La participación electoral más baja del mundo: elecciones en Túnez 2022-2023

Foto cortesía de Sami Chouayakh

Las elecciones en Túnez, único país que logró transitar a la democracia en el mundo árabe tras varias revoluciones, fueron un fracaso para el actual presidente Kaïs Saied. Las dos rondas tuvieron un abstencionismo del 90 %.

Así, la vasta mayoría de tunecinos rechazaron este proceso. Este abstencionismo es aún peor que el de Estados fallidos como Haití o Afganistán. ¿Qué explica una participación tan baja en las elecciones de 2022-2023? A grandes rasgos, se le puede atribuir a nuevas reglas constitucionales que desincentivan el voto al no repartir cuotas de poder de acuerdo con los deseos del electorado.

Reglas constitucionales e incentivos para votar

Cuando un país es o aspira a ser una democracia liberal, debe tener elecciones competitivas. En estas, los ciudadanos del país votan libremente por los candidatos de su preferencia con el fin de ser representados y darles poder a dichos representantes. En teoría, los partidos más votados obtienen un mandato para gobernar por un periodo específico. La constitución de los países indica qué ramas del gobierno son electas —normalmente siempre el legislativo y, a veces, el ejecutivo— y qué función tiene cada una.

Aunque una elección es un mecanismo para convertir votos válidos emitidos en cuota de poder institucional, a nivel individual existen pocas razones para votar. Se podría decir que es irracional votar: ¿para qué molestarse en emitir un voto que tiene poco efecto en el resultado final? Como millones votan al mismo tiempo, cada voto vale muy poco; las probabilidades de que sea el decisivo son ínfimas. Aun así, uno de los sostenes de las democracias liberales son los ciudadanos que sí salen a votar. En ocasiones normales, tienden a ser entre 50 % y 70 % de los que tienen el derecho de emitir sufragio.

Es más, muchas dictaduras modernas también tienen elecciones que, aunque no impliquen rotación en el poder o competitividad política real, sirven para refrendar el apoyo a las élites autoritarias gobernantes. Basado en lo anterior, el índice de participación en torno a 10 % en Túnez es una anomalía gigantesca que invita a explorar sus reglas constitucionales. 

La democratización de Túnez

El Túnez moderno es una democracia en crisis. Desde su independencia en los 1950, Túnez fue gobernado esencialmente por dos dictadores secularistas: Bourguiba y Ben Alí. El segundo llegó al poder derrocando al primero. Lideró una liberalización económica parcial, pero con privatizaciones que beneficiaban solamente a su círculo interno. La crisis económica del 2008 y la propia ineficiencia de la economía local llevaron a protestas contra el dictador en 2010. Estas culminaron en la Revolución de los Jazmines, proceso que inspiró una serie de revoluciones en varios países del Medio Oriente. La década del 2010 sacudió la política de la región, pues estas revoluciones llamadas Primaveras Árabes llevaron a la caída de dictadores en Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen, así como a mayores libertades en regímenes monárquicos como los del golfo Pérsico y Marruecos.

Sin embargo, los cuatro de cinco países con cambios de régimen no se mantuvieron como democracias. Yemen y Libia colapsaron bajo cruentas guerras civiles. En Egipto, el Ejército derrocó al Gobierno electo e instauró una dictadura militar como la prerrevolucionaria. Siria es una mezcla de ambos fenómenos. Así, solo Túnez sobrevivió como democracia, aunque con muchos problemas.

El partido que lideró la democratización de Túnez en 2011 fue Ennahda, un partido islamista moderado. Considerando que las dictaduras en Medio Oriente durante la Guerra Fría eran de corte socialista y secularizador, es claro que los partidos restringidos o ilegalizados eran los islamistas. Esto es notable considerando que la población tunecina es 97 % musulmán suní. Como en cualquier transición a la democracia, uno de los puntos que determina la consolidación es que el partido que era ilegal en la dictadura llegue al poder pacíficamente y se mantenga en el poder legalmente. Al mismo tiempo, no debe concentrar el poder ni crear su propio autoritarismo. Mientras que en Egipto el Ejército derrocó a islamistas parecidos a Ennahda y en Turquía los islamistas comenzaron a construir un autoritarismo, en Túnez el partido islamista de centroderecha se volvió un actor clave del juego democrático.

Los problemas económicos y la negociación de una nueva constitución llevaron al conflicto con los partidos secularistas de tiempos de la dictadura. Curiosamente, estos partidos también se comprometieron con la democracia y hasta eran parte de la coalición de gobierno de Ennahda desde 2011. La ruptura de la coalición llevó a protestas masivas contra los islamistas moderados. En el caos, un grupo conocido como el cuarteto —la implausible unión del colegio de abogados, activistas de derechos humanos, sindicatos y empresariado organizado— surgió como mediador. Con esta intervención civil, los partidos lograron pasar una nueva constitución democrática en 2014, permitiendo la celebración de nuevas elecciones.

