
Contra la ilusión del dinero perfecto: El poder de la praxeología en la crítica a la planificación monetaria

Una de las manifestaciones más persistentes del racionalismo constructivista en economía es la creencia de que debe existir una cantidad «correcta» de dinero que garantice el buen funcionamiento de la economía. Bajo esta lógica, la oferta monetaria se convierte en un objeto de ingeniería política, como si el dinero pudiera ser moldeado en laboratorio, separado de la acción humana que le dio origen. Sin embargo, esta idea parte de un grave error metodológico, pues trata al dinero como un instrumento neutro y manipulable, en lugar de comprenderlo como un fenómeno genuinamente social, cuyo valor y función emergen de manera espontánea en el mercado.
Cuando se afirma que debe haber una oferta óptima de dinero, la pregunta clave es: ¿óptima según qué criterio? Si el dinero no se consume ni se transforma en producción directa, sino que se utiliza exclusivamente como medio de intercambio, entonces su cantidad no tiene relación alguna con el bienestar económico. Es más, aumentar la cantidad de dinero no crea más bienes, ni satisface más necesidades, ni ahorra recursos. Como bien advierte Rothbard (2024, 46), «new money only raises prices—i.e., dilutes its own purchasing power». No hay ganancia social en imprimir más billetes, solo una redistribución oculta del poder adquisitivo, que inevitablemente favorece a quienes reciben el dinero nuevo antes de que el alza de precios se manifieste por completo. Se trata, en el fondo, de una forma sofisticada de expolio legal.
No hay ganancia social en imprimir más billetes, solo una redistribución oculta del poder adquisitivo, que inevitablemente favorece a quienes reciben el dinero nuevo antes de que el alza de precios se manifieste por completo.
Ahora bien, la creencia en una cantidad «adecuada» de dinero parte de una analogía equivocada entre el dinero y los bienes de consumo. Mientras que la producción de alimentos, ropa o tecnología mejora directamente la vida de las personas, la creación de dinero adicional no multiplica la riqueza ni resuelve carencias. Rothbard (2024, 56) lo explica con claridad, «money, as we have seen, is mainly not “used” in the physical sense; instead, it is used to exchange for other goods, and to lie in wait for such exchanges in the future. In short, money is not so much “used up” as simply transferred from one person to another». Si el dinero no se consume, entonces no necesita reabastecimiento, reposición ni expansión artificial. Por lo tanto, el argumento de que se requiere una oferta creciente de dinero carece de toda justificación lógica.
Por el contrario, la expansión de la oferta monetaria solo genera distorsiones en la estructura de precios relativos. Al alterar los precios de manera no uniforme, desorganiza el proceso de coordinación del mercado y provoca ciclos de auge y caída. El dinero nuevo no entra a la economía de forma neutral, sino que lo hace a través de canales específicos, beneficiando a unos sectores en detrimento de otros. Rothbard (2024, 71) subraya esta dinámica al señalar que «the first receivers of the new money gain most, and at the expense of the lates receivers». Esta redistribución arbitraria genera efectos reales, no simplemente nominales, y constituye una injusticia institucionalizada.
La economía dominante suele escudarse en el argumento de la «estabilidad de precios», para justificar la manipulación monetaria. Pero esta obsesión con estabilizar el nivel de precios parte de una premisa errónea: que el dinero debe comportarse como una vara de medir constante. Esta visión ignora que el dinero, al igual que cualquier otro bien, está sujeto a cambios en la oferta y la demanda. Pretender que su poder de compra sea inmutable implica romper con la lógica misma del mercado, donde todo valor es dinámico y subjetivo. En ese sentido, «it doesn’t matter what the supply of money is. Any supply will do as well as any other supply» (Rothbard 2024, 46). El intento de estabilizar el dinero mediante política monetaria no es una garantía de justicia o eficiencia, sino una forma de imponer coercitivamente una ilusión de orden.
El intento de estabilizar el dinero mediante política monetaria no es una garantía de justicia o eficiencia, sino una forma de imponer coercitivamente una ilusión de orden.
Más aún, la historia económica muestra que los gobiernos no solo no estabilizan el valor del dinero, sino que lo deterioran. Desde la degradación de las monedas en la Roma antigua hasta la hiperinflación en Venezuela, la intervención estatal en la moneda ha sido una fuente constante de inestabilidad y decadencia, no de equilibrio. El sistema de banca central y dinero fiduciario no representa una solución racional, sino una traición a los principios básicos de la cooperación voluntaria. No existe, en realidad, una cantidad «correcta» de dinero que el Estado deba proveer, porque cualquier cantidad sirve igual si las reglas del mercado son respetadas
Esta comprensión del dinero requiere un fundamento teórico sólido, y en este punto resulta central el aporte de Ludwig von Mises con su célebre teorema regresivo del dinero, desarrollado por primera vez en La teoría del dinero y del crédito (1912). Mises resolvió un problema que inquietó a los economistas durante décadas. Se trata del aparente círculo lógico en la determinación del poder adquisitivo del dinero. Si su valor depende de la demanda, y esta demanda depende a su vez de su valor, ¿cómo pudo originarse el dinero? La respuesta de Mises es que el valor actual del dinero se explica por una expectativa basada en su poder adquisitivo reciente, el cual, a su vez, deriva de valoraciones previas. Este proceso no es circular, sino histórico y regresivo, y nos conduce a un punto concreto en el tiempo: el momento en que una mercancía útil —como el oro o la plata— comenzó a ser empleada como medio de intercambio. En consecuencia, el dinero no puede ser creado por decreto ni por convención arbitraria. Su legitimidad y función dependen de una evolución espontánea en el mercado. Es decir, debe surgir de la práctica humana y del libre mercado, no de la imposición política.
Todo dinero debe haber sido primero una mercancía con valor propio. Incluso el dinero fiduciario moderno depende de una continuidad histórica con monedas anteriores, muchas veces respaldadas originalmente por metales preciosos. El teorema regresivo no solo es una descripción histórica, sino un teorema praxeológico, con validez universal y necesaria. Negarlo implica no entender ni la función del dinero ni la lógica del mercado.
En consecuencia, la idea de que el gobierno pueda determinar una cantidad correcta de dinero o estabilizar su valor no solo es falsa, sino peligrosa. Implica aceptar que la libertad debe ser sacrificada por la ilusión de control. El verdadero orden económico no nace de la planificación central, sino de la acción individual en un marco de propiedad y contrato. Solo devolviendo el dinero a su origen —el mercado libre— podremos restaurar la justicia, la eficiencia y la honestidad en los intercambios.
REFERENCIA
Rothbard, Murray. N. 2024. What Has Government Done to our Money? Alabama: Mises Institute.
AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.
