Cuba: la reinvención de un albergue socialista
«El futuro no es lo que solía ser», dijo la leyenda de béisbol Yogi Berra. Es especialmente cierto para la meca del béisbol a noventa millas de la costa de Miami, el controvertido país de Cuba.
Estos son mis apuntes de una nación secuestrada por un hijo de terrateniente hambriento de poder, el siempre oportunista Fidel Castro. Fue Castro quien convirtió a La Habana, un refugio de los más notorios mafiosos estadounidenses conocido como «Las Vegas latina», en una triste ventana al pasado.
Una breve historia de la política cubana y el hotel más infame de La Habana
Es 1955. Cuba era uno de los países más prósperos de América Latina. Fulgencio Batista seguía siendo un dictador muy querido. De origen humilde, fue el primer presidente indígena de Cuba: indígena, porque Fulgencio era en parte descendiente de africanos y taínos —la población nativa de Cuba—; un hombre de pueblo, porque había currado en los campos de caña de azúcar y en las calles como vendedor ambulante de frutas.
El oficial militar Batista debía su popularidad a derrocar a otro dictador, Gerardo Machado, en la década de 1930.
Yo tuve el gusto de hospedarme en el Hotel Nacional de Cuba, originalmente en manos estadounidenses, que fue uno de los últimos campos de batalla entre el régimen de Machado y Batista —el último enredado en una inusual alianza con estudiantes comunistas radicales—. Un grupo de oficiales del ejército de Machado se refugió en el hotel costeño, lo que culminó con un sangriento sitio al Hotel Nacional. Esto fue una victoria para Batista, ya que significó que subiera en la jerarquía militar, eliminando a sus oponentes.
El Hotel Nacional, hoy día propiedad estatal —nacionalizado por Fidel y Cía. después de su revolución—, es otra manifestación del abandono socialista. Como regla general, los hoteles en mercados competitivos se ven obligados a renovarse aproximadamente cada tres años. Sin embargo, hospedarse en el Hotel Nacional es como retroceder en el tiempo. Las bañeras que gotean son un testimonio contra la propiedad estatal en la industria hotelera.
El icónico hotel tuvo que reabrir para el turismo en 1992, después de la caída de la Unión Soviética. Cuba vivió del bienestar soviético durante años, pero, después del colapso, Fidel estaba buscando desesperadamente fuentes alternativas de ingresos y encontró una en el Hotel Nacional. Mientras tanto, Fidel usó el hotel para alojar a líderes mundiales visitantes y como bastión militar, como lo demuestra una extensa red de trincheras y túneles debajo de la propiedad.
Cuba vivió del bienestar soviético durante años, pero, después del colapso, Fidel estaba buscando desesperadamente fuentes alternativas de ingresos y encontró una en el Hotel Nacional.
El títere de Estados Unidos: Fulgencio Batista
Dado que la alternativa a Batista era un grupo de comunistas que apenas llegaba a la edad legal para consumir alcohol, Batista representaba «estabilidad», mientras que los estudiantes rebeldes significaban «revolución»: en la década de 1930, los cubanos todavía preferían lo primero a lo segundo.
Por la misma razón, Batista era un aliado de los Estados Unidos. Existían muchos intereses estadounidenses en Cuba además del Hotel Nacional. Como muchos países centroamericanos, las empresas estadounidenses poseían una gran parte de la tierra —alrededor del 40 %—, dominaban la industria azucarera y controlaban el 90% de la minería y prácticamente todo el sector energético.
Desde el primer día, Batista recibió una ayuda generosa, que se justificó con la retórica anticomunista demasiado familiar de la Guerra Fría. Mientras EE. UU. le decía a Batista qué políticas implementar, Batista a su vez recibía armas para consolidar su poder político. Además, la mafia estadounidense también ejercía una influencia considerable, lavando dinero y construyendo casinos, con Batista acumulando entre el 10 y el 30 por ciento de todas las ganancias en una cuenta bancaria suiza. Batista era un títere de los intereses estadounidenses, oficiales y extraoficiales.
