Chile tras las urnas: entre la restauración thatcherista y la hegemonía socialdemócrata
Las recientes elecciones presidenciales y de congresistas en Chile han catalizado una interesante reconfiguración del panorama político local. Este proceso, marcado por la fragmentación, el colapso del centro tradicional y el ascenso de fuerzas «antisistema», exige un análisis pormenorizado, especialmente desde la perspectiva de quienes abogamos por unasociedad libre y responsable. Los resultados no solo determinan la base electoral del destino de un próximo gobierno, sino que también señalan un agotamiento del consenso político que rigió al país entre 1990 y el 2021, planteando urgentes desafíos para la gobernabilidad y la estabilidad democrática.
Por un lado, el sistema político chileno —tras el fin del sistema binominal, hace ya una década— ha entrado en una fase de extrema fragmentación, donde la capacidad de articular una unidad política programática coherente cada vez se hace menos palmaria. Esto se evidencia no solo en la proliferación de candidaturas presidenciales y listas parlamentarias, sino en la erosión de las coaliciones históricas. La dispersión del voto dificulta la formación de mayorías estables y efectivas, elevando el costo transaccional de la política y entorpeciendo la capacidad del Estado para abordar problemas de fondo con soluciones de largo plazo. En ese sentido, una sociedad libre requiere, paradójicamente, sectores políticos capaces de alcanzar consensos pragmáticos que aseguren el fortalecimiento de las instituciones y amplíen los marcos de la libertad económica.
El fenómeno de mayor impacto ha sido la aniquilación del centro político, encarnado históricamente en la Democracia Cristiana y sectores moderados de la centroizquierda. Su espacio ha sido devorado por grupos políticos que aspiran a ser la alternativa al escenario de consensos del pasado, con posturas más firmes tanto en los sectores de derechas como en las izquierdas. Para la derecha tradicional (Chile Vamos), la implosión del centro representó una oportunidad para ampliar su espectro y consolidarse como la opción de gobierno frente al avance de la izquierda radical. Sin embargo, para capitalizar,no supo despojarse del estigma elitista ni logró modernizar su discurso, considerando además que su abanderado presidencial, Sebastián Sichel, en el 2021 obtuvo apenas un cuarto lugar y que, para el 2025, Evelyn Matthei terminó relegada al quinto puesto. Esto puede ejemplificarse con el caso del partido liberal socialdemócrata Evópoli, que ademásno logró el mínimo de votación nacional y quedó en riesgo de disolución.
En esta elección, la coalición Chile Vamos se percibió cada vez más como un bloque desconectado de las preocupaciones diarias de la clase media (costo de la vida, seguridad, salud y educación), lo que viene a reflejar el fenómeno de que «las élites viven hoy muchas veces en un estado de mayor desacople con su sociedad y una suerte de nostalgia por un antiguo esplendor»(Soulard 2024). Asimismo, las lapidarias declaraciones de sus propios líderes son sintomáticas de este colapso: «Yo creo que se acabó Chile Vamos» (Sichel, excandidato presidencial 2021, hoy alcalde de Ñuñoa); «Chile Vamos no existe» (Monckeberg, expresidente de Renovación Nacional); y «Chile Vamos nunca existió» (Longueira, excandidato presidencial). Parece ser que el consenso entre algunos líderes es claro: Chile Vamos como estructura política tradicional se ha agotado y carece de un ideario y doctrina clara.
Mientras tanto, emerge una nueva derecha, con republicanos, nacional-libertarios y socialcristianos, que avanzan con importantes apoyos en sectores populares (Barrientos et al. 2020; Edwards, R. 2021), mezclando dentro de sus respectivos idearios la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada, con un fuerte énfasis en seguridad. Esto vendría a mostrar un revival del thatcherismo, que no tiene ninguna relación con el ascenso de un autoritarismo iliberal, como algunos de sus críticos sostienen.
Por otra parte, la desconexión de las élites se convirtió en el caldo de cultivo para el éxito de candidatos como Franco Parisi, quien se erigió como un fenómeno carismático con notable sintonía con la clase media. Su votación fue la expresión más pura del descontento antisistema, canalizando la frustración y la aspiración de movilidad social sin la necesidad de una estructura partidaria clásica. El resultado de la primera vuelta presidencial arrojó un dato contundente sobre la institucionalización de este descontento: la suma del voto por Franco Parisi (19.71 %), los votos nulos (2.68 %) y los blancos (1.06 %) totaliza un alarmante 23.45 %. Este porcentaje, superior a la votación de la izquierda tradicional en la primera vuelta, es la expresión más pura del rechazo a la clase política establecida.
Si a esta cifra le sumamos un porcentaje de votantes que corresponde al sector nacional-libertario del candidato Johannes Kaiser, es plausible argumentar que más de un tercio de los chilenos electores (cercano al 37.39 %) manifiestan un profundo descontento con el statu quo. El desafío para las fuerzas que promueven la sociedad libre es capitalizar y encauzar este descontento, no a través de la demagogia, sino mediante la presentación de un programa de reformas serias y audaces que reduzcan el poder del Estado en la vida de los ciudadanos, devolviendo la responsabilidad individual y la autonomía a la clase media productiva.
El futuro de Chile requiere urgentemente gobernabilidad y estabilidad política. Mientras que el fenómeno del mal llamado «estallido social», o, con más precisión, insurrección(Barrientos y Gajardo 2024), caracterizado como octubrista, no han terminado —solo ha tenido un repliegue, según se evidencia en las calles y en ciertas actividades dentro de escuelas secundarias— sería un error pensar que el octubrismo ha acabado, como han señalado algunos analistas chilenos. La izquierda radical no ha desaparecido, y la votación obtenida por su candidata —miembro del Partido Comunista— lo confirma: 3 476 615 votos, correspondientes a un 26.85 %.
