Capital social y polarización política: una interpretación alternativa
Pocos observadores dudarían que, actualmente, estamos viviendo una nueva ola de polarización política a nivel mundial después de casi tres décadas de calma relativa. Fuera de ese consenso generalizado, las causas de esta oleada son actualmente muy inciertas a pesar de las constantes afirmaciones contrarias. Como escribí en este blog hace algunas semanas, se ha especulado mucho sobre la globalización y la desigualdad como causas últimas en este desarrollo, pero los indicios científicos son, por lo menos de momento, bastante cuestionables. Algo similar pasa con otro posible culpable: las nuevas tecnologías de comunicación política. Hay planteamientos que relacionan su uso con una mayor polarización, pero también con lo contrario. ¿Quizá nos estemos planteando la cuestión de una manera errónea, buscando tan agriamente las causas externas de la polarización, en lugar de los potenciales factores internos que la inhiben o la facilitan?
En una publicación reciente, Hans Pitlik del Instituto Austriaco de Investigación Económica en Viena —institución fundada en 1927 por Friedrich Hayek y Ludwig von Mises— y yo nos preguntamos acerca de la naturaleza de la polarización política a nivel individual. Lo que encontramos es que está fuertemente asociada con un bajo nivel de confianza social. Ahora bien, existen distintas definiciones, pero, en un sentido amplio, se podría delimitar la confianza social como la fe que depositamos en gente desconocida —aquella que no forma parte de nuestro entorno social y de la cual, por tanto, no tenemos información previa acerca de su nivel de fiabilidad—. Por ello, es comprensible cómo un bajo nivel de confianza generalizada puede estar vinculado con una mayor disposición a la polarización.
En general, la confianza social —o también capital social— se ha relacionado con temas muy diversos, como son el crecimiento económico, la existencia de grandes estados de bienestar e igualdad, o la calidad general de las instituciones. Es interesante señalar que, de momento, se sabe mucho más acerca de sus consecuencias sociales que sobre sus causas, tanto a nivel individual como a nivel social. A nivel individual, una corriente de la investigación psicológica la ha relacionado con rasgos de personalidad, vinculándola, en última instancia, con la educación infantil y las normas culturales —que son muy estables a largo plazo—. En este contexto, también se han encontrado indicios muy notables acerca de su fuerte componente de socialización y su estabilidad a lo largo de la vida de los individuos.
A nivel social, es destacable lo poco que varía la confianza social media de los distintos países, incluso si estos pasan por condiciones muy adversas, como fuertes crisis económicas o sociales. En un artículo reciente, Christian Bjørnskov de la Universidad de Aarhus en Dinamarca; Miguel Ángel Borrella Mas, mi compañero de departamento, y yo encontrábamos dicha situación en el proceso independentista catalán en España. Este hecho ha dividido fuertemente a la sociedad catalana en los últimos diez años; no obstante, su confianza social a lo largo de este tiempo apenas ha cambiado de forma significativa. Si esto es cierto, también es muy improbable que la polarización política sea un factor que influya notablemente en nuestra confianza social a nivel individual. Más bien, es al revés: sociedades con un elevado nivel de confianza social parecen ser más resistentes a desarrollar niveles altos de polarización.
Por lo tanto, si nos preocupa la creciente polarización política y sus consecuencias para nuestras sociedades, quizá deberíamos centrar nuestros esfuerzos individuales en un objetivo menos obvio: la educación de nuestros hijos e hijas, y el ejemplo que damos en este asunto. Esto es enseñarles a permanecer abiertos a ideas distintas a las suyas y reconocer que otros también pueden tener una parte de razón aunque se esté en desacuerdo. No es algo trivial, pero, probablemente, es una lección importante para su futuro y para el nuestro.
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