caudillistas, mesiánicas y autoritarias. De forma irónica, las modernas redes sociales refuerzan y otorgan mayor alcance a las viejas estrategias personalistas e iliberales.

Bukele ha aparecido como un huracán en la política salvadoreña y, por ende, en la de América Latina. Se ha transformado en un fenómeno que dice mucho del momento político que vive no solo el país centroamericano sino la región en general. Primero, por su forma de ganar las elecciones presidenciales de 2019: de manera arrolladora, en primera vuelta —sin necesidad de acudir al balotaje— y desplazando a los partidos históricos y hegemónicos del periodo entre 1989 y 2019, Arena y el FMLN. Su carisma personal y su apuesta por la renovación explican ese triunfo aplastante. Fue una clara muestra de voto de castigo de la ciudadanía no solo contra el partido en el gobierno sino contra la clase política tradicional, algo que ya se pudo ver en México con la victoria de Andrés López Obrador, en Colombia con la de Iván Duque  y en Brasil con el triunfo de Jair Bolsonaro.

Fue una clara muestra de voto de castigo de la ciudadanía no solo contra el partido en el gobierno sino contra la clase política tradicional

Bukele alcanzó el poder apoyado en esas formas rompedoras y críticas con el establishment. Su inteligente utilización de la redes sociales —Bukele es un nativo digital— y su irreverencia contra lo establecido le permitieron encauzar el voto de la desafección y la frustración con los partidos tradicionales, un sentimiento mayoritario en el ámbito salvadoreño. Esto aparecía ya en  2018 en la encuesta de Latinobarómetro: la mitad de los salvadoreños siente desafección hacia la democracia. Por eso, la imagen de los militares armados con fusiles en el Parlamento no fue vista por una parte considerable de la población como algo grave, sino como una señal de que el presidente había puesto a trabajar a un Congreso deslegitimado.

En segundo lugar, Bukele ha sorprendido por su forma de gobernar desde que asumió su mandato el pasado 1º de junio: un estilo desenfadado —como su ropa—, directo y donde las redes sociales —Twitter— cumplen un rol muy importante como cordón umbilical con la ciudadanía en detrimento de la institucionalidad. Es una manera de construir una relación directa entre el Gobierno —en realidad, entre el presidente— y los votantes.

Pero dentro de esa apuesta por la modernidad que exhibe Bukele pervive y se engendra la tentación a recurrir a lo viejo: a un estilo autoritario, intransigente, personalista y mesiánico que desprecia las instituciones. Todo ello convierte a Bukele en un nuevo caudillo latinoamericano con las herramientas modernas que le otorgan las redes sociales pero con los viejos instintos caudillistas. 

Pero dentro de esa apuesta por la modernidad que exhibe Bukele pervive y se engendra la tentación a recurrir a lo viejo: a un estilo autoritario, intransigente, personalista y mesiánico que desprecia las instituciones.

Su amago de golpe de Estado, en realidad, fue una hábil puesta en escena. Más que  acabar con una Asamblea mayoritariamente opositora, buscaba poner los cimientos de una posible victoria arrolladora en febrero de 2021 que le otorgaría la mayoría absoluta en las legislativas de ese año. Con un partido hecho a su medida que se lo debe todo a él y a su entorno —familiar— no tendría ningún obstáculo para moldear El Salvador a su imagen y semejanza. 

Su amago de golpe de Estado, en realidad, fue una hábil puesta en escena. Más que  acabar con una Asamblea mayoritariamente opositora, buscaba poner los cimientos de una posible victoria arrolladora en febrero de 2021 que le otorgaría la mayoría absoluta en las legislativas de ese año.

Ese es el real peligro de Bukele: no la teatral entrada de militares en la Asamblea, sino su proyecto a largo plazo de someter las instituciones a su voluntad aprovechando los resquicios que deja la democracia para acabar con ella. Como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, así es como, precisamente, mueren las democracias: “La  gran ironía de por qué mueren las democracias es porque se utiliza como pretexto la defensa de la misma democracia para su subversión”. 

En febrero hemos asistido solo a un ensayo. El primer acto empieza en febrero de 2021.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Rogelio Núñez

Investigador senior asociado del Real Instituto Elcano. Experto en América Latina. Profesor de la Universidad de Alcalá en España.

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