Alejandro Gómez / / 17 de agosto del 2022

El crimen de la guerra

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El título de esta columna está copiado de un escrito que Juan Bautista Alberdi dejó inconcluso a comienzos de 1870. En este, el autor de las Bases reflexionaba sobre la guerra y sus nefastas consecuencias para la humanidad. En estos días en los que el fantasma de la guerra se cierne sobre Europa, es bueno reflexionar sobre la visión del autor argentino, uno de los liberales hispanoamericanos más influyentes en la segunda mitad del siglo XIX, y ver qué aporte nos ofrece su mirada sobre la situación actual.

Originalmente, el texto de Alberdi fue escrito con la intención de participar en el concurso organizado por la Liga Internacional y Permanente por la Paz en 1870, aunque nunca llegó a presentarlo. Si bien el trabajo está casi completo, Alberdi, como en tantas otras ocasiones, lo dejó como un borrador sin las correcciones necesarias y no fue publicado. La versión que llega a nosotros se encuentra en el marco de los llamados escritos póstumos que fueran publicados por su hijo luego del fallecimiento del autor, aun cuando este había dado indicaciones expresas de que los trabajos que no habían sido finalizados no fueran publicados. De este modo, El crimen de la guerra es una versión que muy probablemente Alberdi hubiese preferido corregir, ya que en muchas ocasiones resulta redundante o poco claro. No obstante, más allá de estas circunstancias, el texto nos ofrece una mirada crítica de la guerra, la cual no solo implica un costo en vidas humanas, sino que sobre todo detiene el progreso y el entendimiento libre entre las naciones.

El texto nos ofrece una mirada crítica de la guerra, la cual no solo implica un costo en vidas humanas, sino que sobre todo detiene el progreso y el entendimiento libre entre las naciones.

Así las cosas, el autor ofrece alternativas para erradicar o, al menos, disminuir su recurrencia lo más posible. Alberdi observa que la sociedad de mediados del siglo XIX está signada por los avances promovidos por la Revolución Industrial y entiende que el progreso impulsado por esta es la clave para avizorar un futuro más pacífico e integrado por las herramientas del comercio mundial libre de obstáculos. En este sentido, la visión alberdiana sobre el futuro era mucho muy optimista. A la luz de los hechos, todos sabemos que el siglo XX distó mucho de ser el siglo de la paz. Él creía que, si la gente estaba más involucrada en la elección de los líderes que declaran y hacen las guerras, estas disminuirían a medida que la democracia se expandiera. Lamentablemente, no vio venir la capacidad que tuvieron los Gobiernos nacionales para manipular a grandes masas de votantes.

El trabajo de Alberdi inicia diciendo: «el derecho de la guerra, es… el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible…». La guerra es un crimen y no importa si lo comete una persona o lo comenten mil, en ambos casos sigue siendo un crimen. Para él, la única causa que justifica una guerra es que esta sea defensiva. Solo en este caso se puede hablar de guerra legítima. Está claro que, como es el caso actual, por lo general los Gobiernos que emprenden una guerra lo hacen con pretexto de «completarse territorialmente», aunque lo que realmente busquen sea incrementar el poder que detentan de cara a su pueblo. Alberdi deja muy claro esto al señalar que «El que pelea por límites, pelea por la más o menos extensión de su poder».

Para él, la única causa que justifica una guerra es que esta sea defensiva. Solo en este caso se puede hablar de guerra legítima.

La solución alberdiana

Alberdi propone dos alternativas para morigerar las guerras. La primera sería aplicar el derecho de los hombres a las naciones y la segunda sería promover, aún más, el libre comercio. En ambos sentidos, el autor está presenciando los grandes cambios que está experimentando Europa a mediados del XIX; recordemos que, si bien él es argentino, se encuentra residiendo en el Viejo Continente desde finales de la década de 1850 y moriría en Francia en1884 —solo entre 1879 y 1881 retornó a la Argentina para ocupar un asiento como diputado nacional—. Alberdi fue testigo directo de la expansión de las comunicaciones, el transporte y la industria, así como de las demandas de mayor participación política. Todo este clima de cambio de época es el que, muy probablemente, despertó un optimismo desmedido con respecto al futuro en general y a la merma de las guerras en particular. Alberdi pensaba que el progreso económico junto con la difusión del sufragio haría que los conflictos bélicos se fueran convirtiendo en hechos cada vez más esporádicos, en parte gracias a la interdependencia que generaba el libre comercio entre las naciones que participaban de este. 