Por un inesperado giro del destino, el mismo Hotel Nacional de Cuba, el escenario de un violento derrocamiento del Gobierno en la década de 1930, ahora se convirtió en el lugar de la reunión más infame de mafiosos de alto rango en la historia mundial. En 1946 tuvo lugar la infame Conferencia de La Habana, con la presencia de «Lucky» Luciano, Meyer Lansky, Frank Costello, Vito Genovese y otros jefes de la mafia. Esta exhibición inusual fue dramatizada años después por el director de cine Francis Ford Coppola en la película El padrino II.
Como en muchos otros países latinoamericanos, el control de Batista sobre el ejército del país —recuerde, Batista era un oficial militar— le dio la ventaja necesaria para controlar la política del país. Al principio, la gente estaba contenta con el golpe de Estado de Batista, pero la felicidad duró poco. Pronto, Batista oprimía a disidentes con todos los medios necesarios y luego fue acusado por Fidel de usar horrendos métodos de tortura. Muchos otros disidentes fueron simplemente ejecutados por el ejército de Batista. La censura y la ley marcial eran la regla y no la excepción.
Batista estaba llevando al país a un precipicio y sembrando las semillas de otro levantamiento popular. Solo era cuestión de tiempo.
Los niños que se hicieron hombres: el Movimiento 26 de Julio de Fidel y la Revolución cubana
Lo que siguió era probablemente el intento más ingenuo de la historia de derrocar violentamente a un Gobierno. Fidel Castro, su hermano menor y 130 secuaces decidieron atacar la base militar Moncada —cerca de Santiago de Cuba— el 26 de julio de 1953.
Fracasaron miserablemente. La mayoría de los rebeldes fue ejecutada; otros fueron encarcelados y torturados. Fidel fue juzgado y encarcelado. En un escenario típico para una telenovela, lo único que salvó a Fidel de pasar muchos años en la cárcel era el hecho de que estaba casado con la hija del ministro de Transporte, quien llegó al rescate de su yerno. A pesar de haber sido sentenciados a 15 años de prisión, Fidel y Raúl Castro terminaron pasando menos de dos años en la cárcel y fueron exiliados a Estados Unidos, antes de mudarse a México.
México es donde los hermanos Castro conocieron al «Che» Guevara y donde comenzaron a reclutar rebeldes, orquestando otro intento de derrocar al Gobierno de Batista. Mientras que Raúl Castro y el Che —argentino, por supuesto— eran fervientes socialistas, el resto de los rebeldes estaban más interesados en deshacerse de Batista. Fidel Castro, al parecer, fue ante todo un megalómano; se hizo socialista porque satisfizo su ansia de poder: su búsqueda por recursos, control y poder «encajó» muy bien con las ideas socialistas de Guevara y Raúl.
Con poco dinero a mano, Fidel Castro logró comprar un barco de segunda mano en EE. UU. —llamado Granma, «abuelita»— y con más de 70 rebeldes a bordo se dirigieron a la costa de Cuba. Desafiando todas las probabilidades de sobrevivir la travesía, llegaron a Cuba siete días después, mareados, deshidratados y desnutridos. Se dirigían, de nuevo, al fracaso.
Batista fue advertido y les dio una paliza. Solo una docena sobrevivió: los demás guerrilleros fueron asesinados, capturados o simplemente se dieron por vencidos y se fueron a casa.
Fidel Castro, al parecer, fue ante todo un megalómano; se hizo socialista porque satisfizo su ansia de poder.
Hoy día, el Granma se exhibe orgullosamente en el Museo de la Revolución en el centro de La Habana. Es un milagro que más de 70 personas cupieran en el barco, mucho más que cruzaran el mar Caribe en él. Curiosamente, el edificio que ahora alberga el Museo de la Revolución estuvo destinado a ser la sede del gobierno provincial, cuya construcción comenzó en 1909. Sin embargo, al entonces presidente Mario García Menocal le gustó tanto que decidió convertirlo en su casa presidencial.
