Pablo Andres Rosal / / 26 de mayo del 2021

La teoría del gato: por qué el gasto público es tan difícil de reducir

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Sin excepción, los Gobiernos han usado la pandemia como un pretexto para gastar más. Sin embargo, ¿vamos a ser capaces de volver a normalizar el gasto público? Existe una analogía que explica por qué el gasto público es difícil de reducir: yo la llamo la “teoría del gato”.

La teoría del gato

Uno de mis vecinos es un ginecólogo y obstetra que se mantiene muy ocupado en sus labores. Él es de las personas más curiosas de la colonia: tiene una familia de diez gatos que se mantienen explorando durante el día. Uno en particular encontró el camino hacia mi casa. Ese día que lo encontramos, decidimos darle de comer. Su presencia era agradable y el gato se dejaba acariciar. 

Al día siguiente, lo encontramos en el jardín otra vez a la misma hora. Estaba afuera, viéndonos desde la ventana. Sabíamos que vino por comida y decidimos consentirlo otra vez. Cuando apareció una tercera vez, era evidente que el gato no iba a dejar de visitarnos porque disfrutaba la atención y los regalos. Informalmente, se convirtió en otra mascota nuestra. 

El problema surgió cuando empezaron a aparecer otros gatos para exigir comida también. La familia tiene un presupuesto, y, definitivamente, alimentar varios gatos todos los días no estaba contemplado en este. Sabíamos que la vida con nuestro vecino era dura, pero no podíamos mantener el statu quo. Pasaron varios días hasta que al fin los gatos entendieron que no íbamos a darles alimento otra vez.

Los gatos en la política

Esta “dinámica del gato” sucede frecuentemente en la política. Los tomadores de decisiones tienen que negociar de forma constante con distintos actores que buscan sus propios intereses. Estos no son exclusivamente malos o buenos: puede ser un grupo empresarial que quiere mayor certeza jurídica o buscadores de privilegios.

No obstante, entre todos los grupos de presión, los “gatos” son particularmente peligrosos. Sus intereses se centran en la extracción de rentas. Regresan al año siguiente durante la preparación del presupuesto gubernamental a pedir su comida a cambio de apoyo, ya sea con financiamiento o votos.

Entre todos los grupos de presión, los “gatos” son particularmente peligrosos. Sus intereses se centran en la extracción de rentas.

Con el paso del tiempo, otros “gatos” se dan cuenta de que es más beneficioso buscar extraer rentas con el Gobierno que compitiendo en el mercado. Los consumidores pueden ser exigentes y la competencia muy creativa. Si no se sirve bien al mercado, la empresa puede ir a la quiebra. En cambio, el Gobierno obtiene su dinero a través del cobro de impuestos —por la fuerza—.

Existe, entonces, un menor riesgo extrayendo rentas del Gobierno: un subsidio o rescate concentra las ganancias en la empresa y socializa las pérdidas. Luego, la organización invertirá en cabildear a los políticos para los años siguientes. Esto, evidentemente, no solo sucede con empresas: también con otras instituciones políticas, burocracias y sindicatos, especialmente los sindicatos públicos.

Los paquetes de “recuperación económica” y sus problemas

A partir de estas ideas, se puede hacer una crítica desde la public choice a las medidas contracíclicas. Lo que dichas medidas proponen es que los Gobiernos adopten una “política fiscal expansiva”, es decir, aumenten el gasto público durante los tiempos de crisis económica para poder mitigar sus efectos. Asimismo, en tiempos de bonanza deben reducir el gasto y saldar cuentas.

No discutiré en este espacio las implicaciones económicas de las medidas contracíclicas. Lo que sí diré es que la segunda etapa casi nunca se cumple. Las decisiones públicas no funcionan de acuerdo con el modelo teórico que formule un economista, sino según las interacciones entre distintos actores que tienen sus propios intereses y metas. 

Cuando se discuten los paquetes de “recuperación económica”, siempre surge la interrogante de dónde exactamente debe dirigirse el dinero. Suelen crearse programas para transferir dinero directamente a la población, pero también muchos políticos optan por salvar a sus financistas y sectores que los apoyan.

Un clarísimo ejemplo reciente es el de Estados Unidos con la emisión de cheques de mil seiscientos dólares para la población, pero también con masivas transferencias de dinero a empresas y estados afines al partido dominante. Estas decisiones generan muchísimos “gatos” que asfixian el espacio para decisiones más técnicas y positivas.

Tampoco hay que olvidar que estas transferencias de dinero en programas se financian con préstamos y emitiendo bonos de la deuda pública. La segunda herramienta es particularmente dañina a largo plazo: un mayor número de capitalistas opta por gastar su dinero en bonos del Estado en vez de invertir en proyectos empresariales para generar riqueza.

En palabras de Nassim Taleb, estas políticas crean una clase de ricos que deja de “arriesgar su pellejo en el juego”, porque no se expone a las “fuerzas de mercado”. Como consecuencia, en la población surge un sentimiento anticapitalista que percibe a los más ricos como personas que mantienen su estatus sin mérito alguno —y, en algunos casos, tiene razón—. 

En la política, lo más conveniente es dar de comer a los gatos

En estas circunstancias, los incentivos para los políticos son el mantener el statu quo, pues reducir el gasto público implica incurrir en costos muy fuertes. Además, perder el apoyo de grupos de interés implica que un adversario político se beneficie y se reduzcan las posibilidades de tener una reelección.

Por tanto, el gasto público se mantiene como mínimo en el mismo nivel para alimentar a los “gatos” que llegan cada cierto tiempo a pedir su comida. Esta dinámica explica en cierta medida por qué los sistemas democráticos han perdido tanta popularidad en el mundo. 

Mi intención detrás de la “teoría del gato” es generar una discusión más seria sobre el gasto público, los déficits presupuestarios y la deuda pública. Usualmente, las justificaciones para mayor gasto público vienen desde ámbitos económicos y morales.

No obstante, el enfoque político nos permite tener una visión más realista de cómo es el proceso de toma de decisiones y recalcar la importancia de implementar controles al gasto público. Esto es especialmente relevante en el contexto actual, pues en casi todo el mundo se están implementando políticas fiscales expansivas con poca perspectiva a una contracción de estas mismas después de la pandemia.

Lo más probable es que la democracia liberal pierda legitimidad en lo que los Gobiernos se atrofian de “gatos buscando comer”, se acumulan las deudas y quedan menos recursos disponibles para el bienestar general. Recordemos las palabras de Frédéric Bastiat, quien nos advirtió dos siglos atrás sobre las consecuencias de permitir que el Estado se convierta en un objeto de saqueo legal. Sus palabras hoy son más relevantes que nunca.

Nota del editor: este artículo surge a raíz de la discusión en el coloquio-almuerzo “Límites a la deuda pública: reglas fiscales para proteger la economía poscovid”, organizado por el CADEP y la Fundación Naumann el 21 de abril 2021 en la Universidad Francisco Marroquín.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Pablo Andres Rosal

Estudiante de Ciencia Política con una especialización en Políticas Públicas del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la UFM. Apasionado por la cultura, la economía y la religión, y cómo afectan al desarrollo de un país.

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