Rusia y Ucrania: la importancia de los sentimientos en la geopolítica
El 24 de febrero del presente año, Rusia dio inicio a una «operación militar» a gran escala que tomó al mundo por sorpresa. La exposición mediática nos bombardea con información asimétrica, análisis coyunturales y estadísticas que predicen consecuencias fatídicas para la economía global. Sumado a esto, en los medios sensacionalistas impera una narrativa maniquea de Occidente contra Rusia.
¿Qué rol juegan las emociones en eventos de tal magnitud?
Sin embargo, se discute poco o nada respecto a las motivaciones emocionales que llevan a una nación a sobrepasar los límites de la soberanía y erigirse por sobre toda la estructura internacional. Entonces cabe preguntarse, ¿qué rol juegan las emociones en eventos de tal magnitud?
Los sentimientos y la geopolítica
A finales del siglo XX, surgió una gama de autores que volcaba su atención a las motivaciones meramente subjetivas, emanadas por el sentir de las personas y no necesariamente por su raciocinio. La geopolítica empezó a extender sus horizontes al complementar el análisis político, económico, social y cultural, acentuando la relevancia de los sentimientos en el actuar de los actores de la arena internacional. Si retrocedemos incluso más en el tiempo, grandes pensadores como Tucídides enmarcan el actuar del ser humano bajo una lógica en la que tres pasiones esenciales llegan a determinar la toma de decisiones que se extrapolan directamente al ámbito político. Según el historiador ateniense, el ser humano se ve impulsado por los siguientes elementos:
- El miedo: del cual deriva la búsqueda de seguridad.
- La codicia: elemento que fomenta la posesión de bienes materiales.
- El honor: pasión que motiva a la búsqueda de reconocimiento.
Por su parte, autores como Nietzsche argumentan que la toma de decisiones derivadas de los gestores del aparato estatal no surge directamente de un análisis racional, puesto que existe un detonador emocional que busca elementos objetivos y coyunturales para justificar decisiones. Siguiendo esta lógica, tal y como lo establece Viroli en su ensayo sobre el patriotismo y nacionalismo, es plausible argumentar que los sentimientos pueden ser el hilo conductor de nociones nacionalistas, sujetas a la instrumentalización para justificar narrativas en pos de antagonizar a otros, levantar masas en rebelión e, incluso, revivir elementos nostálgicos por parte de los miembros conservadores de un país.
Grandes pensadores como Tucídides enmarcan el actuar del ser humano bajo una lógica en la que tres pasiones esenciales llegan a determinar la toma de decisiones que se extrapolan directamente al ámbito político.
Ahora bien, es importante resaltar el peso y la relevancia que cobran las emociones al considerar su inevitable nexo con la historia de las potencias involucradas en el conflicto más grande de la actualidad.
Un necesario bagaje histórico
Al referirnos al conflicto internacional que atañe a este texto, se debe contar con una breve recapitulación de los eventos que condicionaron a la Rusia actual. Desde el final de la Guerra Fría, existieron esfuerzos por parte de la Unión Europea de anexar a la Rusia postsoviética a su bloque de poder por medio de acuerdos en pro de institucionalizar el aparato estatal ruso bajo un marco de valores y normas liberales. Sin embargo, lo que inició como un proceso medianamente entusiasta a partir de 1992 fue cayendo en detrimento junto con las intenciones de generar estructuras cooperativas y, en el período entre 1994 hacia el año 2000, las tensiones y diferencias entre ambas partes se hicieron más palpables.
Desde el final de la Guerra Fría, existieron esfuerzos por parte de la Unión Europea de anexar a la Rusia postsoviética a su bloque de poder por medio de acuerdos en pro de institucionalizar el aparato estatal ruso bajo un marco de valores y normas liberales.
Por su parte, Ucrania es una ex república socialista ligada directamente a Rusia. Desde la disolución de la antigua Unión Soviética, el país en cuestión atravesó un proceso de descolonización, el cual se sostuvo en gran parte por las facciones nacionalistas del país. Incluso existe cierto nivel de rusofobia y recelo que —por si fuera poco— se mantiene geográficamente entre la zona de influencia rusa y las afueras de la Unión Europea. En consecuencia, todo aquel acercamiento hacia Europa se traduce —la mayoría de las veces— en ir en contra de los intereses de Rusia.
A partir del 2014, ocurrieron muchas cosas; sin embargo, estos hechos pueden resumirse en una división social en Ucrania por grupos que se desencantaron progresivamente por Rusia y por aquellos que se desencantaron por el propio Gobierno ucraniano. Para colmo, el surgimiento de adeptos por la derecha fascista en Ucrania motivó al Kremlin a crear una narrativa en contra de los fantasmas del fascismo que aparentemente se despertaban a la vecindad de Rusia; esto ocasionó un gran apoyo de las izquierdas más autoritarias y nostálgicas del país. Llegado a este punto, se hace plausible especular con respecto a las motivaciones emocionales que condujeron a Rusia a sobrepasar los límites de la soberanía ucraniana y de la estructura internacional vigente.
La catarsis inminente de Rusia
Lo que demuestra la coyuntura actual es una dinámica de «estira y afloja» entre las potencias mencionadas que se ha desarrollado a lo largo del tiempo. Rusia vive bajo la sombra de lo que alguna vez fue la Unión Soviética; sin embargo, no hay que caer en el engaño de pensar que hoy en día busca volver a esas viejas glorias: Vladimir Putin se encuentra muy lejos de aspirar a esas viejas causas. Sin embargo, puede reflejarse una cuestión de codicia que va mucho más allá del valor económico que supone anexar Crimea y demás partes de Ucrania a la zona de influencia rusa. Como bien establece McMillan, en The Uses and Abuses of History, la historia se ha convertido en «más necesaria que en el pasado para asentar la legitimidad de las reivindicaciones territoriales».
La invasión de Rusia a Ucrania supone las consecuencias de un pasado acarreado por la humillación y la antagonización de Occidente hacia Rusia, producto de la globalización de los últimos años. Los hechos suscitados en la actualidad son una remembranza de la fuerza y poder que —para bien o para mal— puede llegar a tener la federación comandada por Putin. Los medios de propaganda rusos no buscan restablecer una república socialista, sino más bien reivindicar el respeto que alguna vez tuvieron. Las tensiones acumuladas, la búsqueda desesperada por Ucrania por formar parte de la OTAN, sumado al supuesto despertar de una derecha fascista son justificación suficiente para liberar la catarsis de Rusia.
Las tensiones acumuladas, la búsqueda desesperada por Ucrania por formar parte de la OTAN, sumado al supuesto despertar de una derecha fascista son justificación suficiente para liberar la catarsis de Rusia.
A manera de conclusión, puede argumentarse que los sentimientos y motivaciones detrás de la invasión de Rusia hacia Ucrania pueden derivar de una acumulación de eventos históricos que generaron la disminución de Rusia a lo largo del tiempo. El peso del fantasma de la antigua Unión Soviética y las dinámicas tensas entre Rusia y la Unión Europea han degenerado en una muestra más agresiva del poder en un área con una desafortunada posición geográfica que la deja en medio de un conflicto entre los representantes de Occidente y Rusia.
El tiempo dictará las consecuencias de los actos de ambos bandos y, si algo se puede asegurar, es que la estructura internacional y la forma en la que se evalúa la geopolítica evolucionarán para contemplar aristas que anteriormente no eran prioritarias.
Sin lugar a duda, la toma de decisiones a gran escala no solamente es producto de una ambición económica o geoestratégica; siempre es importante recordar que la humanidad actúa por impulsos, emociones y justificadores para generar su realidad.
AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.