Entropía chilena en 2022: la historia de una solución a un problema que no existe
No hay nada mejor para resolver una crisis que un show. El presidente electo de Chile desde 2021, Boric, parece entenderlo bien. Su respuesta a un país en crisis inmerso en un proceso constituyente en la capital y en una revuelta mapuche de baja intensidad en partes del interior es la presentación en formato de pasarela de su gabinete. Su Gobierno de «unidad nacional» para 2022 es una gran coalición solo de izquierdas, algunas radicales, cuyo único mérito, si se le puede llamar así, es que sea joven y con mayoría femenina. No se pretende deslegitimar la participación de las mujeres o de los jóvenes en la política, ya que es importante para una democracia liberal; simplemente se resalta la poca trascendencia de estos hechos simbólicos en la gestión de un país que se vuelve cada vez más caótico por propia voluntad.
El baluarte de la estabilidad en Latinoamérica
Por mucho tiempo Chile ha sido celebrado como el Estado más exitoso y estable de Latinoamérica. Desde la independencia, este país mantuvo Gobiernos firmes y un crecimiento económico industrial constante. Junto a Brasil, es de los países que logró crecer territorialmente a costa de sus vecinos inestables. En su mayoría, Chile se mantenía ajeno a los vaivenes políticos de los Andes.
Por mucho tiempo Chile ha sido celebrado como el Estado más exitoso y estable de Latinoamérica. Desde la independencia, este país mantuvo Gobiernos firmes y un crecimiento económico industrial constante.
La Guerra Fría llevaría al fin de esta relativa estabilidad. El desarrollo democrático republicano de Chile vio el surgimiento del socialismo como fuerza electoral desde la década de 1920. En los 70, el Partido Socialista llegó al poder de la mano de Allende. Esto activó las alarmas anticomunistas de los Estados Unidos y del Ejército Nacional. La nueva alianza geopolítica llevó al golpe de Estado de 1973 liderado por Pinochet, un líder autoritario, pero económicamente liberal.
Gobierno militar y Concertación chilena
El régimen de Pinochet era sin duda una dictadura. Hubo crímenes contra la humanidad y persecución política. La constitución de 1980 pretendía eliminar la libre alternancia de Gobiernos propia de la democracia al someter a Pinochet a un referéndum confirmatorio antes que elecciones libres y competitivas. Sin embargo, muchas de sus provisiones permitieron la liberalización económica del país. Aunque hubo un choque inicial propio de la desregularización del mercado, estas reformas encaminaron a Chile a un fuerte crecimiento económico ausente en el resto de la región.
El régimen de Pinochet era sin duda una dictadura. Hubo crímenes contra la humanidad y persecución política.
El régimen de Pinochet murió por su propia mano. El referéndum confirmatorio que pretendía mantenerlo en el poder sirvió para sacarlo en 1988. Todos los partidos ilegalizados de izquierda y centro se organizaron en una gran coalición llamada la Concertación chilena, haciendo campaña por el «no» a la continuidad de Pinochet como presidente. Así, provocaron el proceso que llevó a las elecciones generales que regresaron la democracia al país.
¿Una constitución autoritaria?
Aunque Pinochet perdió, no dejó el poder sin entrampar los futuros Gobiernos democráticos legalmente. En 1989, se pasó un paquete de reformas constitucionales para limitar la capacidad de reformar las instituciones del Estado en democracia. Por ejemplo, los cargos de los senadores eran vitalicios o designados exclusivamente por el presidente. Asimismo, las fuerzas armadas eran constitucionalmente las garantes del Estado y tenían presencia automática en el Senado. Con esta constitución, los Gobiernos democráticos asumieron el poder en 1990.
El régimen de Pinochet murió por su propia mano. El referéndum confirmatorio que pretendía mantenerlo en el poder sirvió para sacarlo en 1988.
La Concertación chilena gobernaría el país de 1990 a 2010. Los primeros diez años fueron dos Gobiernos socialdemócratas; los siguientes diez, dos Administraciones socialistas. En 20 años que estuvo en el poder, la coalición referida desmanteló poco a poco varios artículos autoritarios de la constitución, mientras le agregó elementos de bienestar social para lidiar con la desigualdad económica. Es más, en 2005, el presidente Lagos logró la reforma más grande. Abrió el Senado a la elección, purgó los privilegios del Ejército y hasta se crearon muchos artículos constitucionales para hacer profundas reformas sociales al país. Cabe mencionar que la Concertación no solo preservó, sino amplió la liberalización económica con tratados de libre comercio.