Kaïs Saied, el islamista cultural

Entre 2014 y 2019, el Gobierno fue liderado por los partidos secularistas en coalición con Ennahda. De cierta manera, esto implica que Túnez estuvo bajo un gobierno de gran coalición —es decir, una alianza del centroderecha con la centroizquierda— durante 8 años, solamente alterando el orden de los partidos. La constitución de 2014 creaba un régimen semipresidencialista al estilo francés: un presidente electo como jefe de Estado con un primer ministro que administraba los asuntos del Gobierno.

Este sistema funcionó hasta la muerte súbita del presidente, asunto que provocó elecciones de emergencia. En estas, los tunecinos castigaron a los partidos de gobierno, islamistas y secularistas, por el mal manejo de la economía que heredaron del régimen de Ben Alí. Tal fue el desprestigio de los partidos que la segunda vuelta electoral para presidente fue entre dos candidatos outsider y populistas. El favorito era Kaïs Saied, candidato que indicaba que la voluntad del pueblo es la ley y que su Gobierno defendería el vago concepto de una cultura árabe-islámica. No abogaba por una teocracia o por una presencia de líderes religiosos en el poder, sino por una interpretación personal de las costumbres correctas del islam. Finalmente, con el apoyo de Ennahda, Saied ganó la presidencia en 2019.

El Gobierno del nuevo presidente, como todos sus antecesores independientemente del tipo de régimen, se enfrentó con graves problemas económicos que suscitaron protestas masivas exacerbadas por la crisis de la pandemia. Él culpó al primer ministro, miembro de Ennahda, de los problemas del país. Así, disolvió el Parlamento tunecino en 2021 justificándose con una interpretación antojadiza de un artículo de emergencia de la constitución. Si bien la de Constitucionalidad podía detenerlo, sus miembros no habían sido electos por el Parlamento fragmentado posrevolucionario. Sin un freno efectivo, Saied continuó concentrando el poder en 2022.

Primero, purgó la Corte Suprema para llenarla de simpatizantes. Segundo, mandó a redactar una nueva constitución que destruía la división de poderes. En esencia, el Parlamento se volvía un órgano sin facultades, ya que el presidente podría nombrar al primer ministro y a su gabinete. Además, creaba una segunda cámara que es electa indirectamente por autoridades locales, muchas de las cuales son electas por él mismo. Asimismo, las cortes y el órgano electoral pasaron a ser órganos cuya membresía era decidida por el presidente. Tercero, el presidente llamó a nuevas elecciones bajo la nueva constitución que se aprobó con un referéndum con tan solo 30 % de participación. Bajo una política de supuesta descentralización, modificó la ley electoral para que todas las candidaturas deban inscribirse individualmente. Así, prácticamente inhibió la participación coordinada de partidos sin ilegalizarlos.

Las elecciones de 2022-2023

Ante el nuevo panorama electoral, la vasta mayoría de partidos políticos del país boicotearon los comicios de 2022-2023. Los partidos islamistas y secularistas decidieron no proponer ningún candidato; ya que argumentan que llegar al Parlamento ya no es útil, pues no tiene ningún poder efectivo. Asimismo, no existen condiciones para competir en igualdad con los candidatos de Saied. De esta manera, muchos partidarios de Saied en un partido político hechizo compitieron contra independientes, sobre todo, considerando que la nueva ley electoral privilegia a los independientes autofinanciados.

Aunque la ley electoral claramente debería beneficiar a Saied y sus aliados, los resultados electorales son desesperanzadores para el régimen. De los 161 puestos para elegir sin competencia real, solo 21 resultaron electos en la primera vuelta (para más detalles sobre cómo funcionan las elecciones en Túnez, consulte aquí). De esos 21, solo 10 son del partido del presidente Saied y tres ganaron automáticamente al no haber candidato opositor. Siete elecciones fueron canceladas por falta de candidatos. Finalmente, de las 123 contiendas que pasaron a segunda vuelta, solo en 65 hay candidatos de Saied. De esta manera, en elecciones sin competencia real, no hay manera que el presidente gane ni la mitad del Parlamento.

La ley electoral que pretendía garantizar una supermayoría afín a Saied desincentivó la participación de partidos políticos formales. Antes, los partidos lograban una presencia fuerte en el legislativo con unas elecciones proporcionales con listas de partido cerradas en distritos plurinominales. Sin embargo, la nueva ley crea distritos uninominales que exigen ganar un 50 % de los votos o más para evitar una segunda vuelta. Este sistema es de estilo francés. Los partidos no pueden participar sino a través de candidaturas técnicamente independientes. Donde hubo comicios, la vasta mayoría de los candidatos independientes que Saied impulsó no logró superar el 50 % de los votos, lo que explica por qué hubo tantas segundas vueltas. Al no tener partidos detrás, casi nadie aseguró un 50 % de los votos necesarios.

Aunque no lo necesita para gobernar, es un gran golpe a su legitimidad. Las protestas empezaron de nuevo. Adicionalmente, los sindicatos que fueron su único apoyo civil abandonaron el oficialismo golpista debido a las negociaciones que el presidente tiene con el Fondo Monetario Internacional para intentar rescatar la economía que fracasa.