Sin embargo, el surgimiento de movimientos como el de Parisi representa una nueva dinámica: la de las masas no violentas del proceso insurreccional chileno. Parisi canaliza la rabia y el deseo de cambio sin el llamado a la violencia callejera, por una búsqueda de mejoras en condiciones de vida, institucionalizando el descontento en la urna. En ello, a contar del 2026, la preocupación por la capital del país será relevante en lo que se refiere al desarrollo de la conflictividad política y las marchas. La historia enseña que las grandes revueltas y cambios políticos parten, invariablemente, en el corazón de cada país. Por tanto, contener las insurrecciones en potencia y asegurar un marco de estabilidad es la tarea primordial del próximo gobierno para garantizar el ejercicio de las libertades individuales y la seguridad, una tarea crucial que tendrá que llevar a cabo José Antonio Kast.
Ante este cuadro de elección polarizada, la izquierda —que tuvo su peor resultado histórico en la primera vuelta presidencial—, consciente de que tiene escasas opciones de ganar la elección, ha apostado por usar la segunda vuelta como ensayo general de lo que será su tono como oposición: absolutamente confrontacional. El encuadre —no muy novedoso— es el de «libertad» versus «comunismo», donde la defensa de la libertad económica y la responsabilidad individual obligan a confrontar la retórica con los resultados objetivos acerca de los retrocesos perpetrados por el gobierno de Gabriel Boric. Las promesas de igualdad, desde las izquierdas, han coincidido con un estancamiento en el crecimiento económico y un aumento del desempleo femenino, debilitando el acceso a la prosperidad. Asimismo, el aumento de homicidios es un indicador directo del deterioro de la función primaria del Estado: garantizar la seguridad y el orden para el ejercicio de las libertades.
La defensa de la libertad económica y la responsabilidad individual obligan a confrontar la retórica con los resultados objetivos acerca de los retrocesos perpetrados por el gobierno de Gabriel Boric.
Por otro lado, el intento de proyectar al candidato conservador José Antonio Kast como una amenaza para la democracia, los derechos y las mujeres es inverosímil y altamente inconsistente. No parece muy convincente —desde las izquierdas— dar cátedra con la defensa de la democracia cuando parte importante de quienes apoyan esta narrativa desestabilizaron un mandato democráticamente electo durante 2019 a través de la agitación y la violencia. En el ámbito de los derechos y las mujeres, la hipocresía se hace patente al observar el aumento del desempleo femenino o el controvertido «caso Manuel Monsalve», donde dicha importante exautoridad se encuentra formalizado por presuntos delitos de abuso sexual y violación.
Finalmente, la izquierda se aferra a clivajes políticos extemporáneos. El intento de retrotraer el debate al plebiscito de 1988(el sí/no que marcaba la continuidad o salida de Pinochet) resulta ineficaz, dado que más del 60 % del padrón nació con posterioridad a 1990. Por tanto, parece más consistente como eventual clivaje el del apruebo/rechazo del 2022 (el primer proceso constitucional de dicho ciclo). El candidato de la izquierda se alinea con el 38 % (apruebo), mientras que el candidato conservador se alinea con el techo electoral del 62 % (rechazo). Esto demuestra que el apoyo popular actual está con el sector que votó por una corrección del rumbo institucional y no con la agenda refundacional.
Chile se juega un nuevo espacio entre libertad (Kast) versus comunismo (Jara), donde las fuerzas partidarias de una sociedad libre no pueden tener dos lecturas. José Antonio Kast, representa no solo una opción de orden y seguridad, sino también una profunda corrección del rumbo adoptado por la clase política en los últimos años. El panorama que viene es uno de polarización y confrontación de ideas, donde los límites de la política tradicional se difuminan. Un nuevo gobierno, eventualmente liderado por Kast, deberá hacer frente a un Congreso fragmentado y a una élite polarizada.
Para una sociedad libre y responsable, la prioridad radica en fortalecer las instituciones, recuperar la disciplina fiscal, reducir la burocracia y promover la iniciativa privada como motor de una prosperidad que, por decisiones políticas, ha permanecido injustamente estancada. En este escenario, el eventual gobierno de José Antonio Kast enfrentaría una disyuntiva estratégica:impulsar una restauración thatcheristaque revierta el avance estatal y reactive la competitividad, o aceptar la consolidación de la matriz socialdemócrataque se ha afianzado en Chile desde el 2013 y que hoy permea transversalmente al sistema político.
El desafío central para Kast será persuadir a la ciudadanía de que solo una agenda de reformas profundas —anclada en libertad económica, orden institucional y responsabilidad fiscal— puede destrabar el potencial de crecimiento y abrir el camino para que un próximo gobierno, ya con el campo cultural e institucional despejado, emprenda reformas estructurales de mayor calado. Lo que ocurra en Chile dependerá de la capacidad de una nueva clase dirigente para transformar el descontento antisistema en propuestas de libertad, responsabilidad y modernización estatal que devuelvanconfianza, dinamismo y sentido de futuro al país.
Referencias
Barrientos, Andrés, y Bastián Gajardo. 2025. Proceso insurreccional: Asedio a las democracias liberales. Santiago de Chile: Editorial Entre Zorros y Erizos.
Barrientos, Andrés et al. 2020. Nueva derecha: Una alternativa en curso. Santiago de Chile: Centro de Estudios Libertarios.
Edwards, Rojo. 2021. Ruta republicana. Santiago de Chile: Ediciones Ideas Republicanas.
Soulard, Franҫois. 2024.«El asedio híbrido a Occidente». Economía y Política. Recuperado de: https://www.meer.com/es/85162-el-asedio-hibrido-a-occidente.
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