Es el mismo Palacio Presidencial donde un grupo de estudiantes católicos intentara matar a Batista en 1957, dando lugar a una de las olas de represión más violentas del régimen de Batista. Fidel, tras llegar al poder, decidió residir en otro lugar y convirtió el palacio en un museo. Ahora es una exhibición bastante desagradable de propaganda estatal en una estructura mal mantenida, pero de cierta belleza. Observando la exposición, además del turista promedio que se cruza en una visita al museo, no pude evitar pensar que al menos algunos de los pobres visitantes saldrían con el cerebro lavado.
A pesar del triunfo inicial de Batista contra los rebeldes, los sobrevivientes —entre ellos Fidel, Raúl, el Che y Camilo Cienfuegos— huyeron a las montañas para recuperar fuerzas. Sin embargo, incluso en su apogeo, se dice que el ejército guerrillero de Fidel tenía solo 300 hombres. Estaba claro que, en números absolutos, el ejército de Batista superaba ampliamente al movimiento guerrillero de Fidel.
El punto de inflexión llegó cuando un periodista estadounidense, Herbert Matthews, entrevistó a Fidel Castro para el New York Times. Fidel comenzó a conquistar los corazones de muchos estadounidenses, al tiempo que prometía nunca nacionalizar empresas estadounidenses y mucho menos convertir a Cuba en un Estado socialista. Como resultado de la exitosa ofensiva de prensa de Fidel, los días de Batista estaban cada vez más contados.
A medida que el movimiento revolucionario ganaba terreno, ayudado por los lugareños, Batista se acercaba a su fin. «Batista huye», reza un famoso titular de un diario habanero. «Batista se escapa». Cuando Batista pidió apoyo a EE. UU. y este se negó, se fue corriendo del país.
Mientras que el propio Batista siguió disfrutando de una vida bastante agradable en Portugal después de huir de Cuba —Batista murió a los 72 años—, ayudado por una cuenta bancaria suiza generosamente llena, sus compatriotas no tuvieron tanta suerte. Tuvieron que soportar las políticas gubernamentales «revolucionarias» de Fidel. Con la huida de Batista, el ejército de Cuba simplemente se rindió y dejó de luchar contra los rebeldes, dejando su destino en manos de Fidel. Los guerrilleros en edad de graduados universitarios simplemente irrumpieron, encontraron poca o ninguna resistencia y tomaron el control.
Con la huida de Batista, el ejército de Cuba simplemente se rindió y dejó de luchar contra los rebeldes, dejando su destino en manos de Fidel.
Una guía práctica para revolucionarios
Otra pregunta que me hice durante mi visita fue la siguiente: ¿cuál fue el secreto de Fidel Castro detrás de su ascenso al poder y cómo pudo permanecer en el poder durante, increíblemente, seis décadas? ¿Cuál fue su modus operandi?
Haré un intento:
- tome un ícono o héroe nacional del pasado y use su imagen para su propia causa —en Cuba, José Martí; en Venezuela, Simón Bolívar—, aunque tuvieran ideas políticas muy diferentes — él o ella difícilmente te puede contradecir porque, al fin y al cabo, ya está muerto—;
- culpe de cualquier fracaso a un enemigo común —en el caso de Cuba, Estados Unidos—, pues el odio une a la población;
- utilice cualquier fracaso del enemigo común como un «signo de fortaleza» y dibuje sus fracasos como «victorias» propias, con el propósito de desincentivar a posibles disidentes, e invierta en mucha propaganda promocionando sus «éxitos» y reclamando méritos;
- busque ganancias a corto plazo y resuelva «el largo plazo» en el camino;
- erradique enemigos e ideas divergentes a toda costa, incluso entre sus propias filas; culpe a su enemigo común por las muertes o dibuje las muertes como un accidente y asegúrese de honrar a «los suyos»; use la propaganda de los muertos a su favor;
- permita que los disidentes abandonen el país, pero asegúrese de que se rompan los lazos y que nunca regresen;
- declare emergencias nacionales para aprobar reformas radicales, etiquetando cualquier medida radical como «temporal» si es posible;
- invierta en inteligencia en lugar de la economía: detectar a los disidentes desde el principio es mucho más importante que traer prosperidad; la prosperidad está sobrevalorada de todos modos —perdóneme el juego de palabras—;
- desarme a la población y reemplace a los jefes de policía y oficiales del ejército con amigos y aliados.
