Nayib Bukele: el vacío mensaje de esperanza salvadoreña
El pasado 1 de junio, El Salvador presenció un histórico acto solemne: la toma de posesión del presidente más joven de su historia. Distinguido por tres décadas de bipartidismo, el pequeño país centroamericano rompió con esa tendencia el 3 de febrero. El descontento de la sociedad civil con la clase política desencadenó el fenómeno de una figura mesiánica como Nayib Bukele, que con promesas de cambio derrotó por primera vez en 30 años tanto a ARENA como al FMLN. Celebrado frente al Palacio Nacional, el evento estuvo abierto al público, que escuchó un esperanzador mensaje de apertura en el que se prometía que este nuevo gobierno convertiría a El Salvador en líder de la región y en uno de los países más grandes del mundo.
La sesión inició con la entrada de la Asamblea Legislativa. La entrada de los diputados vino acompañada de un ensordecedor abucheo. Entre gritos de “devuelvan lo robado”, los seguidores de Bukele mostraron su descontento con la dominante clase política, con la que Nayib tiene que enfrentarse para gobernar. Los insultos se detuvieron cuando el presidente electo empezó a caminar sobre la alfombra roja. Los gritos pronto cambiaron a “ni ARENA ni el Frente, Nayib presidente” y “sí se pudo”. Mientras Bukele subía a su tarima, que por su costo se contradice con su mensaje de austeridad, la euforia se acrecentaba, siempre menor a los insultos para los diputados.
Tras hacerse oficial la protesta constitucional, Nayib Bukele se convirtió, a los 37 años de edad, en el presidente número 46 de El Salvador y llegó el momento que todos los salvadoreños ansiaban escuchar: el primer discurso del presidente. Bukele empezó, como suele hacerlo, saludando a su público. Ante la mirada atenta de los diferentes jefes de Estado, miembros de la realeza y designados oficiales, Nayib se refería a sus ciudadanos como los invitados de honor, ignorando por completo a aquella comitiva internacional que le acompañaba. Los gritos de la multitud clamando por la versión salvadoreña de la CICIG —la CICIES— opacaban un vacío discurso, lleno de metáforas y sentimentalismos, pero carente de contenido relevante o planes de ejecución.
Como era de esperarse, Bukele llamó a los salvadoreños a actuar y a entender que su gobierno sería diferente a los anteriores, cuyos miembros también estaban sentados a sus espaldas. Entre historias de su infancia, mensajes en lenguaje de señas y vagas figuras literarias, Bukele dejó algo claro a sus ciudadanos: deberán tragar medicina amarga para curar los males del país. Astutamente, los costos políticos de su gobierno los designó a todos menos a sí mismo o su gabinete; dejó que la responsabilidad recayera sobre los salvadoreños y no sobre sí mismo. Los esperanzadores mensajes se opacaron por la falta de propuestas, por los inciertos nombramientos de gabinete y por la falta de claridad sobre qué hará el gobierno, aparte de “hacer historia”.
Los intereses individuales del nuevo presidente salvadoreño parecen ser el fin de un gobierno que, desde su inicio, se centró en la imagen de un líder ungido y no del país como tal. Listo para enfrentar un gobierno sin gobernabilidad, Bukele debe asumir los costos de negociar con un Congreso dividido en bloques mayoritarios completamente adversos a él. Su desempeño en los primeros años de su gobierno determinará si consigue mayor representación legislativa en las elecciones de medio término; sin embargo, poco deja ver en su discurso sobre lo que viene. En un ambiente de incertidumbre, polarización y desconfianza, El Salvador asume el reto de hacer historia. Ser el presidente más joven y romper con el sistema tradicional son hechos indudablemente históricos; está por verse si el futuro de esa historia es tan positivo como las esperanzas que transmite su discurso, o si es igual de vacío y engañoso que el verdadero contenido del mismo.
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