Occidente: el ideal sostenido por un significante vacío

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En la actualidad, el mundo se ve impregnado de una narrativa que ha de identificar los procesos históricos que han conducido a la humanidad a una etapa de progreso. La era postmoderna, ilustra una clara diferenciación entre lo que compete al Occidente del mundo y todo aquello que atenta contra los valores, ideales y las bases sobre las cuales se sitúa una noción hegemónica. Dicha noción, es instrumentalizada en pos de aglomerar un ideal ambiguo, pero eficiente para las fuerzas políticas emergentes, así como para la evaluación de la historia desde un mismo lente primario que posiciona al Occidente como un mero significante vacío.

¿Qué es un significante vacío?

Según el autor Ernesto Laclau (2005) en su obra, La razón populista, dicho término alude a una dinámica entre significados (sonidos, escritos e imágenes) y significantes (lo que buscan representar) sin una correlación estricta. En tal dinámica, convergen una serie de ideales, acepciones y conceptos por medio de una aceptación meramente social. Dicho en otras palabras, un significante vacío se encarga de aglomerar una serie de elementos, despojándose de su carácter diferencial en pos de generar una narrativa universalista que -en última instancia- busca generar hegemonía. A modo de ejemplificar, es fácil identificar significantes vacíos en la dialéctica propagandística de los partidos políticos; puesto que durante etapas electorales, los miembros de dichos partidos engloban en su narrativa una serie de nociones ambiguas como lo es “el fortalecimiento de la democracia” o “la reconfiguración de la cultura política”. En tales campañas, los partidos políticos atañen y se impregnan de valores como la justicia, igualdad y libertad para hegemonizar un discurso que -de fondo- termina siendo ambiguo y carente de sustento que se acepta socialmente.

Ahora bien, la concepción del Occidente en el mundo no se escapa de esta unificación hegemónica. Cuando se alude al Occidente, generalmente se apela a nociones desarrollistas como lo es el capitalismo, la libertad de expresión, la igualdad de género, democracia y demás ideas. No obstante,  se suelen omitir diversidad de matices históricos y filosóficos que tienden a caer en el reduccionismo del término. Tal y como establece Pablo Sanz (2021) en su artículo, La triada de la civilización occidental, existe una tendencia de explicar el Occidente por medio de los aportes de Atenas (como núcleo de la cultura helénica), Roma (como la base de la jurisprudencia y política)  y Jerusalén (como centro de tradición judeocristiana). Esta triada se une, no en un sentido geográfico, sino más bien como categorías civilizatorias y fungen como una base simbólica sobre la cual se sustenta Europa y por consiguiente, su extensión a la historia universal, cultura e influencia a nivel mundial. Sin embargo, si se elimina de la ecuación alguno de estos tres pilares el templo civilizatorio termina por derrumbarse.

Cuando se alude al Occidente, generalmente se apela a nociones desarrollistas como lo es el capitalismo, la libertad de expresión, la igualdad de género, democracia y demás ideas. No obstante,  se suelen omitir diversidad de matices históricos y filosóficos que tienden a caer en el reduccionismo del término.

El eurocentrismo, el mito occidental y la doctrina del buen salvaje

Ahora bien, es importante comprender que el significado de Occidente y las narrativas en las que se le sitúa están estrechamente ligadas con la noción del “progreso”. Al existir esta correlación, la mayoría de escritos sobre la historia universal destacan el rol de ciudades clave que cumplen el rol de entes civilizatorios. No obstante, es en este punto donde se encuentra un debate en el mundo académico que alega la existencia de narrativas eurocentristas que omiten diversidad de influencias, culturas y sistemas sociales que fueron mermadas de la historia, en pos de generar una línea narrativa casi lineal hacia el progreso. Según Enrique Dussel (1992) , autor del libro, 1492 El encubrimiento del otro hacia el origen del “Mito de la modernidad”, existe una falacia desarrollista. Tal falacia, busca encubrir una serie de eventos violentos por parte de grupos colonizadores que, al dominar la periferia global, terminaron por generar el mito de Occidente.

Según Dussel, el mito de Occidente se sitúa en la centralidad que compete a los pueblos europeos de España, Portugal, Francia y algunos situados en el norte. Tales pueblos, fueron los incursores en dar paso a la modernidad por medio del control conquistador que los dotó como portadores del derecho absoluto del espíritu del desarrollo. Es aquí donde el mito occidental eurocentrista se cubre bajo el manto de la ilustración para justificar el legado de antiguas sociedades coloniales y extractivas que ponen en tela de juicio el desarrollo del “progreso” posterior a tales eventos.

No obstante, ante los eventos civilizadores surgieron medios críticos del progreso guiado por la razón.  Es en este punto donde  la doctrina del buen salvaje entra a colación.  El buen salvaje, se construye sobre una serie de ideas que apelan a la concepción del hombre primitivo. El cual, se caracteriza por ser bueno por naturaleza, es moral y físicamente pulcro. Sin embargo, este se ve condenado a sucumbir ante el poder militar de la civilización que busca asimilarlo a su propio set de cultura y valores. Según Ivan Muñoz (2008) en La vigencia del mito del buen salvaje,  esta narrativa  sigue un patrón que puede ilustrarse desde las experiencias de Cristóbal Colón y Amerigo Vespucci. Incluso, autores como Tácito ya hacía la misma alusión en sus escritos sobre las virtudes de los salvajes germanos, plasmaba a una civilización impregnada por la valentía, la moral, honradez y la humildad en sus vestimentas; Todo ello, para demostrar la decadencia moral de los propios romanos. El mismo Jean Jacques Rousseau, criticó fuertemente las posturas ilustradas del progreso, señalando por medio del mito del buen salvaje que el presunto progreso emanado de distintos procesos sociales solo ha degenerado en desigualdad, infelicidad e injusticia.

Así pues, la presencia del buen salvaje en la antigua concepción civilizadora funcionaba como un medio de crítica ante la superioridad moral de una civilización por sobre la otra. Según Steven Pinker (2014) en su obra, Tabula rasa. La negación moderna de la naturaleza humana, el estereotipo del buen salvaje refleja la idealización de una raza considerada como inferior, merecedora de una reconfiguración que le traería un bien mayor.   De esta manera, puede observarse una motivación homogeneizadora por parte de la historia universal, como establece Dussel al  destacar el presunto progreso proveniente de la narrativa de los portadores del derecho absoluto del espíritu del desarrollo.

Así pues, la presencia del buen salvaje en la antigua concepción civilizadora funcionaba como un medio de crítica ante la superioridad moral de una civilización por sobre la otra.

Conclusión  

A lo largo del presente texto, se ha brindado una perspectiva que invita a la reflexión y al debate crítico. Sin lugar a dudas, al hablar de Occidente y lo que representa en la actualidad, suelen darse por sentado una serie de elementos, ideales, valores y costumbres que apelan a la universalidad. En consecuencia, lo que popularmente se conoce como occidental se sustenta sobre un significante vacío. Esto, se debe al reduccionismo que la narrativa eurocentrista ha proliferado en pos de generar un hilo conductor de la historia a favor del progreso; ignorando así una serie actos cuestionables que merman perspectivas por medio de una falacia desarrollista. Debido a que el Occidente se liga directamente con el progreso, el uso del término recae en la ambigüedad y centralidad que los ganadores de la historia han plasmado sin titubear. Sin embargo, es importante desmenuzar todo aquello que aparentemente compone al ideal occidental para apreciar los matices, influencias y eventos históricos que han conducido al mundo a su curso actual. 

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Javier Andrés Corona Estrada