Olav Dirkmaat / / 5 de diciembre del 2019

¿Por qué existen los lobistas?

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El término lobista debe su significado a que históricamente los grupos de interés esperaban a los políticos en el lobby del Parlamento con el fin de manipularlos. A día de hoy, en la mayoría de los países desarrollados, esta práctica se ha convertido en una profesión muy bien remunerada. Aunque el lobista moderno ya no espera a los políticos en el lobby, las reglas del juego no han cambiado mucho: influenciar a los políticos para que pasen leyes que benefician a uno a costa de los demás. Por eso, cualquier grupo de interés anhela contratar a aquellos que consiguen «resultados».

Aunque el lobista moderno ya no espera a los políticos en el lobby, las reglas del juego no han cambiado mucho: influenciar a los políticos para que pasen leyes que benefician a uno a costa de los demás.

¿Un ejemplo? Amazon gastó el año pasado más de 14 millones de dólares en cabildear en Washington. El principal objetivo era impulsar un salario mínimo de 15 dólares por hora que perjudica más a la competencia de Amazon que a Amazon mismo. Estos $14 millones invertidos en hace lobby representan un costo social: Amazon podría haber usado ese dinero para crear mejores servicios para sus clientes, pero terminó invirtiéndolos en la búsqueda de rentas políticas. Y Amazon no es el único. ¿Cuál es el costo social de esta profesión nefasta? ¿Deberíamos hacer algo al respecto?

¿A qué se debe el surgimiento/la emergencia de esta profesión? El siglo XX se caracterizó por una centralización cada vez mayor. Debido a las dos guerras mundiales, el control económico terminó en su mayor parte en las manos del gobierno para redirigir los esfuerzos hacia la producción de armas, aviones y tanques. Esto tuvo una consecuencia clara: la centralización de la recaudación y de las decisiones presupuestarias. Las consecuencias siguieron presentes después de la guerra, y el potencial premio —aquello que incentiva el trabajo del lobista— ha aumentado. Tal vez el costo se haya mantenido aproximadamente igual, pero el beneficio de hacer lobby se ha multiplicado terriblemente gracias a la centralización estatal.

Tal vez el costo se haya mantenido aproximadamente igual, pero el beneficio de hacer lobby se ha multiplicado terriblemente gracias a la centralización estatal.

Si tres lobistas cuestan 50,000 dólares cada uno, más 100,000 dólares en otros gastos adicionales —un total de 250,000 dólares—, y el beneficio de un reparto o una ley federal es de 5 millones de dólares, la recompensa es tan grande que no nos debe de sorprender la popularidad de estas figuras políticas. Si el costo fuera el mismo, pero el premio menor —por ejemplo, porque la ley o la renta no es federal sino local, digamos que sea de medio millón— se vuelve menos rentable dedicar recursos a la búsqueda de rentas políticas. En lugar de que el lobby nos dé un retorno potencial de 20x, nos daría un retorno de «solo» 2x, existirían menos lobistas y viviríamos en un mejor mundo.

Una de las soluciones propuestas por el excongresista Ron Paul sonaba sensata: hacer que los miembros del Congreso no se juntaran en la capital —en el caso de los EE. UU., en Washington—, sino que se reunieran por internet desde sus respectivos estados. Como consecuencia, el lobista tendría que invertir bastante más tiempo y recursos en influenciar a los diputados: le tocaría ir a visitarlos en diferentes estados. En otras palabras: aumentaría el costo de hacer lobby y disminuiría el beneficio de hacer lobby.

Una de las soluciones propuestas por el excongresista Ron Paul sonaba sensata: hacer que los miembros del Congreso no se juntaran en la capital —en el caso de los EE. UU., en Washington—, sino que se reunieran por internet desde sus respectivos estados.

Debe ser obvio a cualquier observador imparcial que el lobista es el enemigo del progreso. Las personas que dedican la vida a la búsqueda de rentas políticas representan un costo de oportunidad enorme. No solo causan un daño tremendo con sus intervenciones, que —la mayoría del tiempo— sabotean el mercado y la competencia, también significan renunciar a un aporte productivo al progreso material de la sociedad. Su negocio es quitar de los demás, en lugar de crear para los demás. Es por esto que se debe aplaudir cualquier norma institucional que aumente el costo o reduzca el beneficio de hacer lobby, ambos con el fin de reducir la rentabilidad de esta profesión antimercado.

AVISO IMPORTANTE: El análisis contenido en este artículo es obra exclusiva de su autor. Las aseveraciones realizadas no son necesariamente compartidas ni son la postura oficial de la UFM.

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Olav Dirkmaat

Director del Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas (CADEP) y profesor de economía en la UFM. CIO de Hedgehog Capital. Doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid.

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