Anika Porras Stixrud / / 4 de agosto del 2020

La pandemia es la salud del Estado

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El principal objetivo que mueve a un oficial de gobierno es la maximización de presupuesto, ya que esta conlleva prestigio ante la opinión pública y un aumento en las cuotas de poder. Para obtener tales anhelos, los burócratas deben conseguir la aprobación de la sociedad civil, puesto que esta es la única vía para adquirir la legitimidad que les permitirá maximizar su poder. A pesar de que esta es la situación natural de los oficiales de turno, el poder político tiene mayor accesibilidad en tiempos de calamidad. Rnadolph Bourne lo expresa muy bien en uno de sus ensayos, pues establece tres premisas mediante las cuales la guerra es la salud del Estado: la primera, el aumento del poder estatal; la segunda, la restricción de libertades individuales; y, por último, la permanencia de estas medidas coactivas. 

Hoy en día, la humanidad atraviesa una de las mayores crisis de la historia; la pandemia del COVID-19 ha arrasado con la economía de todo el mundo y Guatemala no es la excepción. Tras las alarmantes cifras de fallecidos y contagiados por el virus, el Estado de Guatemala optó por ratificar un estado de Calamidad que permite al Ejecutivo aplicar ciertas medidas restrictivas. Entre estas podemos mencionar el distanciamiento social, la obligatoriedad en el uso de mascarillas, las suspensiones laborales, la restricción de locomoción, el cierre de algunos comercios, la prohibición de actividades deportivas y religiosas, el cierre de fronteras, el toque de queda, etc. Todas estas disposiciones han variado a lo largo de los cuatro meses de encierro; cada semana, los guatemaltecos esperan la cadena nacional, el espacio en el que el presidente Giammattei anuncia las nuevas restricciones y las justifica bajo la seguridad de la ciudadanía. 

El Congreso de la República ha ratificado la prórroga del estado de Calamidad una y otra vez. Asimismo, los funcionarios han cumplido con uno de sus cometidos, la ampliación presupuestaria. A finales de marzo, el pleno aprobó Q3 mil 667 millones destinados al funcionamiento de diversas instituciones estatales. Días después, en abril, los diputados se reunieron nuevamente y, a lo largo de la sesión, aprobaron Q5 mil millones más, de los cuales Q826 millones serían destinados a la atención de la emergencia del virus. Es evidente, entonces, que la salud estatal no se fortalece únicamente durante la guerra, sino también ante cualquier crisis nacional. En este caso, la pandemia mundial le ha dejado en bandeja de plata la maximización de poder al Estado. 

Es evidente, entonces, que la salud estatal no se fortalece únicamente durante la guerra, sino también ante cualquier crisis nacional.

La última herramienta que el Gobierno de turno necesita para ejecutar las medidas restrictivas es la aprobación de la ciudadanía. Nuevamente, durante situaciones de vulnerabilidad, esto es más fácil de conseguir. Si se toma en cuenta la visión hobbesiana, ante el miedo y la crisis la sociedad busca refugio. El Estado, entonces, aprovecha este momento y se dota de poder en una situación en la que el mismo pueblo, casi sin darse cuenta, le permite cualquier movimiento. Aprovecha para convertirse en el Gobierno paternalista en el que los ciudadanos “indefensos” buscan consuelo. En tiempos de serenidad, la ciudadanía tiene una vida autónoma e individual, las funciones estatales son poco importantes e, incluso, pasan desapercibidas. Pero basta con que una crisis impregne a la nación con pánico para que el sector privado confunda las líneas divisorias entre seguridad y coacción.

En esencia, Guatemala (y todo el mundo) atraviesa una situación crítica que ha minado la economía nacional y la salud de miles de personas. Ante este tipo de vulnerabilidades, el Estado se alimenta de poder político y se proyecta como la figura del tirano benevolente. Durante una crisis de esta índole, la ciudadanía percibe una amenaza, se adormece y se refugia bajo ese ente que promete paz y seguridad. Los ciudadanos, en medio de aprietos y adversidades, se ciegan por el actuar paternalista de su Estado, el cual sale triunfante. El consuelo que los guatemaltecos encontraron en su presidente, a corto plazo, bastó para que se le dotara de poder en cuestión de poco tiempo. Hoy, los gobernantes de Guatemala se encuentran más saludables que nunca y con cuotas de poder potencializadas mientras la economía del país adolece. 

Durante una crisis de esta índole, la ciudadanía percibe una amenaza, se adormece y se refugia bajo ese ente que promete paz y seguridad.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Anika Porras Stixrud

Estudiante de Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Me gusta participar en torneos de debate, montar a caballo, leer y escribir.

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