Eduardo Aguilar / / 23 de febrero del 2022

Metodologías del marxismo cultural I: primera y segunda batalla cultural

Foto cortesía de Camillo Corsetti Antonini

Analizando la política contemporánea en los países democráticos, es evidente la crisis general en la que estos se encuentran. Las poblaciones de estos países ya no se identifican con los sistemas políticos libres, en especial con los valores fundamentales que han producido el progreso universal de las sociedades abiertas.

Mientras tanto, se argumenta en diferentes espacios públicos que el progreso es espontáneo y parte de una cascada natural, impulsada por el desarrollo tecnológico y la apertura de mercados. Por lo tanto, estamos en medio de una novedosa tendencia que nos aleje de los valores universales de la edad ilustrada.

Esto se debe a que se armoniza con los ideales del mundo democrático, en el que las sociedades cambian a medida que avanzan con libertad, confrontando dentro de un mercado de las ideas una suerte de transformación y evolución.

Sin embargo, se hace necesario confrontar esta visión posmodernista que pretende obviar y distorsionar la mayoría de hechos que definen la crisis identitaria de nuestro tiempo.

Dos periodos históricos de interés

En principio, se debe entender que esta transformación de patrones culturales desde el espectro político tiene antecedentes en lo que se puede denominar la «primera batalla cultural», que no es más que la aplicación del modelo maoísta dentro del cambio estructural que buscó la Gran Revolución Cultural de China.

Además, hay un segundo momento en el que esta se proyectará al sistema internacional como un modelo resultante de la esfera dictatorial internacional. Así, su gran impacto y acuerdos comunes son absorbidos en la actualidad por los liderazgos posmodernistas en Occidente y dan paso a la propuesta actual de cooptación de las instituciones del orden democrático internacional, por la imposición de estructuras de orden dictatorial y la consecuente convulsión social que genera una intervención de esta escala en las sociedades libres.

¿Por qué una «primera batalla cultural»?

Para aclarar el término, es necesario recordar a Mao y su remoción de la dirigencia del Partido Comunista de China —en adelante PCCh— tras los ataques abiertos a las instituciones democráticas con la Campaña de las Cien Flores y su inmediato genocidio por medio de la Campaña Antiderechista. Estos ataques involucraron la purga de quinientos mil a dos millones de intelectuales, y el fracaso de la aplicación económica marxista con el Gran Salto Adelante, con 16 a 18 millones de muertos por inanición.

Mao concluyó que «las propiedades y riquezas pueden ser confiscadas, pero no las ideas»

Fue esta remoción de Mao la que le llevó a aplicar esfuerzos al proyecto de reeducación de estudiantes y miembros del PCCh, en el que, cabe recordar, ordenó la muerte de setenta y siete mil personas y una purga de cinco millones. Sin embargo, tras sus continuos esfuerzos, Mao concluyó que «las propiedades y riquezas pueden ser confiscadas, pero no las ideas», llegando a concebir por primera vez lo que durante dos mil años la tradición humanística occidental ha salvaguardado: la conciencia individual es impenetrable para las esferas públicas.

Por lo tanto, Mao determinó la existencia de una última frontera a conquistar para los revolucionarios, declarando la batalla cultural. Al cambiar el modelo de acción, la gente de Mao procura aplicar algunos planteamientos desarrollados previamente en Sobre la nueva democracia, bajo el entendido que «la cultura revolucionaria es una poderosa arma revolucionaria para las grandes masas del pueblo. Antes de que se produzca la revolución, prepara ideológicamente el terreno, y durante ella, constituye una parte necesaria e importante del frente general de la revolución».

Este camino le llevó a adoptar propaganda del modelo de Joseph Goebbels, lanzando el libro rojo de Mao —una suerte Mein Kampf poético—, con una copia para cada persona, y a plantear toda una nueva fuerza fáctica.

Víctimas militantes: un manual para el marxismo cultural

Se decidió que un marxismo de tipo cultural requeriría de fuerzas revolucionarias diferentes: la creación de un ejército no convencional, sin relación o dependencia del sistema político —fácil de instrumentalizar, difícil de responsabilizar—.

Por ello, se estableció que los estudiantes serían la base para este. Además, tendría dos criterios medulares:

  • Alejarlos de cualquier forma de tradición, y;
  • formarlos solo en preceptos maoístas.

Se optó por alumnos urbanos, universitarios y de secundarias, y se les identificó con bandas de tela visibles —pertenencia y distinción de clase—, convirtiéndoles en guardias rojos.

Y, como es ampliamente conocido, los guardias llevaron a cabo la purga del Agosto Rojo contra intelectuales, catedráticos universitarios y miembros del partido. Mao celebró la lucha de los jóvenes contra los que llamó de nuevo “conservadores, capitalistas y tradicionalistas”, a pesar de que estos eran miembros activos del PCCh —aunque afines al modelo económico leninista y a ideas de Kruschev—. En otras palabras, Mao, por medio de la purga, cambió de modelo marxista-económico a marxista-cultural, limpiando su imagen y desvinculándose de los errores del anterior modelo.

Mao celebró la lucha de los jóvenes contra los que llamó “conservadores, capitalistas y tradicionalistas”, a pesar de que estos eran miembros activos del propio Partido Comunista

El siguiente paso fue prohibirle a la policía o al ejército intervenir en los actos violentos de revolución de los guardias rojos en cualquier parte del país. Ordenó la cooperación y ayuda necesaria para su alimentación y transporte en el «gran intercambio revolucionario», mientras que cualquier intento de reducir la violencia denunciada era ilegal y podía llevar a generar sospechas de traición. Así se da la movilización de más de 12 millones de estudiantes al interior de China con viajes financiados por el partido.