Ahí lo tiene: una receta probada para un derrocamiento exitoso y una dictadura sostenida. Caso en cuestión: Cuba.
La revolución socialista: cómo se formó la Cuba de hoy
Así fue como los muchachos se hicieron hombres en 1959. Muchachos, pues era Fidel Castro —32— junto al Che Guevara —30—, Raúl Castro —27— y Camilo Cienfuegos —27— quienes tomaron el control de Cuba.
La famosa cita, pero casi imposible de atribuir, «Si no eres socialista antes de los treinta, no tienes corazón; si eres socialista después de los treinta, no tienes cabeza» me viene a la mente. Lamentablemente fue el «sin cabeza» quien se hizo cargo de los asuntos económicos, a pesar de que el exdiputado Ernesto Betancourt dijo que el Che era «ignorante de los más elementales principios económicos». Me refiero a Ernesto Guevara.
Los supuestamente «con cabeza» —en especial el increíblemente popular Camilo Cienfuegos— comenzaron a ser críticos de las reformas económicas y el rumbo del país. Esto llevó a lo que se supone un asesino a sangre fría de Cienfuegos. La versión oficial es que el avión de Camilo se perdió misteriosamente y que la muerte de Cienfuegos fue un accidente. Sin embargo, es más probable que Fidel empezara a ver en Cienfuegos un adversario que superaba en popularidad al propio Fidel. Posteriormente, Cienfuegos ha sido frecuentemente utilizado en la propaganda estatal y es difícil objetarlo desde el más allá.
Los supuestamente «con cabeza» —en especial el increíblemente popular Camilo Cienfuegos— comenzaron a ser críticos de las reformas económicas y el rumbo del país.
La casi mitológica frase «Vas bien, Fidel», atribuida a Camilo Cienfuegos, hace muchas apariciones en todo el país, aunque lo más probable es que Fidel preguntó «¿Se oye bien?», a lo que Cienfuegos respondió «No se oye bien». En la actualidad, Camilo Cienfuegos es homenajeado con una escultura en la Plaza de la Revolución, donde Fidel se dirigía a un millón de cubanos en importantes ocasiones, con el rostro y el sombrero de Camilo colocados de manera destacada en la sede del Ministerio de Comunicaciones.
Actualmente, este ministerio está a cargo del internet de Cuba, que es ridículamente anticuado. El monopolio estatal ETECSA cobra a los cubanos —y turistas— aproximadamente $1 por una hora de wifi. En un país donde muchas personas ganan solo $20 dólares al mes, el Internet sigue siendo un privilegio de los ricos. Uno tiene que comprar una tarjeta de rasca en una tienda, donde a menudo se forman largas colas, para usar el Internet. En general, las colas son parte del estilo de vida cubano, incluyendo al Internet, que no se salva del hábito socialista de hacer cola.
¡Vas mal, Fidel!
El chiste es que Fidel Castro en una reunión pidió un «economista dedicado», pero el Che Guevara, quien estaba más dormido que despierto, escuchó «comunista dedicado» y resultó ser el único en levantar la mano. Llegó a ser el ministro de Industria, inflamado con la idea del «hombre ideal» socialista, que no respondería a incentivos económicos, sino morales. El Che fue el responsable de la reforma agraria cubana.
El mismo Fidel no se quedó atrás. Como con muchas otras promesas que resultaron ser falsas, Fidel prometió elecciones y un Estado democrático, pero en cambio dirigió a Cuba hacia una nueva era de dictadura socialista. A pesar de asegurarle a EE. UU. que él no era comunista y que aprobaba de la inversión extranjera, comenzó a nacionalizar tierras y activos corporativos en manos estadounidenses, especialmente fábricas y bancos.
El régimen de Fidel también impuso un control de alquileres, con descuentos del 30 al 50 por ciento a los alquileres, una medida característica de los populistas. Propietarios desilusionados de tierras, negocios e inmuebles huyeron del país. Los inversores se apresuraron y la inversión extranjera se detuvo por completo. Fidel también nacionalizó la prensa, la educación e incluso el arte y el cine: necesitaba controlar los cuatro para controlar la narrativa y la propaganda del país.