Problemas económicos y prestamistas peligrosos

La razón esencial de la crisis política en Túnez, independientemente del tipo de régimen, es el fracaso de la economía tunecina. Este factor supuso la caída del dictador Ben Alí en 2011, desestabilizó el gobierno de gran coalición islamista-secularista entre 2011 y 2019 y justificó el golpe de Saied en 2021. La gran promesa del presidente era purgar la élite corrupta y mejorar la economía. Sin embargo, Saied no ha logrado frenar la inflación, garantizar el suministro de productos de primera necesidad, bajar el desempleo, liberalizar una economía capturada por élite políticas, prevenir la fuga de capitales, retener la inversión extranjera o reducir la deuda con la que se financian un sinfín de subsidios clientelares. Para prevenir que el país se declare en bancarrota y aumente todos los problemas preexistentes, Saied está negociando una reestructuración de la deuda y préstamos con el FMI. Este organismo, el cual depende de potencias occidentales para sus fondos, exige fuertes recortes a subsidios y despidos masivos del Estado, acciones que generarían descontento en Túnez. Finalmente, aceptar un trato que lleva la influencia estadounidense y francesa supone una traición a su ideal de defender un nacionalismo árabe-islámico. La apremiante situación del presidente abre la puerta a que otros actores intervengan en Túnez, pero sin intenciones de fomentar la democracia.

Desde las Primaveras Árabes, Medio Oriente ha visto el incremento de conflicto entre dos facciones: Arabia Saudita y sus aliados contra Irán y sus aliados pragmáticos. Ambos frentes son islamistas radicales; la diferencia es que el bloque saudí es monárquico y el iraní es republicano. En tiempos de Ben Alí, Túnez estaba aislado de esta rivalidad al ser un firme aliado de Francia y de Estados Unidos. Además, ignoraba el conflicto israelí-palestino. Estados Unidos se oponía a la democratización del Medio Oriente antes de las Primaveras porque los regímenes democráticos tendían a tener ganadores islamistas que se oponían virulentamente a la existencia de Israel. Desde la década de 2010, EE. UU. cambió de política y enfatizó la democracia frente a regímenes autocráticos considerando la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudita. La nueva democracia y sus inesperadas guerras civiles, sin embargo, sirvieron como un campo fértil de lucha indirecta entre el bloque saudí y el iraní. Las guerras de Libia y Yemen vieron bandos enemistados ser apoyados por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en alianza formal contra Irán y Turquía, potencias sin alianza formal, pero con intereses convergentes. La presidencia de Saied supuso una alianza turco-tunecina y su intervención en Libia. De hecho, Túnez ayudó en la intervención militar turca directa en Libia. El golpe de Estado de 2021 alejó a Turquía de Túnez, pues Saied empezó la persecución de Ennahda, partido con vínculos con el partido de gobierno en Turquía. Así, Saied pivotó hacia el bloque saudí. Mientras Túnez quiere ayuda monetaria, Arabia y sus aliados quieren sofocar la democracia en la región. Así, el financiar al presidente autoritario implicaría destruir el último bastión democrático que retó la estabilidad monárquica de la región.

Saied, sin embargo, ya generó fricciones con los saudíes al apoyar a Argelia, su otro posible financista, en su lucha geopolítica contra Marruecos, aliado saudí, por la independencia del Sahara Occidental. De esta manera, el presidente podría agotar sus fuentes de ayuda al tomar posiciones que necesariamente perturbarán a algún socio.

Conclusión

En esencia, el bajísimo nivel de participación en las elecciones legislativas de Túnez en 2022-2023 se puede explicar por las nuevas reglas constitucionales impuestas por el presidente Saied. Es racional que los partidos boicoteen unas elecciones que no les darían una cuota de poder efectivo. Con un Congreso esencialmente sin poderes, no vale la pena aspirar a entrar. Asimismo, la baja participación deslegitima al presidente y les da razones a los partidos y a la sociedad civil para expulsarlo desde afuera. Si el objetivo es preservar la democracia tunecina obtenida en 2011, la única esperanza es un activismo como el del cuarteto democrático que moderó la negociación para la constitución del 2014. En la actualidad, sin embargo, se corre un riesgo de intervención que no se tenía al estar aislados de los conflictos de Medio Oriente. Si Saied logra conseguir el apoyo del bloque saudí, esto podría incentivar la división de la oposición, particularmente si Ennahda busca el apoyo turco para contrariar a los saudíes. Los secularistas son antipáticos a ambos bloques islamistas. Si bien no es probable que resulte en una guerra, podría verse una situación de política divisiva y autoritaria similar a la que se tiene en Líbano en la actualidad. En este caso, la democracia tendría menos probabilidades de perseverar.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Luis Carlos Araujo Quintero

Estudiante del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Ferviente creyente de la moderación y del respeto a las reglas justas y correctas. Defensor de la libertad en todas sus dimensiones. 

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