En simultáneo, Lim Biao —autor real del libro rojo de Mao— desarrolló, en sus arengas hechas para la Guardia Roja, la doctrina de los cuatro enemigos de los guardias rojos:

  • Viejas costumbres
  • Viejos hábitos
  • Vieja cultura
  • Viejas ideas

De esta forma, cualquier cosa que se relacionara con cultura, religión, tradiciones, educación, arte o familia se concibe dentro del campo de acciones de los guardianes y se genera un espacio sin precedentes para el genocidio y las purgas. Como meta, se estableció borrar todo lo antiguo para poder instaurar lo nuevo. Posteriormente, a las 4 cosas viejas se anexaron los 9 ancianos fétidos e incluyó específicamente a propietarios de tierras, campesinos ricos, contrarrevolucionarios, malas influencias, traidores, miembros del partido no maoístas, simpatizantes del capitalismo, intelectuales y derechistas.

A la vez, el marxismo cultural desarrolló lo que se podría llamar un catálogo procedimental para la eliminación de los cuatro viejos. Se considera su cumplimiento como imperante para alcanzar los objetivos culturales del modelo maoísta, siendo este:

  1. cambiar nombres de calles, avenidas, tiendas y nombres propios para hacerlos más revolucionarios;
  2. manifestaciones favorables con tambores y lemas exclusivamente revolucionarios;
  3. empapelar permanentemente las ciudades con propaganda;
  4. forzar el cierre de negocios que no accedan de buena forma a esta guía;
  5. determinar los nuevos estilos de vestir, hablar y peinarse;
  6. destruir obras de arte, archivos, bibliotecas y antigüedades; destruir los templos, iglesias, mezquitas, cementerios; obligar a sus propios sacerdotes a destruir sus símbolos por fuerza de fusil —250,000 casas religiosas confiscadas solo en Shanghái—;
  7. destruir cualquier símbolo de autoridad histórica, y las tumbas de emperadores y filósofos deben ser profanadas;
  8. coaccionar arbitrariamente la reducción de precios a placer;
  9. cambiar arbitrariamente las oficinas gubernamentales y en las normativas para bloquear lo que según los rojos es injusto.

Ya en esta fase, se incluyó una reforma al sistema de justicia. Se podía condenar a un sospechoso de ser «negro» —alguien vinculado a las cuatro cosas viejas y los nueve ancianos— sin juicio previo por tres medios: denunciante, acusación popular o por sus propios hijos. Este proceso incluía la exhibición pública en actos en los que se esperaba que personas cercanas o familiares le llegasen a insultar o a burlarse como una garantía de no favorecer las conductas del sentenciado y, normalmente, se ordenaba una reeducación en campos de concentración o el fusilamiento —1-7 millones de muertos—.

El Partido Comunista logró establecer un orden moral artificial, y alterar de forma arbitraria lo que se entiende por «comúnmente aceptado». Así se generaría una nueva cultura a través del poder blando de la propaganda.

Cuando estos «revolucionarios» cumplieron su función, tras las revueltas Wuhan, fueron enviados lejos de las ciudades a campos de reeducación para campesinos —18-20 millones—.

Estos sucesos permitieron que el partido pudiese alcanzar su sueño de establecer un orden moral artificial, traduciéndose en la capacidad de imponer lo bueno y lo malo en general desde la autoridad central, y básicamente experimentar al alterar de forma arbitraria lo que se entiende por «comúnmente aceptado». Así se generaría una nueva cultura a través del poder blando de la propaganda.

La nueva historia

Como producto de la victoria del marxismo cultural de Mao, este desenmascaró por qué propició este nuevo genocidio, pues desde un principio planeó generar una nueva cultura a través del poder blando de la propaganda junto a su gente de confianza —el grupo de los cuatro de Shanghái, formado por la cuarta esposa de Mao, Jiang Qing y sus asociados: Wang Hongwen, cabeza visible de la Guardia Roja; Yao Wenyuan, editor, y Zhang Chunqiao, periodista y escritor—.

Ya habiendo eliminada y prohibida toda producción artística e histórica previa a 1949, se implantaron las óperas modelo que glorificaron la lucha de clases, una nueva estética socialista y, en especial, la victoria de Mao

Ya habiendo eliminada y prohibida toda producción artística e histórica previa a 1949, se implantaron las 8 óperas modelo que glorificaron la lucha de clases, una nueva estética socialista y, en especial, la victoria de Mao. Básicamente, las producciones de este grupo se convirtieron en la única fuente de moral, historia, justicia o cultura. Se dio un especial énfasis a que los estudiantes fueran quienes las representaran, tanto en escuelas como en las calles y plazas.

Para consolidar esta victoria, Mao ordenó la liberación de los artistas a cambio de su fidelidad para que estos pudiesen estar en servicio exclusivo del «Estado» y difundieran la nueva cultura, educando a la gente y preparándola para atacar a los enemigos. Así, les forzó a destruir sus propias obras y a dejar de enseñar abiertamente sus artes, consumando una convulsión total de la sociedad china y el sometimiento cultural de enormes poblaciones regionales. 

¿Efectos para el siglo XXI?

Ahora que se entiende, por lo menos en grandes rasgos, el proceso por el cual las grandes instituciones públicas de un Gobierno absolutista fueron capaces de imponer una nueva moralidad e historia o cultura a una sociedad, cabe analizar si acaso existe una proyección de esta metodología hacia las instituciones internacionales o hacia aliados con influencias regionales en diferentes zonas del mundo.

Además, se debe analizar, de existir la posibilidad, ¿cuál sería el vehículo que han utilizado para desgastar a las democracias? y ¿cómo se desarrollaría una nueva batalla cultural?

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Eduardo Aguilar