Anelisse Reyes / / 2 de octubre del 2019

El bandido estacionario y el caso de Singapur

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¿Son nuestros gobernantes benevolentes? ¿Buscan el beneficio de los ciudadanos? ¿Qué los motiva a actuar? Probablemente alguna vez te has hecho estas preguntas y no has encontrado respuesta. Resulta sencillo idealizar a quienes nos gobiernan y creer que servir al pueblo sin intereses ocultos es una de sus principales prioridades; sin embargo, bajo el marco teórico que ofrece public choice esta resulta una idea errónea. Como Zelaya (2019) expuso en su artículo la semana pasada, los gobernantes manejan una gran empresa por medio de la cual buscan ganar legitimidad y prestigio. Aunque esto es en parte cierto, conviene no romantizar la realidad y profundizar en los verdaderos motivos detrás de las acciones aparentemente benevolentes de quienes gobiernan. 

Conviene no romantizar la realidad y profundizar en los verdaderos motivos detrás de las acciones aparentemente benevolentes de quienes gobiernan. 

Mancur Olson, un destacado economista y sociólogo, ideó una analogía para explicar el comportamiento de muchos gobiernos. Él utilizó el concepto «bandido estacionario» para denominar a aquel que tiene incentivos para maximizar el saqueo a largo plazo de lo que sus víctimas producen (como se cita en Mitchell, 2017). Esto se relaciona con el hecho de que los políticos tengan incentivos poderosos para usar la coerción para enriquecerse; para ello, quienes están en el poder necesitan que los contribuyentes tengan menos motivaciones para oponerse. 

Para comprenderlo mejor, public choice expone que los gobernantes se benefician de reglas constitucionales que hacen a los gobernados más productivos: cuanto más generen los ciudadanos, más se puede recaudar por medio de impuestos y mayores serán los ingresos del Estado. Asimismo, el «bandido estacionario» tiene el incentivo de presentarse como un líder benevolente para que sus actividades sean vistas como legítimas y las personas acuerden cumplir con las obligaciones impuestas. Esto se puede traducir en la creación de bienes públicos para mejorar la productividad de los ciudadanos o la creación de instituciones que brinden protección a la gente a cambio de una transferencia de recursos (Holcombe, 2016).

Cuanto más generen los ciudadanos, más se puede recaudar por medio de impuestos y mayores serán los ingresos del Estado.

El caso de Singapur permite ilustrar esta analogía. Lee Kuan Yew fue primer ministro del país de 1959 a 1990. Tras su llegada al poder, el Gobierno incrementó su intervención en la política económica en busca de un crecimiento a largo plazo. Una de las primeras medidas que tomó fue proporcionar servicios de calidad a los ciudadanos: acceso a vivienda, atención médica, transporte y educación pública de alto nivel. Con estas medidas, logró mejorar las habilidades de la fuerza laboral y aumentar la productividad. El PIB per cápita del país pasó de $427 a $34,015 en 30 años. No obstante, no es un secreto que el partido de Kuan Yew utilizó los ingresos públicos para enriquecerse, asegurarse el apoyo de los ciudadanos y limitar la oposición política. Además, cabe resaltar que los distritos que estaban a favor del gobierno se volvieron una prioridad para sus proyectos. Se puede decir que el bienestar de los ciudadanos era directamente proporcional a su apoyo a Kuan Yew (Vietor y White, 2013).

No obstante, no es un secreto que el partido de Kuan Yew utilizó los ingresos públicos para enriquecerse, asegurarse el apoyo de los ciudadanos y limitar la oposición política.

Así pues, el caso de Singapur facilita la comprensión del «bandido estacionario». En pocas palabras, los motivos detrás de las acciones aparentemente benevolentes de los gobernantes son la perpetuación en el poder y el enriquecimiento. Por medio de políticas públicas —educación, seguridad, salud y vivienda—, que impulsan la productividad y el crecimiento económico de la nación, los políticos ganan legitimidad y maximizan las posibilidades de saqueo  del país a largo plazo. Lee Kuan Yew es el ejemplo perfecto: por un lado, logró mejorar los niveles de vida de lo singapurenses; por el otro, se perpetuó en el poder y se benefició de las transferencias de recursos de sus contribuyentes. 

Referencias

  • Holcombe, R. (2016). Advanced Introduction to Public Choice. Massachusetts: Edward Elgar Publishing.
  • Mitchell, D. (2017). Are Democracies Roving or Stationary Bandits? Recuperado de https://bit.ly/2kqN3Dw
  • Vietor, R., y White, H. (2013). Singapore’s «midlife crisis»? Boston: Harvard Business School Publishing.
  • Zelaya, P. (2019). La gran empresa. Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas. Recuperado de https://bit.ly/2oJSRd7

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Anelisse Reyes

Estudiante de Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Le interesa el estudio y comprensión de las dinámicas de poder y toma de decisiones que afectan al sistema político guatemalteco y a la comunidad internacional

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