Adrián Ravier / / 15 de octubre del 2020

Reflexiones económicas y morales sobre la deuda

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Tras la crisis de 2008, la Reserva Federal de los Estados Unidos redujo la tasa de interés al 0-0,25 %, sosteniendo ese nivel hasta el 2016. Las pequeñas subidas de los dos años siguientes dejaron en riesgo de recesión a la economía americana, lo que rápidamente se revirtió hacia una nueva tasa de interés real negativa. Esto empeoró con el escenario del COVID-19, caracterizado por una cuarentena universal. Ante más de una década de tasas de interés reales negativas, no sorprende que el mundo haya optado por incrementar sus niveles de deuda. Por ello, merece la pena realizar una serie de reflexiones económicas y morales para adelantarnos a sus consecuencias a mediano y largo plazo.

Ante más de una década de tasas de interés reales negativas, no sorprende que el mundo haya optado por incrementar sus niveles de deuda.

En primer lugar, los economistas coincidimos en que no hay diferencia conceptual entre las consecuencias económicas del déficit fiscal que sufre un individuo, una familia, una empresa, un club o un país. Para cualquiera de estos agentes, si los egresos son superiores a los ingresos, decimos que existe un déficit. En el plano de una nación, si los ingresos tributarios no alcanzan a cubrir las erogaciones del gasto público, entonces decimos que tenemos un déficit fiscal.

No hay diferencia conceptual entre las consecuencias económicas del déficit fiscal que sufre un individuo, una familia, una empresa, un club o un país.

El déficit fiscal cuenta con diversas fuentes de financiamiento. Podría enfrentarse con nuevos impuestos, tasas y contribuciones que generan nuevos recursos tributarios. Podría endeudarse el gobierno con la autoridad monetaria, ampliando el Banco Central sus pasivos creando nueva liquidez y sumando bonos en el activo (operaciones de mercado abierto). O bien, el gobierno podría emitir bonos y venderlos a otras instituciones, desde los organismos multilaterales de crédito o los propios organismos del Estado hasta bancos y empresas locales y extranjeras que se vean atraídas por la tasa de interés.

Lo cierto es que la toma de deuda, sea interna o externa, implica siempre un desplazamiento temporal de la disponibilidad de fondos. Para el acreedor, implica menos gasto hoy (el capital prestado) y mayor gasto en el futuro (una vez que cobre el capital y los intereses); para el deudor, la deuda implica mayor gasto hoy, pero menor gasto mañana, una vez que deba pagar el capital y los intereses de deuda. Decimos que existe un problema moral porque, precisamente cuando esto ocurre, la generación presente cuenta con mayores posibilidades de gasto, que deberán pagar generaciones futuras que ni siquiera participaron de la elección del gobierno que tomó la deuda, ni recibieron los beneficios de estas partidas de gasto.

Si uno toma en cuenta uno de los principios básicos de la economía que indica que las personas se mueven por incentivos, debemos reconocer que el incentivo de un gobierno para tomar deuda es alto (beneficio sin costo político); mientras ocurre lo contrario con la cancelación de deuda (costo político sin beneficio).

Si bien la deuda no puede sostenerse indefinidamente, los gobiernos toman deuda futura para cancelar deuda presente, lo que se convierte en un diseño Ponzi que siempre termina mal. Como sabemos, el esquema Ponzi “es una operación fraudulenta de inversión que implica abonar a los inversores actuales los intereses obtenidos del dinero de nuevos inversores (y no de la generación de ganancias genuinas)”. La sucesión de default que algunos gobiernos han declarado muestra la consecuencia lógica del esquema con el que se toma y financia la deuda.

Por otro lado, si bien hay analistas que separan los efectos de la deuda y los impuestos, no son realmente muy diferentes. Tomar deuda implica que el beneficio obtenido hoy se pagará necesariamente con impuestos futuros. Si una partida de gasto público se financia con impuestos específicos, habrá una reducción del gasto de la persona física o jurídica sobre la cual recae el peso de ese impuesto. Al mismo tiempo, si el gobierno aspira el crédito disponible en la economía, reducirá el crédito del cual puede disponer el sector privado, notando que las tasas de interés se elevan por la menor disponibilidad de ahorro en la economía. Esto no es otra cosa que el efecto crowding out o efecto desplazamiento. Si el gobierno construye un puente, una escuela o un hospital con deuda, habrá desplazado a una empresa privada de tomar ese mismo crédito para financiar algún proyecto de inversión. El empleo público financiado con deuda evita la generación de empleo privado, igual que ocurre cuando la obra pública se financia con impuestos.

El empleo público financiado con deuda evita la generación de empleo privado.

Más allá de los problemas de incentivos, algunos gobiernos han podido salir de la trampa de la deuda, pero no lo han hecho mediante las medidas de default y consecuente aislamiento. Más bien, han recorrido un camino exactamente inverso. Primero, equilibraron sus cuentas para no requerir más deuda; segundo, establecieron reglas fiscales en las cuales el ritmo de incremento de deuda no podía superar el ritmo al cual crece la economía. Este es precisamente el caso de Irlanda, el milagro del tigre celta, país que logró reducir su deuda desde el 160% del PIB hasta menos del 40%. Una vez que la economía se integró a la Unión Europea, se adhirió al Tratado de Maastricht, aplicó límites a sus desequilibrios y acumuló décadas de crecimiento económico sin tomar nueva deuda. No es que cancelara su deuda, sino que esta se volvió cada vez menor en proporción al PIB, que creció mucho más rápido que ella.

Otra manera de encarar el problema podría ser a través del límite constitucional. Si un gobierno requiere de una aprobación de las cámaras alta y baja del Congreso para tomar deuda, entonces el proceso se hace mucho más difícil. Si los gobiernos reconocen hoy la tentación que supone endeudarse y los efectos negativos que ello conlleva, sería deseable que se vote una ley o, mejor aún, un límite constitucional para inhibir esa salida una vez que los cantos de sirena populista presionen al gobierno para cubrir paquetes de gasto vía deuda.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Adrián Ravier

Doctor en Economía, profesor de Análisis económico y Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE (Argentina). Profesor visitante de la Escuela de Negocios de la UFM y OMMA de Madrid.

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