Se cerraron hoteles y casinos, y murió el turismo. La tierra en gran parte se nacionalizó y el resto se entregó a pequeños campesinos. El tabaco pasó a ser negocio del Gobierno, recibiendo el 90 % de las cosechas de tabaco prácticamente gratis. Se prohibió la compra y la venta de propiedades e incluso se cerraron los restaurantes. Los mercados negros florecían, incluso en los alimentos básicos. El Estado asumió el control de las exportaciones.
Las reminiscencias de los mercados negros todavía están muy presentes: los restaurantes privados, llamados paladares, solo están permitidos desde hace poco tiempo. Antes de los paladares, los restaurantes ilegales buscaban clientes en las calles de La Habana. Los cigarros también se venden, ilegalmente, en tiendas escondidas dentro de los edificios, donde uno menos lo espera.
Además, no se pueden encontrar tiendas minoristas extranjeras en Cuba. O, al menos, son extremadamente escasas. Marcas internacionales como Mango, Pepe Jeans y United Colors of Benetton tienen tiendas en La Habana, vendiendo ropa a precios exorbitantes a los nouveau riche —nuevos ricos—, en su mayoría jóvenes que ganan divisas del turismo. Los supermercados, que no existían hasta hace poco, solo tienen unos pocos productos. El capitalismo ha estado ausente durante décadas, pero está regresando gradualmente.
Como con muchas otras promesas que resultaron ser falsas, Fidel prometió elecciones y un Estado democrático, pero en cambio dirigió a Cuba hacia una nueva era de dictadura socialista.
Molestias y dolores de cabeza monetarios de Cuba
En 1992, cuando Cuba dejó de recibir asistencia social soviética, no redujo el gasto público. El resultado fue un gran déficit público. Sin embargo, como Cuba no pudo endeudarse —el país quedó aislado de los mercados internacionales de capital—, el banco central cubano terminó emitiendo pesos —CUP— y, así, financiando el déficit. Se produjo una enorme inflación. Los precios subieron 150 % en 1991 y más del 200 % en 1993; el tipo de cambio recibió una paliza.
Los cubanos hicieron lo que hacen los ciudadanos de cualquier otro país cuando se enfrentan a un dilema similar: procuran divisa extranjera. En este caso, el dólar. Incluso Cuba, el enemigo jurado de los Estados Unidos, se dolarizó de facto. Los bancos estatales incluso permitieron a los cubanos abrir cuentas bancarias denominadas en dólares.
Diez años después, el banco central cubano comenzó a reemplazar los dólares por «pesos convertibles» —CUC—, que ahora circulan ampliamente. Al mismo tiempo, Fidel prohibió el uso de dólares estadounidenses. Ahora, Raúl Castro prometió deshacerse de los pesos convertibles, pero hasta ahora no se ha hecho ningún intento serio. Parece que la única solución es permitir las compras en dólares estadounidenses en Cuba. Lo único que impide que Cuba se dolarice por completo es el hecho de que muchos trabajadores dependen de los salarios del Gobierno pagados en pesos cubanos no convertibles más débiles, pero, afortunadamente, parece que Cuba ya no podrá utilizar el banco central como fuente de fondos estatales para las generaciones venideras.
El régimen venezolano parece sufrir un destino similar, ya que la dolarización parece inevitable. No obstante, es algo positivo cuando los Gobiernos abusivos pierdan el control de sus respectivas monedas y ya no sean capaces de explotar el monopolio de su banco central en la emisión de moneda, como sucedió en Ecuador y El Salvador.
¿Seguro, pero socialista? Crimen con armas de fuego en Cuba
Sin embargo, existe una diferencia asombrosa entre Cuba y su hermano mayor, Venezuela: el crimen con armas de fuego. Mientras que en Cuba la violencia armada es prácticamente inexistente, es un hecho cotidiano en Venezuela. Las tasas de homicidio —aunque las estadísticas cubanas son, como siempre, dudosas— en Cuba parecen bajas, mientras que en Venezuela esas tasas son altísimas. El crimen en Cuba se limita a hurtos, robos —nuestra muchacha de limpieza «robó» el champú de nuestro hotel— y estafas —especialmente por parte de los «jineteros», que obtienen recompensas por llevarte a restaurantes o tiendas de cigarros—.
