Olav Dirkmaat / / 9 de septiembre del 2022

¿Cómo votan los migrantes guatemaltecos?

NAC-16062019-EA-ELECCIONES-GENERALES-2019008

En el 2019, por primera vez en la historia de la democracia guatemalteca, se habilitaron centros de votación en los Estados Unidos. Con más de tres millones de migrantes, el «voto extranjero» podría en algún futuro tener un impacto significativo en las elecciones nacionales. Pero ¿cómo y por quién votan los migrantes guatemaltecos?

Una breve historia del voto en el extranjero

Existen unos obstáculos en la actualidad para el voto desde el extranjero. Uno de los principales problemas es la emisión del DPI en EE. UU., además de la baja voluntad (hasta el momento) de salir a votar por parte del migrante guatemalteco. Sin DPI uno no puede llegar a empadronarse y votar; por lo cual algunos grupos de migrantes «exigen» a las autoridades facilitar la emisión del DPI guatemalteco en EE. UU. (más sobre esto más abajo).

Esto claramente puede cambiar a futuro. De hecho, los partidos que se verán favorecidos por el voto en el extranjero podrían movilizarlo para fortalecer su posición en las elecciones nacionales. Desde el Ejecutivo es relativamente fácil fomentar el voto en el extranjero, invirtiendo en la infraestructura necesaria, cubriendo costos y entregando los DPI.

En las últimas elecciones de 2019, solo 705 votos (de un total de 4 millones de votos válidos) fueron emitidos desde Estados Unidos en la primera vuelta. En muchas mesas, no llegó absolutamente nadie o menos de una docena de personas. Sin embargo, una expansión del voto desde el extranjero tiene toda posibilidad de influir en los resultados de las elecciones guatemaltecas.

Una expansión del voto desde el extranjero tiene toda posibilidad de influir en los resultados de las elecciones guatemaltecas.

¿Por quién han votado los migrantes en el 2019?

En total, 109 mesas fueron habilitadas. Solo 705 votos válidos fueron emitidos (unos 300 se emitieron en Los Ángeles, EE. UU.), es decir, en promedio se emitieron menos de 7 votos por mesa. En algunas mesas, no llegó a votar nadie. En la mesa «más popular», hubo un lamentable total de 18 votos.

Así es cómo votaron los migrantes guatemaltecos:

En rojo, he marcado a los partidos de extrema izquierda, entre ellos: URNG Maíz, MLP y WINAQ. Suman un total de 42 % de los votos, una muchísima mayor representación que entre los votantes nacionales. En otras palabras, el votante promedio en EE. UU. muestra un sesgo muy fuerte a partidos de extrema izquierda.

A este 42 % podemos sumar el voto por otros partidos de la izquierda, como en su momento Encuentro por Guatemala (de Nineth Montenegro) y la UNE. Asimismo, la izquierda sumaría, según el voto migrante, una mayoría de 51 %. También es notable el apoyo para el partido Humanista en EE. UU.; me imagino que ha sido por la presencia en redes de Edmond Mulet (quien ya no es parte de «los humanistas» desde 2020).

El votante racionalmente irracional

James Buchanan, doctor honoris causa de la UFM y premio Nobel de la Economía, entre otros, desarrolló la idea de la ignorancia racional (rational ignorance) del votante.

En las democracias modernas, la probabilidad de que un voto individual sea un voto decisivo (en el sentido de que desempate un empate) es increíblemente baja. Como consecuencia, no existe mucho incentivo para ser un votante «informado», ya que estar pendiente de la política e informarte de todos los eventos tiene un costo en cuanto a tiempo y esfuerzo, mientras el beneficio (e influir en el resultado de las elecciones) es prácticamente nulo. De esta manera, el votante opta racionalmente por mantenerse ignorante en cuanto a la política de su país.

En las democracias modernas, la probabilidad de que un voto individual sea un voto decisivo es increíblemente baja.

