Países pequeños: assemble o cancelando a Woodrow Wilson
En un mundo en desorden y desequilibrio, en el que el interés compartido por la paz ha sido arrollado por una falsa narrativa de igualdad global, promovida por una arrogante élite pancista, se vislumbra la posible necesidad de abandonar los ideales de «una paz común organizada» del wilsonianismo.
Pocos políticos han tenido tanta influencia en el ámbito de las relaciones exteriores y el globalismo moderno como el expresidente de EE. UU. Woodrow Wilson. Un brillante académico que, por su progresismo en la búsqueda de amplitud de oportunidades y excelencia académica, y su generación de confianza en las élites políticas en la Universidad de Princeton, logró incursionar en la política americana, de la mano del estamento proesclavitud y segregacionista del partido demócrata.
Y es gracias a su visión progresista, incluyendo el agresivo intervencionismo americano de aquella época, que diseñó sus Catorce Puntos para la promoción de la paz después de la Primera Guerra Mundial.
En ellos, Woodrow Wilson promovió que la diplomacia entre naciones debía realizarse en forma franca y abierta a la vista pública, así como la creación de una asociación de naciones para acordar garantías mutuas de independencia e integridad territorial. Esto dio paso a la creación de la Liga de las Naciones, precursora de las Naciones Unidas y el globalismo.
Breve historia del concierto de naciones
Tras venir de siglos de rivalidades organizadas y constantes conflictos por poder, influencia e intereses económicos, los reinos y naciones europeas buscaron durante el siglo XIX una armonización pacífica, un concierto de naciones para tener una estabilidad política del continente basada en la prioridad de la armonía por sobre la búsqueda de poder.
Esto duró hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. El desgaste y la destrucción que las guerras mundiales generaron a nivel global dieron paso a la necesidad de crear espacios y foros multinacionales en los cuales se podría buscar y garantizar la búsqueda común de la paz. Es así como la Liga de las Naciones, impulsada por Woodrow Wilson, es fundada por la Conferencia de Paz de París en 1920, con lo cual se dio fin a la Primera Guerra Mundial y eventualmente se dio paso a la creación de las Naciones Unidades en 1946.
Los países pequeños han sido y siguen siendo utilizados como peones de ajedrez o, peor aún, como piezas de sacrifico en los juegos geopolíticos y geoeconómicos de las grandes potencias.
En las tres versiones de un gran concierto de naciones, se ha valorado la importancia de tener un espacio intergubernamental, en el cual países poderosos y pequeños por igual podrían unirse para la búsqueda de la paz y estabilidad común. En el diseño original promovido por Wilson, en una liga de naciones, la búsqueda de «poder da paso a la moralidad y la fuerza de las armas da paso a los mandatos de la opinión pública». Este ideal, realísticamente hablando, desde su inicio ha sido utópico; ya que las grandes potencias por sus propias razones de Estado nunca han cedido su verdadero poder. Aunque en estos espacios se ha buscado la paz común y la estabilidad global, las potencias por su propia naturaleza han buscado su primacía y en los momentos en los que se ha alcanzado algún equilibrio o balance de fuerzas es cuando se han logrado neutralizar los esfuerzos de una potencia por dominar.
Irónicamente, en estos espacios intergubernamentales, generalmente se ha impuesto la voluntad de las grandes potencias, mientras que los países pequeños asienten obedientemente, aunque hacerlo así atente contra sus propios intereses nacionales. Lo que idealmente se dice que busca la armonía entre naciones es en realidad un balance de las voluntades de las potencias, legitimado por la armonía en la sumisión de las naciones pequeñas y débiles.
La unión hace la fuerza: conciertos de naciones pequeñas
En el ideal de Woodrow Wilson, una supuesta moralidad lideraría las decisiones del conjunto de todas las naciones, unidas por la búsqueda de la paz y el bien común, y la opinión pública sería el catalizador del consenso multinacional que legitimaría las decisiones.
Sin embargo, los países pequeños han sido y siguen siendo utilizados como peones de ajedrez o, peor aún, como piezas de sacrifico en los juegos geopolíticos y geoeconómicos de las grandes potencias, fraguados desde los organismos multinacionales e intergubernamentales. Ante esta realidad —y sería miope e ingenuo no darse cuenta de esto— los países pequeños deben comprender que, ante una obvia desventaja de tamaño y fuerza, su mejor oportunidad de que sus intereses pueden prevalecer y ser promovidos en el ámbito multinacional es a través de la fuerza colectiva.
Es por medio de alianzas y coaliciones que estos países pueden aumentar significativamente su fuerza individual y hacer valer su voz. Sin embargo, para que estas alianzas sean efectivas y funcionales, es imperativo que estos conciertos de naciones pequeñas se basen realísticamente en intereses comunes, intereses compartidos e intereses negociados, y en la diplomacia honesta y transparente.
En tiempo de hambruna, mejor no verse como plato de comida
La crisis en Ucrania ha puesto la atención de todo el mundo sobre las grandes potencias que se enfrentan en un conflicto en la zona gris, que implica acciones agresivas y coercitivas sin llegar a un enfrentamiento militar total.
Este conflicto demuestra lo que pasa cuando una potencia (por ejemplo, EE. UU.) busca imponer su voluntad en la zona de influencia de otra gran potencia (por ejemplo, Rusia), utilizando a un organismo multinacional (la OTAN) para validar su injerencia y usando a un país pequeño como peón de sacrificio.
La crisis en Ucrania ha puesto la atención de todo el mundo sobre las grandes potencias que se enfrentan en un conflicto en la zona gris, que implica acciones agresivas y coercitivas sin llegar a un enfrentamiento militar total.
En resumen, la situación geopolítica actual contradice y muestra que Wilson estaba equivocado: el conflicto en Ucrania muestra que una supuesta unión de iguales que pretende una armonía entre naciones termina siendo un catalizador de las voluntades de las potencias, como demuestra la teoría de public choice.
Los países pequeños, principalmente aquellos considerados objetivos estratégicos y geopolíticos —como lo son Israel en el Oriente Medio, Taiwán en Asia-Pacífico y Colombia y Guatemala en América Latina—, deben de considerar el crear nuevas coaliciones en las que estos países por su similar naturaleza y razones de Estado pueden trabajar conjuntamente, en un equilibrio político y para protegerse de ser piezas de juego de las grandes potencias mundiales.
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