Olav Dirkmaat / / 22 de septiembre del 2022

¿La cultura produce instituciones o las instituciones producen cultura?

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Cuando se discute la diferencia entre países, algunos dirán que ciertas culturas producen instituciones prodesarrollo y otras culturas generan instituciones antidesarrollo. Por ejemplo, ¿el Estado de derecho (rule of law) conduce a la acumulación de capital y progreso como resultado de la cultura de un país —como cumplir promesas, respetar propiedad ajena, etc.— o un Estado de derecho crea estos rasgos culturales?

Aunque es claro que aquí hay, a lo mejor, un efecto autorreafirmante (es decir, de retroalimentación positiva), y estamos en riesgo de caer en un infinito cuento de «¿vino primero la gallina o el huevo?», sin duda existe un tema de anterioridad. ¿Qué vino antes? ¿Cultura o instituciones?

Un ejemplo de la mano de McCloskey

Una de mis autoras favoritas es Deirdre McCloskey. McCloskey parece preferir el lado de la cultura. Algunas culturas se adhieren a valores que favorecen el progreso; dentro de estas culturas, como consecuencia, se producen instituciones sólidas. La teoría alternativa (el llamado «institucionalismo») es que, en algunos países, las instituciones (por la razón que sea) son más sólidas, y eso determina la cultura de un país. 

Concretamente, McCloskey (2016) dice que la retórica y las ideas han sido esenciales para que la humanidad saliera de su estado natural, la pobreza absoluta («talk came before trade»), ya que estas han producido lo que las instituciones jamás pueden producir. Las personas hacen la institución, no la institución a las personas. Uno no «crea» instituciones buenas; uno «crea» culturas buenas que, a su vez, producen instituciones buenas.

Según McCloskey, uno no «crea» instituciones buenas; uno «crea» culturas buenas que, a su vez, producen instituciones buenas.

Podemos apreciar un ejemplo que da McCloskey: la palabra, de mi idioma materno, eerlijk («honesto»). Honesto tiene una referencia a honor, lo cual en tiempos antiguos estaba vinculado a pertenecer a la nobleza, teniendo un sentido aristocrático. Sin embargo, en los Países Bajos en el siglo XVII, empezó a obtener el significado de «decir la verdad» en las relaciones comerciales y sociales en la sociedad neerlandesa. Se volvió un «valor burgués», como diría McCloskey.

Este es uno de muchos ejemplos de lo que McCloskey llamaría el desarrollo de «valores y virtudes burgueses». Y, según ella, estos preceden a las instituciones. Si las instituciones son formadas por personas, son los valores de las personas los que crean las instituciones, no al revés.

¿Se puede criticar a McCloskey?

Aunque el análisis cultural que hace McCloskey claramente es algo que estaba completamente ausente en la discusión académica sobre el «Gran Enriquecimiento», solo enfocarnos en los valores culturales también puede ser una trampa.

Solo enfocarnos en los valores culturales también puede ser una trampa.

Según una buena reflexión de mi estimado colega Michael J. Douma, un historiador de calibre, McCloskey realmente no usa datos (fuentes primarias) y, además, cita fuentes que reafirman su posición, pero no trata de refutar fuentes que contradicen su postura. Realmente no conecta sus reflexiones sobre la retórica y la cultura en los Países Bajos (los valores «burgueses») con una interpretación económica del Siglo de Oro de los Países Bajos. Asimismo, Douma (2017) hace la pregunta (muy válida) de que si podemos medir los valores burgueses. ¿Podemos mostrar o encontrar pruebas que los empresarios fueron más «dignificados» en los Países Bajos que en el resto de países?

Debido a que los demás historiadores se enfocan en estudiar fuentes primarias y datos, ignoran el trabajo de McCloskey justamente porque no los usa.

Mientras en el otro extremo, los (neo)institucionalistas solo usan fuentes primarias e ignoran el tema cultural y retórico por completo. Según ellos, es casi como si las instituciones tuvieran su propia existencia, aislada e independiente de las personas —su cultura y valores— que las forman.

