De la paradoja de Popper al radicalismo violento
Dentro de la dinámica política del siglo XXI, es cada vez más clara la visión de Popper sobre el peligro que supone, para las democracias liberales, la tendencia natural de sus miembros a la tribalización radical. En la actualidad, se observa cómo las tribus atacan sistemáticamente los principios del Estado constitucional occidental —por ejemplo, universalidad, libertad e igualdad ante la ley—. A esto se le puede sumar que se oponen a los límites del ejercicio positivo de poder racionalizado.
En esa misma línea, las tribus instalan beneficios específicos por distinción de clases humanas, es decir, por medio de una discriminación positiva contra los intolerantes. Para ello, estas desarrollan una coerción estatal bajo la tesis de legitimación del poder de Rousseau. En otras palabras, las tribus postulan que ejercer el poder de gobierno de forma ilimitada es correcto, siempre y cuando se oriente en demandas de grupos específicos con alto capital político —demandas populares—. Claro está, existe un gran riesgo con esta propuesta: ¿qué ocurre si las supuestas demandas sociales son radicales?
Ser intolerantes con la intolerancia: cuando confundimos disidencia con intolerancia
Se debe tener en cuenta que la preferencia de un grupo puede habilitar a un Gobierno el minimizar las libertades de otro grupo ajeno a esta preferencia. Además, a este último se le podría catalogar arbitrariamente de intolerante. Así pues, la cuestión de la intolerancia cobra relevancia en el contexto político actual. Cada vez más, en nombre de la equidad y la tolerancia, se pretenden justificar agresiones radicales en contra de personas disidentes de la opinión dominante en su tribu ideológica.
Es en este contexto donde la paradoja de la tolerancia propuesta por Karl Popper encuentra su ejercicio. Parece que la interpretación actual de la propuesta de Popper es opuesta al planteamiento original. Inicialmente, esta indica que «la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia, si extendemos la tolerancia ilimitada a quienes son intolerantes». Además, en esta línea de pensamiento, no se puede dejar de lado que, en su crítica a La República de Platón, Popper denuncia el modelo centralista y monopólico de sabiduría del rey filósofo y desarrolla la paradoja como aclaración de la importancia de la protección universal de la libre expresión contra agresiones totalitarias en el campo de las ideas.
En el contexto actual, existen tribus con “novedosos” planteamientos, en la línea de la revolución del marxismo cultural, enfocados a causas que permiten clasificar a individuos como intolerantes. En otras palabras, plantean causas en las que cualquier persona que oponga resistencia al monopolio de opinión institucional de la cultura o a su espectro ideológico será considerada como intolerante. Esto podría conllevar a percibir como correcta la agresión a su dignidad o la reducción de su libertad.
Para lograr su cometido, las tribus usan extractos del famoso filósofo y economista liberal para fundamentar que «debemos reclamar, entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes». Incluso, utilizan este y otros extractos para justificar agresiones, revisionismo histórico, violencia estatal, cancelación de ideas opositoras, destrucción de patrimonio o monumentos, etc.
Sin embargo, la intolerancia, en sí, es parte de la libertad individual, pues busca desarrollar la democracia por medio de un ejercicio de autodeterminación. Toda persona, en garantía efectiva de su humanidad, cuenta con libertad de pensamiento y expresión, siendo esta un espacio impenetrable para la coacción pública o privada.
Incluso, esta libertad es parte de la riqueza de toda sociedad, ya que esta se beneficia de las diferencias entre las expresiones que nacen de extremos ideológicos. Ahora bien, esto nos lleva a una nueva interrogante: ¿cómo determinar qué tipo de intolerancia no debe ser tolerada?
A lo que realmente se refiere Popper: ¿por qué hizo una llamada a la intolerancia con los intolerantes?
Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, delimitó el derecho a ejercer la defensa contra personas o agrupaciones intolerantes y específicamente radicales. Esto se debe a que se enfoca en aquellas que amenazan a las sociedades abiertas. Sobre las concepciones filosóficas intolerantes indica lo siguiente: «[…] mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que presten oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos […]. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes».
Esto serviría como una garantía futura contra el colectivismo radical que propusieron los movimientos comunistas, nazis o fascistas del siglo XX. Después de todo, hoy, de forma irónica, las agrupaciones que se adjudican la lucha por los desprotegidos y en contra el “opresor” Estado occidental se tornan radicales al renunciar al diálogo o la discusión. También dan ese paso al radicalismo cuando promueven de nuevo la violencia como herramienta de supresión a la diferencia. Llegan al punto de querer justificar la vulneración de las garantías y libertades universales, claro está, siempre en defensa del postulado que profesan y por legitimar leyes populistas.
De esta manera, se convierten en intolerantes radicales. Simplemente, estas tribus sufren el mismo mal que quieren destruir.
AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.