En este vacío que deja el votante racionalmente ignorante, se mueven intereses especiales. Estos intereses especiales (grupos de presión) sí tienen incentivos para «hacer política», ya que los beneficios de una política pública suelen ser concentrados. De tal forma, Buchanan y otros formularon el problema de la democracia como un problema de intereses especiales saboteando la voluntad del público, de los votantes.

El votante racionalmente sesgado

En cambio, el economista Bryan Caplan, en su libro El mito del votante racional, posiblemente en contradicción con la teoría del public choice, argumenta que malas políticas públicas son seleccionadas por el propio votante. Él considera a los intereses especiales como una consecuencia secundaria de las propias preferencias de los votantes.

Según Caplan, los votantes suelen tener ciertos sesgos estructurales. Además, Caplan propone que, cuando el costo de tener creencias o preferencias erróneas sea bajo, las personas se permiten más fácilmente tener estas creencias sesgadas. No hay incentivo de «corregir» estos sesgos; apenas tiene beneficio «estar informado», mientras sí tiene un costo informarse, especialmente en cuanto a esfuerzo.

No hay incentivo de «corregir» estos sesgos; apenas tiene beneficio «estar informado», mientras sí tiene un costo informarse.

Como consecuencia, el problema de la democracia es un problema de sesgos sistémicos y estructurales entre los votantes que, desde luego, producen malas políticas públicas.

Esta teoría parece más a la teoría del voto expresivo: más que tener sesgos sistémicos (como, por ejemplo, un sesgo antimercado), se trata de un voto «emocional»: un voto que hace sentir bien al votante (aunque desconozca las consecuencias de su voto) que luego conduce a malas políticas.

¿En qué queda el voto migrante?

En realidad, para nuestros propósitos, es un poco indiferente cuál sea la teoría de tu preferencia. Si comparamos el costo de «votar mal» (en cuanto a sus consecuencias) que hace prosperar a Guatemala, independientemente si se vota por «expresarse», con un «sesgo sistémico» o con una «ignorancia racional», entre un guatemalteco que reside en Guatemala o en Estados Unidos, la conclusión es que el costo de «votar mal» siempre es menor para el migrante.

La razón es simple: al migrante en EE. UU. le afecta menos una «mala decisión pública» (un voto por malas políticas) que a un residente guatemalteco. El autor Nassim Taleb lo llama skin in the game: bueno es cuando internalicemos costos y beneficios; malo es cuando internalicemos beneficios, pero externalicemos costos.

Al migrante en EE. UU. le afecta menos una «mala decisión pública» (un voto por malas políticas) que a un residente guatemalteco.

De hecho, en la medida que los lazos familiares en el país de origen se debilitan (por ejemplo, por el paso de tiempo), esta dinámica se vuelve más marcada. En resumen, con el paso de tiempo se volverán peores las preferencias políticas del voto migrante. La razón es menos importante; aunque, si yo tuviera que apostar dinero por una de las tres opciones, apostaría por un sesgo sistémico antimercado, antiextranjero, crea-trabajo y pesimista como lo hace Caplan, más que por un voto expresivo o la ignorancia racional de Buchanan.

Las remesas como «derecho» de voto

No obstante, existe un argumento moral que los migrantes, por enviar remesas, deben tener voz en las políticas nacionales.

En realidad, los migrantes no mandan remesas «al país»; correcto sería decir que las mandan a sus familiares dentro del país. Que estas remesas luego puedan causar problemas de dependencia económica y volver al electorado menos exigente de la política local aparentemente no es un tema de discusión. Que las remesas desincentiven el ahorro doméstico y puedan ser una externalidad negativa (el «lado oscuro» de las remesas) ni se menciona.

Contrario a estos pretextos, como vimos, el elemento moral pega justamente del otro lado: por migrar (y no vivir en Guatemala), no deberías tener derecho de voto. Skin in the game no solo es un principio positivo, sino normativo. No es ético ni moral ejercer influencia en una decisión si no internalizas los costos de dicha decisión.

