Rafael Párraga / / 14 de abril del 2020

La miopía institucional: la batalla por la salud y la economía

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Hace meses, cuando el brote de coronavirus en Wuhan se hizo de conocimiento público, el debate era sobre la seriedad y el peligro del virus mismo. Actualmente, el mundo ha visto los estragos de esta pandemia, pero ¿ha sido el virus o las decisiones políticas derivadas a este las que han creado el pánico colectivo que reina en el mundo? En este breve artículo, utilizaré el marco teórico de la teoría de las decisiones públicas, public choice, para explicar el papel que los incentivos y la información han jugado en la toma de decisiones sobre la crisis del coronavirus. El mismo se basa en cómo los incentivos de la democracia generan un fenómeno que Randall Holcombe denomina miopía institucional: la incapacidad de los gobernantes de ver de lejos los efectos que sus políticas públicas pueden tener. 

El mercado político se comporta de forma muy diferente al mercado de bienes y servicios. De acuerdo con William Mitchell y Randy Simmons (1995), una importante patología del mercado político es la falta del incentivo de lucro. A diferencia del mercado de bienes y servicios, el “emprendedurismo” del político no se mueve en torno a incrementar sus ingresos, sino a obtener más votos. Esta característica es importante de entender, puesto que supone que las acciones de un político no necesariamente van a buscar mejores resultados; el político buscará políticas que le hagan popular y le ayuden a obtener más votos. El resultado es la potencial creación de políticas públicas ineficientes que dejan de lado la visión de largo plazo y desembocan en graves fallas de gobierno, las mismas que la teoría de las decisiones públicas busca solucionar. 

Esto es cierto, esencialmente, en democracias como las nuestras. En un sistema en el que las preferencias de los ciudadanos se traducen en elecciones delegativas, la supervivencia de un funcionario en la arena política depende estrictamente de su popularidad. Aunque en muchas ocasiones la popularidad de un político dependa de la calidad de sus políticas, estas no necesariamente son eficientes. Cuando este criterio reina, generalmente se ven políticas que buscan solucionar problemas puntuales, sin ver el efecto a futuro que estas puedan tener. Como mencioné anteriormente, este es el fenómeno al que Randall Holcombe llama miopía institucional. Debido a los altos costos de transacción de informarse, junto con los pocos beneficios percibidos de esto, los votantes no se informan y prefieren políticas que respondan a problemas inmediatos. Así, actúan como miopes incapaces de ver hacia el futuro. 

En un sistema en el que las preferencias de los ciudadanos se traducen en elecciones delegativas, la supervivencia de un funcionario en la arena política depende estrictamente de su popularidad.

Dado que los políticos toman decisiones basadas en las preferencias de los votantes, la miopía de los votantes se contagia a los políticos, lo que la transforma en miopía institucional. Esto genera que los tomadores de decisiones prioricen siempre políticas cortoplacistas. En el marco de la emergencia del coronavirus, la miopía institucional es un grave problema. Los funcionarios públicos se ven obligados a tomar decisiones que resuelven problemas puntuales, en este caso, la crisis de salud. La mayor externalidad de esto es un daño tremendo a la economía. La necesidad de tomar medidas cortoplacistas, que responden a las demandas del electorado, hace que los funcionarios provoquen una crisis económica inintencionadamente. 

La necesidad de tomar medidas cortoplacistas, que responden a las demandas del electorado, hace que los funcionarios provoquen una crisis económica inintencionadamente. 

El proceso es cíclico, puesto que, para estimular las economías deprimidas a corto plazo, los gobernantes tienden a intervenir los procesos de mercado aumentando la presión inflacionaria y llevando a una depresión más severa a largo plazo. Lo que vemos es una crisis de salud que, debido a los incentivos perversos de la democracia, provoca decisiones políticas que terminan ocasionando fallas tanto de gobierno como de mercado. Debemos ser responsables y tomar las precauciones necesarias para evitar delegar toda la responsabilidad en los gobernantes. La responsabilidad individual y la cooperación de las comunidades organizadas tiene que contener la crisis para quitar esa carga de los hombros de un gobierno que, por su miopía institucional, es incapaz de hacerlo sin terminar despertando un monstruo más grande y más mortal que el mismo virus: el desempleo y la crisis económica. Al final, el problema se plantea como una falsa dicotomía entre economía y salud. La dicotomía real es la pérdida de vidas por la pandemia versus la pérdida de vidas por dejar de producir.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Rafael Párraga

Estudiante de Relaciones Internacionales del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Le interesa la investigación, especialmente de todo lo relacionado con el comportamiento de los regímenes políticos centroamericanos, la fragilidad de sus democracias y la debilidad de sus instituciones. 

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