¿Cómo nos interpela la decisión de la Corte Suprema?

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El viernes 24 de junio, la Corte Suprema de los Estados Unidos emitió un fallo que vuelve a poner al aborto en el centro de las disputas. Está claro que el tema es demasiado espinoso como para definirlo en unas pocas líneas. De hecho, el objetivo de este escrito es reflexionar sobre la importancia de poder debatir ideas sin tener que someternos al escarnio público solo por animarnos a disentir o proponer una visión alternativa.

Los avances más extraordinarios experimentados por la humanidad se han producido en un ámbito de libertad de expresión. Fue gracias a esta y al debate de ideas y su libre difusión que la humanidad logró avanzar tanto, en el ámbito de los derechos individuales como en todos los demás que hacen al desarrollo de las personas. Precisamente, cuando las ideas liberales comienzan a abrirse paso a finales del siglo XVIII, cada vez más personas empiezan a gozar de más derechos y mejor calidad de vida. De hecho, el liberalismo es una reacción contra el poder absoluto y las restricciones impuestas por las autoridades políticas, religiosas y económicas.

Cuando las ideas liberales comienzan a abrirse paso a finales del siglo XVIII, cada vez más personas empiezan a gozar de más derechos y mejor calidad de vida.

Lentamente, a lo largo del siglo XIX, pero sobre todo en el siglo XX, en aquellos lugares donde las ideas liberales tuvieron mayor penetración, las personas pudieron disponer de su vida con mayor libertad. Quizás una cuestión que suele pasar inadvertida es que los principios de la libertad aplican tanto a las mayorías como a las minorías. En sus orígenes fue la respuesta al control de las mayorías por parte de una nobleza minoritaria que se mantenía en el poder por derecho de sangre; en el siglo XX, el liberalismo representa un contrapeso a los abusos de las mayorías sobre los grupos segregados por cuestiones raciales, sexuales, políticas, religiosas o ideológicas. 

Quizás uno de los avances más notables que se han observado a partir de la segunda mitad del siglo XX sea el reconocimiento de los derechos de las mujeres. No debería sorprendernos que, en aquellos países donde el liberalismo tuvo más peso, las mujeres hayan experimentado un mayor progreso en este sentido. El fallo de la Corte Suprema pone en el centro de la escena los dos puntos que hemos referido en las líneas precedentes: la libertad de expresión y los derechos de las mujeres. En lo que queda de estas líneas, me referiré a la primera cuestión, ya que estimo es un punto central para entender todos los debates que se abrirán a partir de la decisión de la Corte. 

El fallo de la Corte Suprema pone en el centro de la escena los dos puntos que hemos referido en las líneas precedentes: la libertad de expresión y los derechos de las mujeres.

No caben dudas de que el fallo abrió la caja de Pandora, ya que a partir de este se empezarán a discutir muchas otras cuestiones que muchos suponían que ya estaban resueltas o definidas, como el matrimonio igualitario, matrimonios interraciales o religiosos, sexo entre personas del mismo sexo, portación de armas, donación/venta de órganos, etc. Al tratarse de temas que no son de fácil resolución y que, además, implican valoraciones morales o religiosas, la definición de estos implicará una gran puja entre los sectores más radicalizados que promuevan o se opongan a los cambios.

Cuando un grupo determinado, sin importar su afiliación ideológica, política o religiosa, se arroba el monopolio de la verdad y no acepta cuestionamientos, se detiene el progreso. La civilización avanza confrontando, argumentando, debatiendo. Sin embargo, ello requiere una actitud de escuchar al otro, nos guste o no lo que tiene para decir. Lamentablemente, en la época de la «cancelación», todo aquel que piensa diferente o se enfrenta a mis ideas pierde su legítimo derecho a manifestarse. Parecería que el solo hecho de no coincidir lo descalifica automáticamente para emitir una opinión.

Cuando un grupo determinado, sin importar su afiliación ideológica, política o religiosa, se arroba el monopolio de la verdad y no acepta cuestionamientos, se detiene el progreso.