Según los (neo)institucionalistas, es casi como si las instituciones tuvieran su propia existencia, aislada e independiente de las personas —su cultura y valores— que las forman.

Una tesis intermedia

De forma resumida, mi tesis es que, en los Países Bajos, por una mayor densidad poblacional y su menor tamaño, hubo más conflicto violento y bélico. Los conflictos entre diferentes feudos eran muy frecuentes (especialmente en la Edad Media). «Las fricciones dentro y entre ciudades [neerlandesas], los estados provinciales y los Estados Generales [Gobierno federal] convirtieron la estructura política de la República de los Países Bajos en algo como un “coro disonante”», diría el autor neoinstitucionalista Prak (este «coro disonante» luego sirvió de inspiración para los suizos y su propio coro).

Con la expansión del comercio y las élites empresariales en las diferentes ciudades (las élites empresariales frecuentemente eran parte de la política), los conflictos bélicos internos empezaron a desaparecer (aunque sí hubo conflictos externos, especialmente relacionados al comercio, como el bloqueo de rutas comerciales por fuerzas extranjeras).

Los neerlandeses siempre votaban con los pies y la política respondía a los incentivos que generaba esta competencia entre distintas unidades políticas. A lo largo, los feudos locales, por un proceso de competencia y evolución, tenían que crear suficiente prosperidad y disponer de suficientes personas para superar a sus rivales en términos bélicos (o evitar que les superaran). Esto generó el proceso evolutivo a través del cual surgieron las instituciones que favorecen el desarrollo.

Los neerlandeses siempre votaban con los pies y la política respondía a los incentivos que generaba esta competencia entre distintas unidades políticas.

Solo posteriormente se produjeron rasgos culturales que algunos autores usan como explicación causal de la superioridad de instituciones en países como los Países Bajos. La cultura proempresa, procomercio y proinnovación que describe McCloskey en sus obras es un síntoma de esta superioridad institucional, producida por causas más o menos accidentales.

El salto en la productividad, pero en el campo y no en las ciudades

Esta es básicamente la tesis del historiador Jan de Vries (1974), a quien McCloskey sí cita en sus obras. Sin embargo, De Vries enfatiza que el «salto en productividad» ocurrió en el campo, no en la ciudad. En cambio, cuando McCloskey habla de los valores burgueses y «el comercio como virtud», se refiere a las ciudades, como Ámsterdam.

Esto, además, es curioso, porque el capitalismo realmente nace en los Países Bajos (durante el Siglo de Oro) y posteriormente en el Reino Unido. Justamente estas culturas eran consideradas atrasadas, bárbaras e incultas. De cierta forma, esto ya nos indica que son las instituciones las que crean la cultura, no al revés.

La retórica y los «valores burgueses» son, así, el resultado de instituciones, forjados más por el «votar con los pies» que por la sociedad civil y la participación ciudadana. Las instituciones se desarrollan gracias a la competencia y el libre movimiento de personas. Los rasgos culturales en los Países Bajos —como la cultura abierta y de discusión, la tolerancia por minorías, las libertades civiles y la poca jerarquía en general— son resultados de esta configuración política más o menos accidental.

Referencias

De Vries, J. (1974). The Dutch Rural Economy in the Golden Age, 1500-1700. New Haven, CT: Yale University Press.

Douma, M. (2017). McCloskey’s Dutch Problem: Capitalist Rhetoric and the Economic History of Holland (January 31, 2017). Journal of Private Enterprise, Forthcoming, Available at SSRN: https://ssrn.com/abstract=2909016

McCloskey, D.N. (2016). Bourgeois Equality: How Ideas, Not Capital or Institutions, Enriched the World. Chicago: The University of Chicago Press.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Olav Dirkmaat

Director del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor de economía en la UFM. CIO de Hedgehog Capital. Doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid.

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