Will Ogilvie / / 19 de agosto del 2021

En defensa del reguetón y de la vida en general

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Vivimos en tiempos arrogantes. Cuando las ciencias avanzan para explicar todo lo que somos, nuestra naturaleza continúa escabulléndose entre los dedos de la comprensión.

El reguetón es visto como un género musical de mal gusto, pero ¿por qué tiene tanto éxito? No es el único género que tiene bases repetitivas, ni el primero al que se ha acusado de letras machistas —ahora feministas, véase Bichota de KarolG«ser una big shot»— o una marcada apologética de las armas o, incluso, de la vida criminal. El rock sin duda se le adelanta en todas las obscenidades; el rap y el trap o música urbana, también.

El burdo arte de las democracias

Tocqueville nos avisó del burdo arte que tendrían las democracias: el incentivo no sería crear lo bello, sino lo útil, lo barato y lo rápido; pero ello no significa que la vulgaridad merezca nuestro insulto. Así, cada vez más, en todas las esquinas del mundo retumba esa base tan característica y pegadiza, y se escuchan letras en español con acento puertorriqueño.

No puedo evitar sonrojarme cuando lo critican los típicos alternativos que creen estar más orientados hacia la virtud por escuchar música indie rock. Sin duda, la mayoría de lo que ellos aprecian, para mi padre, sería una basura comercial. Para un señor acostumbrado a escuchar a Mozart, casi todo lo que escuchan esos perfiles alternativos no es más que ruido. Incluso clásicos, que pertenecen al Pleistoceno para mi generación, como los Beatles, Bruce Springsteen o ABBA, jamás se podrían comparar a Chopin para un señor como mi padre. ¿Es irremediable que seamos hijos de nuestra época?, ¿por qué el reguetón triunfa en nuestro tiempo?

¿Una expresión bárbara?

Creo que es imposible escapar plenamente de la época a la que pertenecemos. Además, nuestra naturaleza continúa teniendo una parcela salvaje e irracional, y la música nos lo recuerda. ¿Se han parado a pensar por qué nos ponemos a cantar desenfrenadamente cuando suena una canción que nos gusta? Hasta a Sócrates, el hombre más sabio de la historia, también le pillaron bailando solo como un demente, según cuenta Jenofonte. Puede que de ahí venga esa máxima que atribuyen a Nietzsche de que «aquellos que eran vistos bailando eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música».

El verano pasado organicé un curso sobre Platón con mis alumnos. Una de las cosas que más llama la indignación de las nuevas generaciones es la importancia que Platón le da a censurar la música.  Allan Bloom, uno de los comentaristas de Platón más relevantes del siglo XX, argumenta que, para el sabio ateniense, «el ritmo y la melodía, acompañados del baile, son expresiones bárbaras del alma. Bárbaras, no animales. La música es el médium del alma humana en su condición más extasiada de asombro y terror.

La música es el médium del alma humana en su condición más extasiada de asombro y terror.

Nietzsche, que en gran medida coincide con Platón, dice en el Nacimiento de la Tragedia en el espíritu de la música (nótese el título de la obra de Nietzsche), que la mezcla de la crueldad y la burda sensualidad caracterizan este estado, que por su puesto era religioso y puesto al servicio de los dioses. La música es el habla primitiva y primaria del alma, sin habla ni razonamiento. Incluso cuando se incluye el habla articulada, esta está totalmente subordinada y determinada por la música y las pasiones que expresa».

La música como forma de expresión

La música puede ser una expresión bárbara y no animal porque, hasta cierto punto, es incomprensible, pero educable: de ahí que seamos todos hijos de nuestra época. Bárbara es el habla inteligible de una persona —bar, bar, bar, la palabra tiene intención de ser onomatopéyica—. Así se referían los griegos a aquellos que no compartían su idioma. Por eso, hasta los persas, la civilización del «gran rey» les era bárbara.

La música provoca esa vibración del alma, en especial cuando disminuye el miedo a hacer el ridículo —de nuevo, un tema tratado en el Simposio de Jenofonte—. Los griegos entendieron mucho mejor que los racionalistas modernos el estado en el que nos encontramos cuando gritamos hasta perder la voz en un concierto o bailamos al lado de un subwoofer. Vivimos en ese instante. Sea el género musical que sea. En las nuevas generaciones es evidente que el reguetón es el estilo musical que más consigue ese éxtasis y no se les debe censurar por ello.

Los griegos entendieron mucho mejor que los racionalistas modernos el estado en el que nos encontramos cuando gritamos hasta perder la voz en un concierto o bailamos al lado de un subwoofer. En las nuevas generaciones es evidente que el reguetón es el estilo musical que más consigue ese éxtasis y no se les debe censurar por ello.

La música no es solo un campo de elevación, de placer de los sentidos; también es una vía de escape, una forma de expresión, un medio para relacionarnos con los demás y quizá la forma más antigua de cortejo. En la época que elimina las mediaciones, no puede sorprender que triunfe el reguetón, música directa donde las haya.

Si no me creen, compruébenlo la próxima vez que asistan a una boda. Mientras dos o tres se animarán a bailar un charlestón y solo los mayores bailarán el vals, presenciarán una erupción de pasión juvenil en cuanto suene la primera canción de reguetón.

¿Somos más virtuosos por la música que escuchamos?

Vayamos, pues, a la pregunta del millón: ¿somos más virtuosos por la música que escuchamos? No, y todos lo sabemos. Por lo tanto, la censura es en el mejor de los casos puritanismo y, en el peor, un intento de imponer sobre los demás nuestros propios gustos. Como bien recuerda Bloom, Platón por lo menos se toma lo suficientemente en serio la educación como para hacernos entender la parte clave que juega la música en su modelo de sociedad y la importancia de la virtud. Lo que los críticos actuales nos piden es que pasemos de Bad Bunny a los Beatles.

Nietzsche era wagneriano, pero creo que sus palabras sobre su obra describen bien esta música tan absurda, pegadiza y tan políticamente incorrecta. Le habría maravillado la capacidad que tiene de encontrar a sus compañeros de entusiasmo, en atraerlos hacia nuevos senderos ocultos y hacia nuevas pistas de baile.

Con lo cual, inspirado por lo dionisiaco, según este loco alemán —la afirmación del deseo de vivir sin restricciones—, la próxima vez que bajen la ventanilla y escuchen al coche de al lado con su piloto cantando reguetón puede ser buena idea que sonrían y entiendan esa parte irracional de nuestra naturaleza que se niega a doblegarse a la razón.

Quién sabe, quizás se pillen a sí mismos con la música a todo volumen y comprendan esa habla bárbara de su alma.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Will Ogilvie

Profesor y coordinador de la carrera de Asuntos Globales en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Actualmente, está doctorándose en pensamiento político. Además, posee una licenciatura en Psicología y un máster en Estudios Internacionales por la Universidad de Santiago de Compostela.

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