Elena Merino Alonso / / 25 de junio del 2020

La explicación económica del antisemitismo

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A mediados del siglo XII, Maimónides, uno de los filósofos más relevantes de la Edad Media, se escandalizaba al leer que un rabino aconsejaba a un judío la muerte antes que la conversión religiosa, incluso si el judío permanecía fiel a su dios en privado. La necesidad de este controvertido consejo nos habla de las difíciles situaciones a las que los judíos estaban expuestos; pero también de la otra cara de la moneda: el antisemitismo cristiano que las provocaba. Durante cientos de años, los judíos fueron objeto de expulsiones, confiscaciones, matanzas y persecuciones que dejaban claro que no eran bienvenidos en tierra cristiana. Sin embargo, si tan claro tenían los reyes que no querían convivir con ellos, ¿por qué les dejaban volver una y otra vez a aquellos territorios de los que les habían expulsado y de los que, en muchas ocasiones, serían expulsados de nuevo décadas después?

¿Por qué les dejaban volver una y otra vez a aquellos territorios de los que les habían expulsado y de los que, en muchas ocasiones, serían expulsados de nuevo décadas después?

El historiador Simon Schama afirma que, durante la Edad Media, por cada rey que frenó la animadversión hacia los judíos hubo otro que volvió a señalar su papel como “pueblo deicida” y a liberar la paranoia. Una forma de explicar estas diferentes tendencias (que derivaban o bien en el ataque o en la protección) es achacarlas a la personalidad de cada monarca. Son reyes diferentes y, por lo tanto, pueden diferir en sus opiniones y sentimientos con respecto a los judíos. Sin duda esta es una explicación válida; sin embargo, el rational choice nos permite ir más allá y contemplar a estos monarcas como actores racionales que no toman decisiones sin sentido. Al contrario, tratan de maximizar los beneficios de sus respectivas situaciones políticas.

De alguna manera, los judíos y los reyes cristianos lograron desarrollar una relación simbiótica en la Edad Media. Al ser una minoría étnica y religiosa, los judíos dependían en un mayor grado de la protección del Estado (en el Poema de mio Cid, los judíos Raquel y Vidas viven dentro de los muros de Burgos bajo la protección de Alfonso VI). A su vez, los judíos se habían convertido en valiosos aliados para la Corona por ser proveedores de préstamos en efectivo utilizados para financiar gastos públicos y privados. Hasta aquí la cosa pinta bien, y así hubiera sido si el poder de la Corona no hubiera ido más allá; sin embargo, los reyes aprovecharon la situación de debilidad de los judíos de muchas formas. 

Por un lado, los reyes tendieron a controlar las tasas de interés cuando eran ellos los deudores; sin embargo, no tenían nada en contra de las altas tasas cuando el dinero se le prestaba a otros. ¿Por qué? Porque en lugares como la Inglaterra medieval, era frecuente que la Corona se quedara con un tercio de los bienes de los judíos cuando estos morían, de tal manera que cuanto más ricos fueran, más dinero obtendría el rey. Es decir, la Corona se beneficiaba de las duras condiciones de los préstamos sin tener que asumir su externalidad negativa: el odio que crecía contra los judíos, especialmente cuando estos insistían en cobrar las deudas.

La Corona se beneficiaba de las duras condiciones de los préstamos sin tener que asumir su externalidad negativa: el odio que crecía contra los judíos, especialmente cuando estos insistían en cobrar las deudas.

Si tan beneficiosa era su presencia en el reino, ¿por qué expulsarlos entonces? Si pensamos en los monarcas como actores racionales, su expulsión estaba incentivada por un doble propósito: por un lado, concentraba el descontento (cualquiera que fuese su origen) en un chivo expiatorio que al ser minoría tenía muchas menos posibilidades de defenderse. La polarización social que este chivo expiatorio trae consigo, como decía el historiador y antropólogo René Girard, acabaría reduciendo las tensiones políticas. Por otro lado, el beneficio era, de nuevo, económico: 1) se anulaban las deudas, y recordemos que los propios monarcas eran grandes deudores, y 2) la Corona expropiaba sus propiedades, sobre todo las inmuebles. En definitiva, era una gran oportunidad para enriquecer las arcas del Estado, en el caso del monarca, pero también para mejorar la situación de otros muchos súbditos. Estos no solo veían sus deudas también eliminadas, sino que solían aprovechar para asaltar las propiedades de los judíos llevándose aquello que sus legítimos propietarios habían tenido que dejar atrás.

Y, en muchas ocasiones, el ciclo podía volver a empezar. Con el tiempo, la situación se calmaba, los monarcas volvían a estar sedientos de liquidez y los judíos podían volver a instalarse y hacer de su propio éxito económico una nueva oportunidad de expropiación para la Corona. Teniendo en cuenta lo anterior, debemos suponer que ni la expulsión de los judíos refleja únicamente el antisemitismo por parte de los monarcas; ni la permisividad con respecto a su permanencia en el territorio puede ser explicada únicamente como una cuestión de tolerancia. Si bien con toda seguridad no todos los monarcas tenían el mismo nivel de prejuicio, resulta muy difícil dejar a un lado el enfoque costo-beneficio a la hora de explicar la situación de los judíos en la Europa cristiana medieval y moderna.  

Con el tiempo, la situación se calmaba, los monarcas volvían a estar sedientos de liquidez y los judíos podían volver a instalarse y hacer de su propio éxito económico una nueva oportunidad de expropiación para la Corona.


AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Elena Merino Alonso

Profesora de Historia y coordinadora de Proyectos Académicos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Francisco Marroquín.

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