La pretendida superioridad moral de la izquierda
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, parece que no tiene cosas más importantes que hacer que tuitear sobre lo que sucede en otros países, específicamente sobre el resultado del plebiscito de Chile relacionado con la aceptación o el rechazo de la reforma constitucional que dio como resultado el triunfo del rechazo por cerca del 60 %. El caso, más allá de representar una intromisión en decisiones soberanas de un país vecino, que llevó a cabo un acto eleccionario libre y legítimo, llama la atención por el calibre de los comentarios del mandatario colombiano.
Al conocerse el resultado de la votación, en un primer tuit, Petro sostuvo «Revivió Pinochet»; al día siguiente, supuestamente más calmado, escribió «Pinochet está vivo en ciertos sectores políticos de América, en todos aquellos que piensan que hay que eliminar físicamente a su rival. El hombre que acabó con un gobierno haciendo morir a su presidente, que mató, que torturó y desapareció miles e hizo una constitución aún vigente».
Este comportamiento es típico de aquellos que suelen manifestar que «el pueblo no se equivoca», siempre y cuando voten por su opción política. Para Petro y tantos otros políticos de izquierda, el pueblo tiene razón cuando los elige a ellos, pero se equivoca cuando decide por otras opciones. En diciembre de 2021, cuando Gabriel Boric fue elegido presidente de Chile, el mismo Petro tuiteaba: «Salvador Allende vuelve a vivir en los hombres y mujeres libres que llenaron de nuevo las alamedas». Luego, al ser invitado a la asunción de mando, el 11 de marzo de 2022, tuiteó «hay esperanza en una integración latinoamericana que trabaje por la prosperidad de nuestros pueblos. Asisto a la posesión del presidente Boric, un día histórico para el pueblo de Chile, fruto de la movilización juvenil que luchó por un cambio».
Este comportamiento es típico de aquellos que suelen manifestar que «el pueblo no se equivoca», siempre y cuando voten por su opción política.
Está clara la «doble vara» con la que mide la izquierda al pueblo. Esta pretendida «superioridad moral» que ejercen de manera constante no hace más que señalar que solo les interesa escuchar a los que piensen igual a ellos, restándole legitimidad a cualquier persona que esboce un pensamiento propio e independiente de las consignas populistas del momento. En este sentido, no deja de sorprender la reacción de los grupos de izquierda latinoamericana cuando se trata de juzgar acontecimientos que les son esquivos políticamente.
En los últimos tiempos, se han producido, en América Latina, reacciones de Gobiernos de izquierda que de alguna manera dejan en claro el doble estándar que utilizan a la hora de medir el mismo tipo de acontecimiento, dependiendo el color político del resultado. El pueblo, al que dicen representar, solo tiene legitimidad cuando apoya sus consignas; de lo contrario, se convierte en una masa ignorante que se deja llevar por el canto de las sirenas que lo confunde y lo hace votar por propuestas que van en contra de sus propios intereses.
En los últimos tiempos, se han producido, en América Latina, reacciones de Gobiernos de izquierda que de alguna manera dejan en claro el doble estándar que utilizan a la hora de medir el mismo tipo de acontecimiento, dependiendo el color político del resultado.
Paradójicamente, es la misma izquierda que habla de los derechos de las mujeres, pero que no tiene ningún problema en aliarse con regímenes islámicos en los que estas se encuentran sumidas en una categoría de personas de segunda clase, con derechos totalmente sometidos a la voluntad de los hombres de sus familias. Algo similar sucede cuando enarbolan, por todo lo alto, la bandera de las minorías sexuales y la igualdad de género, aunque, al mismo tiempo y sin sonrojarse, profesan una veneración cuasidivina hacia la figura del Che Guevara, un ser homofóbico, que no tenía límites a la hora de someter a los peores vejámenes a los miembros de la comunidad homosexual, con la excusa de «curarlos de su enfermedad».
En la Argentina, el mismo tipo de contradicciones se observa en el Gobierno kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, quienes permanentemente descalifican al electorado de aquellos distritos en los que el voto popular les es esquivo. La obsesión con los ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires, históricamente opositora del peronismo y, sobre todo, del kirchnerismo, es una muestra de ello. El populista de izquierda no logra entender cómo puede haber gente de a pie que no los vote. Es más, se los convierte en los causantes de todos los males que sufre el país. Como decía el fundador del movimiento peronista: «al amigo todo, al enemigo ni justicia».
El populista de izquierda no logra entender cómo puede haber gente de a pie que no los vote.
Siguiendo esta línea de razonamiento, los que se animan a pensar diferente entran en la categoría de cipayos, antipatria o burgueses desalmados. Las prédicas de Petro en Colombia o Cristina Kirchner en Argentina son claros ejemplos de este razonamiento, aunque lamentablemente no son los únicos. Es muy probable que, de haber ganado la aprobación de la constitución reformada en Chile, Petro hubiese tuiteado «el pueblo chileno no se equivoca» o «un gran día para el pueblo chileno». Queda claro que, para la izquierda, «el pueblo tiene razón» en la medida en que sigue los parámetros de unas ideas que solo llevan a más miseria y pérdidas de libertades. La democracia de la que hablan todo el tiempo no significa una alternancia en el poder o la posibilidad de aceptar al que piensa diferente. En la mente de estos personajes, la democracia significa un cesarismo plebiscitario, que legitime el accionar de Gobiernos que no solo no respetan los derechos individuales, sino que directamente los desprecian, ya que presuponen la existencia de individuos que pueden querer tomar sus propias decisiones. En este sentido, las «urnas son sagradas» en tanto y en cuanto los que triunfen sean ellos. Se llenan la boca hablando de elecciones, pero no toleran la disidencia ni la derrota. El único pueblo que conciben es un pueblo monolítico, sumiso y sin capacidad de cuestionar nada.
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