Eduardo Fernández Luiña / / 19 de noviembre del 2020

China: ¿realmente un modelo alternativo?

china libertad occidente

La última semana de octubre tuvo lugar el primer Seminario Interuniversitario (SIU) virtual organizado por el Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP). En el evento, se reflexionó sobre el significado de la batalla cultural y los retos que las sociedades libres enfrentan en estos tiempos marcados por la crisis y la incertidumbre. Uno de los ejercicios tuvo lugar el miércoles 28 de octubre y consistió en una conversación entre los profesores Daniel Fernández, Luis Espinosa Goded y Pedro Isern. La temática que se discutió fue variada y versó sobre los desafíos de la libertad en la actualidad. 

Como el lector puede suponer, el diálogo fue entretenido y de gran utilidad. Despertó mi interés el análisis de Pedro Isern sobre China. Y es que el razonamiento que puso sobre la mesa el profesor uruguayo es a todas luces preocupante. Pedro señalaba, y desde mi punto de vista no le falta razón, que dada la crisis de la democracia liberal el modelo chino puede adquirir relevancia y representar una opción (un ejemplo) para un gran número de países sumergidos, como hemos señalado más de una vez, en una fuerte discusión alrededor de la legitimidad de sus instituciones democráticas. 

Los tiempos de crisis representan oportunidades. Y son muchos los que no creen en la libertad y promueven el desarrollo de ideas contra el Estado de derecho, la división de poderes y la protección de las libertades individuales. Debemos ser conscientes de que la República Popular de China no es amiga del libre comercio. Tampoco cree en la libertad. China ha sido uno de los grandes ejemplos totalitarios. A pesar de su apertura parcial en el año 78 con la llegada al poder de Deng Xiaoping, sigue siendo un régimen represivo y sin escrúpulos que no respeta los derechos humanos básicos. Cuando vemos el devenir del país, sorprende su desarrollo económico, de eso no cabe duda. Pero existen problemas en diversos ámbitos de acción, uno de ellos, la justicia. Sobra decir que la igualdad jurídica no existe y, por supuesto, también observamos problemas en la separación de poderes. El sistema judicial pertenece al partido y forma parte de su estructura. Como en todo estado totalitario, difícilmente podemos distinguir a los funcionarios públicos de los miembros del partido. 

Los tiempos de crisis representan oportunidades. Y son muchos los que no creen en la libertad y promueven el desarrollo de ideas contra el Estado de derecho, la división de poderes y la protección de las libertades individuales. Debemos ser conscientes de que la República Popular de China no es amiga del libre comercio.

Además, los ciudadanos de China tienen problemas en relación a la libertad de conciencia, pues, como sabemos, se han evidenciado casos de persecución religiosa contra grupos cristianos, musulmanes y budistas. La descentralización y autonomía de determinadas regiones brilla por su ausencia y son claros los abusos contra la población LGTBI. En definitiva, en China no se respetan las libertades básicas de naturaleza económica, social, religiosa y política. ¿Cómo se puede convertir un sistema así en un modelo para determinadas realidades occidentales? ¿Cómo pueden algunos considerar que dicho modelo representa una alternativa a la democracia liberal? 

Occidente tiene que reflexionar sobre lo que ha sido, sobre lo que es y sobre lo que desea ser en los próximos años. Es cierto que, en este momento, los sistemas liberales democráticos están pasando por un mal momento. Los niveles de confianza ciudadana están por los suelos en un gran número de países; sin embargo, lo anterior no debe ser óbice para rechazar todo lo que hemos logrado, todo lo que las sociedades libres han conseguido. Esa, la recuperación de la confianza ciudadana, debe ser una prioridad de las élites que nos gobiernan día a día. Para ello, es necesario simplificar la relación entre gobernantes y gobernados y acercar las instituciones a la población. 

Occidente tiene que reflexionar sobre lo que ha sido, sobre lo que es y sobre lo que desea ser en los próximos años. Es cierto que, en este momento, los sistemas liberales democráticos están pasando por un mal momento. Los niveles de confianza ciudadana están por los suelos en un gran número de países; sin embargo, lo anterior no debe ser óbice para rechazar todo lo que hemos logrado.

Los políticos deben ser más humildes; los niveles de corrupción, inaceptables en un gran número de sistemas, reducirse drásticamente hasta desaparecer. La descentralización tiene que ser una realidad y, en esencia, debe primar la libertad. Debemos tener más sociedad y menos Estado; más libertad y menos regulación; más confianza en la gente de parte de las instituciones; y un compromiso real con la protección de la propiedad privada. Eso es lo que ha producido el magnífico desarrollo que Occidente ha disfrutado durante los pasados doscientos años. Todo ello ha sido posible gracias al dulce comercio y a la promoción de sociedades civilizadas basadas en el libre intercambio. ¿Es eso lo que representa China? ¿Realmente hay alguien que se pueda creer lo anterior? El Estado chino no cree en la privacidad, espía cotidianamente a su población y la videovigila limitando sus movimientos y acciones. Es un país que limita el acceso a la información y que oprime de forma violenta a todos aquellos que solo quieren ser dueños de sus vidas. Occidente no puede mirar a China. Occidente no debe mirar a China. 

Es un país que limita el acceso a la información y que oprime de forma violenta a todos aquellos que solo quieren ser dueños de sus vidas. Occidente no puede mirar a China. Occidente no debe mirar a China. 

Hay un país que sí merece la pena. Un ejemplo de inserción en los mercados mundiales y de protección a la libertad. Ese país se llama Taiwán. Los taiwaneses son un ejemplo de desarrollo económico, sí; pero también de eficacia en la gestión de la crisis y protección de la estructura de derechos y libertades de las personas. Son un ejemplo de transición a la democracia. En el caso de que miremos a Oriente, abramos canales de comunicación y relaciones con esta y otras naciones como Corea del Sur o Japón. Pero no tomemos como ejemplo a China, una de las dictaduras más longevas y sanguinarias de la historia. 

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

Comparte este artículo:

Eduardo Fernández Luiña

Doctor en Ciencia Política y profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales y de UFM Madrid

Leer más de este autor