Sin embargo, el optimismo alberdiano debió esperar a que el mundo experimentara las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX para que este se convirtiera en un lugar un poco menos violento. De hecho, en su texto llega a insinuar la creación de las Naciones Unidas y la Comunidad Europea como instituciones que contribuirían a desalentar las guerras. Con respecto a la primera dice lo siguiente: «Si por el temor de ver disminuida la independencia de los estados, se resiste a la institución de una autoridad común del mundo para todos ellos [la ONU], la guerra y la violencia tendrán que ser la ley permanente de la humanidad». Sobre la segunda sostiene que «A la idea del mundo-unido o del pueblo-mundo, ha de preceder la idea de la unión europea o los Estados Unidos de la Europa», siendo esta una condición previa al surgimiento de la unidad de naciones. Como sabemos en la práctica fue justo al revés, primero surgieron las Naciones Unidas y luego la Comunidad Europea. De todos modos, es interesante ver cómo se anticipó a ambas instituciones en casi ochenta años, aunque es muy probable que el tipo de organización que él tenía en mente fuera bastante diferente a las actuales, con sus ejércitos de burócratas y regulaciones.

Sin embargo, el optimismo alberdiano debió esperar a que el mundo experimentara las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX para que este se convirtiera en un lugar un poco menos violento.

De todos modos, antes de que estas instituciones supranacionales se establezcan como medio de aminorar los conflictos, Alberdi propone dos ideas: la primera es que los propios gobernantes que provocan las guerras sean los que se enfrenten en el campo de batalla —en lugar de hacerlo por medio del pueblo—; y la segunda medida que propone es la apertura irrestricta del comercio mundial, el cual él considera como el gran agente civilizador y pacificador del momento. 

Con respecto a la primera de sus propuestas dice que, «si los gobiernos hallan cómodo el hacerse representar en la pelea por los ejércitos, justo es que admitan el derecho de los estados de hacerse representar en los hechos de la guerra por sus gobiernos respectivos… Colocar la guerra en ese terreno, es reducir el círculo y alcance de sus efectos desastrosos». Según Alberdi, los verdaderos y únicos autores de la guerra han sido los jefes de las naciones, los cuales «se han hecho representar en la tarea poco agradable de pelear o morir» en estas. Cuando llegue el día en que estos asuman la responsabilidad de ir al frente de batalla y tengan que arriesgar sus propias vidas en la lucha, las guerras serán hechos más esporádicos.

Cuando llegue el día en que estos asuman la responsabilidad de ir al frente de batalla y tengan que arriesgar sus propias vidas en la lucha, las guerras serán hechos más esporádicos.

Con respecto a su segunda propuesta, el impulso y difusión del comercio internacional, sostiene que «El comercio, que es el gran pacificador del mundo… Si queréis que el reino de la paz acelere su venida, dad toda la plenitud de sus poderes y libertades al pacificador universal. Cada tarifa, cada prohibición aduanera, cada requisito inquisitorial de la frontera, es una atadura puesta a los pies del pacificador; es un cimiento puesto a la guerra. Todo lo que entorpece y paraliza la acción humanitaria y pacificadora del comercio, aleja el reino de la paz y mantiene a los pueblos en ese aislamiento del hombre primitivo que se llama estado de naturaleza… De todos los instrumentos de poder y mando de que se arma la paz, ninguno más poderoso que la libertad». De acuerdo con su mirada, las naciones se hacen fuertes y ricas ahorrando su sangre y su oro por la paz, no en los campos de batalla.

Seguramente que sus propuestas, si bien no harían desaparecer del todo los conflictos armados, sí provocarían una disminución de estos. Cada vez que se inicia una guerra no solo se ponen en juego las vidas humanas de los que participan, sino que es mucho más grave, en el largo plazo, la pérdida de libertades individuales tanto en el país perdedor como en el bando de los vencedores. Las libertades que se restringen con la excusa del estado excepcional de guerra rara vez se vuelven a recuperar una vez terminada esta.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Alejandro Gómez

Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella, Master of Arts de la University of Chicago, e historiador por la Universidad de Belgrano en Argentina. Profesor visitante en la UFM.

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