Tanto Batista como Fidel tomaron medidas enérgicas contra la posesión de armas. Como dictador, es más fácil controlar el país con una población desarmada. En Cuba, la mera tenencia de armas significa de 8 a 12 años de prisión… una prisión cubana, eso es.
La consecuencia no intencionada del desarme es que las calles mal iluminadas y los callejones oscuros del centro de La Habana se encuentran probablemente entre los más seguros del mundo. Pobre y socialista, pero segura.
Otro factor que contribuyó a la seguridad pública fue el hecho de que Fidel Castro, siempre oportunista, utilizó a los exiliados cubanos en las décadas de 1980 y 1990 para descargar a los llamados «indeseables sociales». Subía a escondidas a presos —muchas veces asesinos— y enfermos mentales a los barcos que zarpaban rumbo a Estados Unidos, limpiando básicamente el tejido social cubano. La película —ficticia— Scarface se basó en esta travesía de Fidel Castro.
Se rumorea que el 10 % de todos los inmigrantes cubanos en EE. UU. fueron deportados por Fidel. Un gana-gana para Fidel, ya que se estaba deshaciendo de presos costosos y enfermos mentales, mientras que al mismo tiempo saboteaba a su adversario EE. UU.
Existe una diferencia asombrosa entre Cuba y su hermano mayor, Venezuela: el crimen con armas de fuego. Mientras que en Cuba la violencia armada es prácticamente inexistente, es un hecho cotidiano en Venezuela.
Congelado en el tiempo
La mayoría de las cosas son y se sienten viejas en Cuba. Cuando los mercados fueron prohibidos en la década de 1950, el país se paralizó por completo. Cuba es como una ventana al pasado, un mundo que no ha avanzado en más de 60 años. Cuba se siente como la famosa escena del Mago de Oz, pero en lugar de que Dorothy pase de una escena en blanco y negro a una en color, aterrizar en el aeropuerto José Martí se siente como todo lo contrario.
Aproximadamente el 75 % de los carros son antiguos. Puede encontrar Ford Fairlanes y Falcons, Chevrolets Bel Airs, Chevys, Plymouths, pero también Ladas y Moskvitchs de calidad soviética, a menudo con motores no originales que se trajeron al país en 2014.
El tráfico no es un problema en absoluto, ya que la propiedad de automóviles es absurdamente baja, una consecuencia no intencionada de prohibir la compra de automóviles. De cada 1000 cubanos, apenas 40 —¡o el 4 %!— tienen carro, frente a más de 600 coches por cada 1000 españoles o italianos o incluso 300 por cada 1000 argentinos. Las motocicletas son una vista rara.
En 2014, Cuba comenzó a permitir nuevamente los concesionarios y las compras de automóviles. Pero, en un ridículo giro del destino, un nuevo Peugeot —un carro francés, por el amor de Dios— podría costar entre $91 000 y $250 000 dólares, lo que hace que sea imposible o moralmente objetable comprar uno.
Sin embargo, gran parte de esto está a punto de cambiar. En una década o dos, las calles de La Habana se verán radicalmente diferentes. Incluso unas reformas tímidas remodelarán drásticamente el paisaje urbano. Cuba, y su capital, eventualmente no se verán muy diferentes de otros centros coloniales latinoamericanos.
Hasta ese día, sin embargo, Cuba sigue siendo el mejor experimento humano en el mundo de cómo el socialismo trae desastres y el mejor lugar del mundo para aprender sobre la ruina económica causada por socialistas bien intencionados o ensimismados.