La cuestión de fondo es que, cuando se entra en la lógica de la cancelación, muchos se olvidan que es un camino de dos vías. No soy solo yo el que puede cancelar, sino que también el otro me puede cancelar a mí. Cuando hablamos de «batalla cultural», ya pusimos la práctica del debate en el mismo plano que la guerra. Dejamos de aspirar a la verdad para centrarnos en derrotar al enemigo. No se trata de argumentar, sino de imponer una idea o visión del mundo. No se busca convencer demostrando la lógica del pensamiento, sino directamente de acallar al otro. En este sentido, como ya no me interesa saber lo que el otro tiene para decir, porque yo ya sé cuál es la verdad, entonces directamente me ahorro el trabajo de escuchar y de una vez le niego el derecho a expresarse.

La cancelación es la inquisición del siglo XXI. Cuando opinamos algo que no es políticamente correcto nos someten a la hoguera virtual. Hace 500 años se quemaba vivo al fulano que cuestionaba alguna verdad revelada. Ahí terminaban sus mentiras y su vida. Hoy quien ose esgrimir un pensamiento diferente —fuera de su tribu— es expuesto en las redes sociales, difamado y cancelado de muchos ámbitos. Este hereje moderno deberá seguir su vida bajo el escarnio social vaya a donde vaya. Cada vez que googlee su nombre saldrá el recordatorio del crimen cometido por haberse animado a pensar diferente. Los ejemplos de cancelación llegaron al ridículo de tildar de genocida a Colón, prohibir la lectura de obras clásicas de la literatura universal porque algunos autores tenían conductas que no se regían por los parámetros actuales o derribar estatuas de próceres porque no se adaptan a los estereotipos del presente.

La cuestión de fondo es que, cuando se entra en la lógica de la cancelación, muchos se olvidan que es un camino de dos vías. No soy solo yo el que puede cancelar, sino que también el otro me puede cancelar a mí.

Ahora bien, señalamos que la cancelación en un camino de dos vías. Cuando a comienzos del presente siglo las facciones populistas de izquierda avanzaron con su agenda sectaria, tildando de autoritario o misógino a todo aquel que cuestionara sus propuestas, no pensaron que el mismo tipo de comportamiento también podría surgir desde sectores que tuvieran una agenda exactamente opuesta a la de ellos. Para algunos, el fallo al que hemos referido podría entrar en este caso. La reacción conservadora de la Corte Suprema, en algunos de sus argumentos, tiene algunas aristas similares a las mencionadas. El enfoque originalista —que promueve seguir literalmente la letra escrita en el texto constitucional—, esgrimido por algunos de los miembros de la Corte, sostiene que hay que interpretar a la Constitución en el contexto en el que fue escrita y regirse por los derechos que enumera, entre los que no se encuentran el derecho al aborto y a la anticoncepción como especificaciones de la idea de privacidad. 

Seguramente se avecinan tiempos de conflictividad creciente, porque cada una de las partes tendrá sus cosas que decir sobre el derecho al aborto en los Estados Unidos. Ojalá que la confrontación se produzca en el marco del intercambio de ideas y no en el de una batalla cultural. Sería muy bueno que se aprovechara esta oportunidad para dar un debate superador en el cual cada una de las partes involucradas pueda esgrimir todos sus argumentos sin temor a ser cancelada por sus opiniones e ideas. Consideramos que la civilización avanza con el disenso y la refutación de teorías, y para ello es clave que exista libertad de expresión, sin la amenaza de ser condenado virtualmente por solo pensar diferente. 

Ojalá que la confrontación se produzca en el marco del intercambio de ideas y no en el de una batalla cultural.

Estimamos que, así como no es válido aplicar valores del presente a hechos o personajes del pasado para juzgarlos por algo que hicieron o dejaron de hacer, tampoco lo es interpretar literalmente textos escritos hace más de dos siglos para aplicarlos en el presente. Quizás el caso del aborto en los Estados Unidos abra una puerta de diálogo para buscar consensos para acercar a sectores que parecen cada vez más alejados.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Alejandro Gómez

Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella, Master of Arts de la University of Chicago, e historiador por la Universidad de Belgrano en Argentina. Profesor visitante en la UFM.

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