Gobierno por la violencia, ¿otra vez?
En la década de 2010, el movimiento estudiantil en Chile se volvió muy fuerte. Protestaban en contra de los Gobiernos de centroderecha y centroizquierda por igual. La sucesora de Concertación, Nueva Mayoría y la oposición derechista Alianza por Chile se empezaron a alternar en el poder. Este nuevo esquema fue sacudido en 2019. Cuando unas protestas estudiantiles se volvieron una revuelta violenta contra el Estado por la «desigualdad», el Gobierno de Piñera decidió contener el malestar social con una nueva propuesta: convocar una asamblea constituyente.
Dicho proceso aspira a reemplazar la constitución de 1980 por completo y dejar su «autoritarismo». Ya pasó el referéndum de entrada, pero aún debe ser refrendada por la población cuando la asamblea la termine. Terminar la constitución es precisamente el problema. El «estallido social» de 2019 deslegitimó las coaliciones electorales tradicionales, fragmentando el panorama político entre muchos grupos «independientes», generalmente izquierdistas. El desgaste fue tal que ninguna coalición tradicional pasó a segunda vuelta en las presidenciales de 2021. El país se debatió entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Aunque esta última ganó y en teoría es afín a la constituyente, el electo Boric fue incapaz de colocar a sus aliados al frente del proyecto constitucional.
Entropía chilena
En física, entropía se refiere a la tendencia del universo al desorden contenida por las fuerzas elementales, como la gravedad o el electromagnetismo. El Gobierno en Chile no parece ser esa fuerza elemental para mantener al país en orden. No tiene el control de la asamblea constituyente y no podrá dirigir el camino de la constitución. Esto abre la puerta a que actores radicales puedan avanzar sus intereses como artículos y que nadie lo pueda frenar. La diversidad por sí misma no es mala. Es más, toda democracia liberal debe celebrarla y protegerla. Sin embargo, existe una delgada línea entre diversidad y sectarismo.
En la década de 2010, el movimiento estudiantil en Chile se volvió muy fuerte. Protestaban en contra de los Gobiernos de centroderecha y centroizquierda por igual.
Por ejemplo, varias regiones del sur de Chile están bajo el asedio de un grupo subversivo mapuche que busca la independencia. Este grupo, bajo sospechas de narcotráfico, amenaza la integridad territorial de Chile y Argentina. El recrudecimiento del conflicto se da precisamente a partir del estallido social de 2019 y solo ha aumentado. Este grupo subversivo incluso rechaza la participación en una constitución para Chile para restaurar su propio Estado precolombino.
El resultado de la miopía institucional
A grandes rasgos, Chile se enfrenta a varios problemas. Se enfrenta a unos grupos organizados que ven la violencia como un vehículo legítimo de actividad política. Este proceso les ha enseñado que la violencia logra conseguir concesiones grandes del Estado. Lo hizo el Ejército en el 73 y la sociedad civil en 2019. Chile confronta una asamblea constituyente fragmentada y con tendencias al radicalismo de izquierda. Si se logra redactar una constitución en la asamblea, ¿defenderá los derechos universales o va a ser la institucionalización del sectarismo? El desorden político ya dio pie a la amenaza de un grupo violento que avanza sus intereses independentistas indigenistas contra Chile y sus Estados vecinos.
¿Qué explica la caída de Chile? Es la miopía institucional. Esa tendencia cortoplacista de solo hacer lo que convenga para ganar la próxima elección ha sido el final del baluarte de la estabilidad regional. El Gobierno aceptó cambiar una constitución que había sido reformada extensamente para democratizarla por la percepción generalizada infundada que era autoritaria. Los protestantes incendiaron Santiago y su premio fue un proceso para cambiar una constitución que ya servía a la democracia plena chilena para atacar una desigualdad menor al promedio latinoamericano. Las coaliciones de partidos moderados cayeron frente a los radicalismos. El afán de hacer la inclusión del indígena un medio político, no una meta moral como debería serlo, retroalimentó el surgimiento de un indigenismo mapuche subversivo que amenaza la soberanía de toda la Patagonia. Aun así, la mejor respuesta del Gobierno electo incapaz de formar coaliciones es tener un Gobierno joven y femenino.
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