La apuesta de Cuba al turismo y el próximo levantamiento cubano
Ahora el país está apostando fuerte a proyectos público-privados, especialmente en el turismo. El capital privado suple la falta de inversión y el Gobierno «crea las condiciones adecuadas» y proporciona la tierra. Con inversiones mayoritariamente españolas e italianas, se construyen enormes complejos hoteleros del tipo «todo incluido» a lo largo de la costa cubana. Mientras que el consumismo fue una vez condenado por Fidel Castro —«el consumismo no puede coexistir con la supervivencia planetaria»—, ahora es adoptado por el régimen socialista por pura necesidad.
El modelo económico subyacente es incómodo, pero sorprendentemente interesante. Parece que los hoteles operan virtualmente en mercados de monopolio, capaces de cobrar precios por habitación que superan, en gran medida, los precios en un mercado competitivo. La oferta de habitaciones de hotel está severamente restringida, pero tal vez el ingreso total obtenido y dividido entre los pocos participantes del mercado es más alto de lo que permitiría un mercado competitivo. Aparentemente, para muchos turistas, las casas particulares de Cuba —hoy en día son básicamente bed and breakfast privados y de pequeña escala, especialmente populares en AirBnB— no son un sustituto de los hoteles. Como consecuencia, los hoteles son caros y la relación precio-calidad es baja, especialmente en comparación con otras ciudades latinoamericanas.
A cambio de sus cuasimonopolios, los desarrolladores de hoteles extranjeros pusieron el dinero para construir el hotel y la infraestructura. El Gobierno, entonces, se convierte en copropietario de la propiedad —con una mayoría del 51 % de las acciones— en una empresa conjunta público-privada y se queda con una gran parte de las ganancias. Luego están algunos otros hoteles que son 100 % estatales, pero administrados por empresas operadoras extranjeras —Iberostar, Mélia—. Como dice el rumor, el ejército cubano tiene un dedo en cada pastel hotelero.
Mientras que el consumismo fue una vez condenado por Fidel Castro —«el consumismo no puede coexistir con la supervivencia planetaria»—, ahora es adoptado por el régimen socialista por pura necesidad.
Un fondo con sede en Cuba llamado CEIBA Investments, administrado por un holandés, incluso llegó a la Bolsa de Valores de Londres para recaudar dinero para el desarrollo hotelero cubano. Los tiempos están cambiando, y esta vez Cuba apuesta por el turismo. El turismo es una opción comprensible dadas las hermosas playas tropicales de arena blanca de Cuba —la pasé muy bien en Varadero, a dos horas en auto desde La Habana y me hubiera encantado ver los otros cayos a lo largo de la costa cubana—.
Sin embargo, el intento de obtener divisas con el turismo, permitiendo —apenas— la apertura de mercados para los extranjeros, mientras se aísla al pueblo cubano de participar en todo este lujoso —pero condenado por Fidel— consumismo, es una sentencia política de muerte. Mientras que antes todos eran igual de pobres en Cuba, ahora son cada vez más visibles los que «tienen» y los que «no tienen», tanto en cuanto a las tiendas exclusivas para turistas, a las cadenas hoteleras de Cuba y al acceso al mundo de afuera a través del Internet.
Esta es probablemente una receta para otra revuelta social, con suerte esta vez para mejor.
El capitalismo está llegando y está llegando rápido
El pináculo del viaje fue un cartel que decía «Se vende» en una fachada, algo impensable hace una década. El capitalismo está llegando y está llegando rápido.
Aunque bastante intrigado, aún me quedan más preguntas que respuestas: ¿por qué los socialistas cubanos apuestan por el turismo masivo cuando públicamente desprecian el consumismo?, ¿será tolerada por los cubanos su hipocresía moralista?
¿Ayudó el sistema económico menos eficiente del mundo a crear el «estilo de vida cubano» o simplemente nacen relajados y tranquilos los cubanos?
¿Por qué los músicos de Buena Vista Social Club vivieron tantos años a pesar de su dosis diaria de tabaco?
¿Cuánto tiempo pueden durar las estructuras de un país sin mantenimiento e inversión?
¿Por qué, enfadado por toda la corrupción, el pueblo cubano pondría su fe en un Gobierno corrupto, especialmente en el caso de la propiedad público-privada en mercados monopolizados?
O simplemente: ¿cuál será el próximo capítulo de la historia económica en la siempre controvertida Cuba?
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