No es ético ni moral ejercer influencia en una decisión si no internalizas los costos de dicha decisión.

El costo de emitir un «voto en sí» versus el costo de emitir el «voto correcto»

En cierto sentido, Guatemala, al mejorar el acceso para el votante en Estados Unidos, está escogiendo el peor de dos males.

Por un lado, el votante migrante tiene aún menos incentivos de tener un voto informado que produzca buenas políticas. El beneficio de votar «bien» y el costo de votar «mal» son nulos para ellos, porque no internalizarán las consecuencias de las políticas públicas guatemaltecas. Por otro lado, el Gobierno está reduciendo el costo de emitir un voto de los migrantes. Esto expande el voto en el extranjero a través de más mesas electorales y menos barreras de acceso. Esta mayor facilidad reduce el costo de emitir un «voto en sí».

Hoy por hoy, el costo por votar desde EE. UU. en las elecciones guatemaltecas es suficientemente alto (en cuanto a esfuerzo) para disuadir el voto migrante, sesgado a la (extrema) izquierda. El voto migrante no ha tenido un impacto significativo en las elecciones nacionales. Sin embargo, con la política actual de habilitar el voto en el extranjero, estamos reduciendo el costo de un «voto en sí», sin tocar el costo de un «voto correcto». Esto lleva a un equilibrio que no es deseable para el país.

Para las próximas elecciones, un poco más de 7000 guatemaltecos en EE. UU. se han empadronado hasta el momento; pero el Renap ha imprimido más de 400 000 DPI para guatemaltecos en el extranjero y unos 65 000 siguen sin ser recogidos. El DPI es requisito, pero no es suficiente para empadronarse. Sin embargo, es claro que, en las elecciones de 2023, el peso del voto migrante empieza a contar más y, en las elecciones de 2027 en adelante, será un voto decisivo de bloque.

En las elecciones de 2023, el peso del voto migrante empieza a contar más y, en las elecciones de 2027 en adelante, será un voto decisivo de bloque.

¿Debe preocuparse Estados Unidos por las preferencias políticas del guatemalteco?

Respondiendo a esta pregunta, temo que sí. El voto migrante muestra una indiferencia a los derechos de propiedad, el individualismo americano y el Estado de derecho. Si este mismo sesgo anticapitalista por parte de los migrantes, visible en las elecciones guatemaltecas, se traslada en algún momento a las elecciones americanas, estos votos guatemaltecos irían en línea recta a charlatanes de la izquierda como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) o Elizabeth Warren.

Es más, como describí en otro artículo, el voto del migrante se caracteriza por ser un «voto de bloque». Los migrantes tienden a votar como grupo, alineando sus votos a un solo partido o candidato. Muy comúnmente, estos candidatos son de la izquierda. Lo que da para pensar es que, en la comunidad guatemalteca en EE. UU., los resultados de la elección guatemalteca muestran que no es una cuestión de «votar en contra de políticos antimigración de la derecha», sino de «votar por más socialismo».

Conclusiones

El voto migrante tiene un sesgo muy marcado a la extrema izquierda. El reducir los costos de emitir un voto (expandiendo el número de mesas y reduciendo las barreras para empadronar) curiosamente puede llevar Guatemala a peores decisiones públicas. Se estaría fomentando el «mal voto» (sea por ignorancia racional, sesgo sistémico o «voto expresivo») con una política que fomenta el voto del migrante guatemalteco.

Esto pinta mal no solo para Guatemala, sino también para EE. UU. Mientras otros grupos latinoamericanos han huido de la extrema izquierda en sus países, especialmente los migrantes cubanos y venezolanos, y así se han «curado» del socialismo, los guatemaltecos no han pasado por esta misma experiencia. Aparentemente, estar en mejores condiciones económicas, las cuales existen gracias al capitalismo, no les hizo cambiar de opinión.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

Comparte este artículo:

Olav Dirkmaat

Director del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor de economía en la UFM. CIO de Hedgehog Capital. Doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid.

Leer más de este autor