Los NFT como la moderna «pluma de quetzal»

Foto cortesía de Ståle Grut

Para los antiguos mayas, el quetzal era el dios del aire y las plumas de su cola eran un símbolo de estatus. Como narra Miguel Ángel Velasco, «… los gobernantes de Mesoamérica y algunos otros rangos de la nobleza llevaban tocados de plumas del quetzal como símbolo de su relación con Quetzalcóatl y Kukulkán». Estas plumas eran muy escasas; es difícil ver a un quetzal, mucho más capturarlo para quitarle una pluma.

Al contrario, si fuera fácil, estas no tendrían este valor ni señalarían estatus social. El mismo principio aplica a otros coleccionables, como las pinturas, los relojes o los carros.

Sin embargo, desde hace poco, el Internet era el lugar de superabundancia. Todo está al alcance de todos mediante un simple «copiar-pegar». Este hecho ha revolucionado, por ejemplo, la industria de música, a mano de Napster y sus sucesores.

Desde hace poco, el Internet era el lugar de superabundancia. Todo está al alcance de todos mediante un simple «copiar-pegar».

Pero, sin esa escasez, ha sido difícil imaginar una moneda digital (que por definición tiene que ser escasa) o los mismos coleccionables como la pluma de quetzal. Los tókenes no fungibles (los NFT) han cambiado justamente esto. Han impuesto escasez en un mundo que realmente no carece de mucha escasez. Los NFT, a través de un blockchain, imponen escasez y convierten objetos virtuales en coleccionables escasos.

Es decir, los NFT son «estatus digital», el moderno equivalente de las plumas de quetzal de los antiguos mayas.

Pero no todo es estatus

Sin embargo, no solo se trata de estatus. Implícitamente, ser propietario de un coleccionable te da acceso a una comunidad. Por ejemplo, para los antiguos mayas, tener muchas plumas de quetzal señalaba nobleza y permitía socializar dentro de ella.

Los tókenes no fungibles (los NFT) han cambiado justamente esto. Han impuesto escasez en un mundo que realmente no carece de mucha escasez.

Del mismo modo, podemos imaginar la adquisición de un Ferrari. Para el propietario de un Ferrari, no solo es una manera de mostrar su estatus, también es la oportunidad de socializar o pertenecer a una comunidad de iguales.

En este sentido, un NFT no es nada diferente a cualquier otro coleccionable.

No son inversiones, pero coleccionables

Tal como una pintura, un Rolex, unas tarjetas de Panini o una cartera de Chanel no son inversiones per se, claramente se pueden apreciar en valor. De pronto, una pintura, porque ahora es más deseada, podría presumir retornos altísimos.

Por ejemplo, El viñedo rojo de Van Gogh costó apenas 400 francos belgas en 1890. En 1987, cien años después, otra pintura de Van Gogh (Jarrón con quince girasoles) se vendió por $39.7 millones, un récord en ese momento. Tres años después, el Retrato de Dr. Gachet se vendió por $82.5 millones.

¿Son «Lindy» los NFT?

El primer NFT fue creado en el 2014, usando el blockchain de Namecoin. ¿Qué tan probable es que los NFT sigan existiendo en 10 años de aquí?

El «efecto Lindy» se refiere a un chisme popular entre actores en Broadway. En un café conocido por su cheesecake con el nombre de Lindy’s, estos actores descubrieron que la vida esperada de un show que ha sobrevivido por, digamos, 30 días era de otros 30 días. Similarmente, un show que había sobrevivido por 100 días tendría una vida esperada de aproximadamente otros 100 días. Esta heurística se conoce como el «efecto Lindy». Cuánto más tiempo sobrevive una obra, mayor su esperanza de vida.

La compra de un NFT parece ser no solo una apuesta a la (futura) popularidad de la cosa registrada, sino una apuesta a la viabilidad del blockchain que la contenga.

De tal modo, podemos apreciar que, si queremos conocer el futuro, las cosas que han sobrevivido durante siglos van a estar presentes en nuestras vidas en los próximos siglos. Además, vemos que muchas novedades de hoy día en un par de años ya no las vamos a tener presentes.

¿Es el NFT capaz de sobrevivir por mucho tiempo o solo está de moda antes de sumar?

Lo primero que hay que reconocer es que, cuando el blockchain donde se registra el NFT desaparezca, es decir, no hay nodos dispuestos a brindar el poder de cómputo necesario para mantenerlo, el NFT desaparece. Entonces, lo que se necesita es un blockchain ganador, que resista la prueba del tiempo. Por lo tanto, la compra de un NFT no solo es una apuesta a la (futura) popularidad de la cosa registrada, sino una apuesta a la viabilidad del blockchain que la contenga.

Los coleccionables físicos y tangibles van a ser inherentemente menos frágiles que los coleccionables virtuales, los NFT.

Si mañana Rolex decide dejar de producir relojes, aún tengo mi Rolex. Si mañana el blockchain de un NFT deja de operar, ya no tengo mi NFT. Sería interesante ver cómo, con el paso del tiempo, los NFT se integran (o no) a la vida cotidiana de las personas.

Diré que los coleccionables físicos y tangibles van a ser inherentemente menos frágiles que los coleccionables virtuales, los NFT.

Pero ¿son los NFT mucho más que coleccionables virtuales?

Parece que existen otras aplicaciones de los tókenes no fungibles (NFT). En concreto, se podría trasladar cualquier tipo de propiedad offline (sea tangible como bienes raíces o intangible como acciones) a un mundo virtual. Esto permite una radical descentralización de los registros de propiedad.

Los NFT van potencialmente mucho más allá que imponer escasez en un mundo de arte virtual. Pero por el momento, los NFT son nada más y nada menos que una moderna «pluma de quetzal».

Si alguien físicamente defrauda tu propiedad, es fácil para cualquier persona en el mundo ver que estás intercambiando propiedad defraudada. Esto podría fortalecer los derechos de propiedad, entre muchas otras cosas que aún ni podemos imaginarnos. Así mismo, podría tener un sinfín de aplicaciones en la protección (no estatal) de propiedad intelectual.

Por ejemplo, YouTube recibe un bombardeamento de videos ilegales de fútbol después de un partido importante, los cuales terminan defraudando a aquellas organizaciones que hayan comprado los derechos de transmisión. Luego, YouTube incluso gana dinero con estas imágenes defraudadas (por mostrar anuncios), y después de un tiempo el equipo de YouTube los quita manualmente después de ser revisados por algoritmos y personas. Todo esto podría ser evitado y resuelto con los NFT.

Así que, los NFT van potencialmente mucho más allá que imponer escasez en un mundo de arte virtual. Pero por el momento, los NFT son nada más y nada menos que una moderna «pluma de quetzal».

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Olav Dirkmaat

Director del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor de economía en la UFM. CIO de Hedgehog Capital. Doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid.

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